Jue 07.07.2011

EL PAíS  › AMALIA GALEANO, SOBREVIVIENTE DEL HOSPITAL MILITAR QUE PARIó EN CAUTIVERIO

“¡Nació la roja, la roja!, gritaban”

En el juicio por el plan sistemático de robo de bebés, Galeano recordó su detención, su traslado al momento del nacimiento de su séptimo hijo. Las humillaciones, las otras mujeres a las que vio y su liberación junto a su hija.

› Por Alejandra Dandan

Un médico acababa de reconstruir casi a ciegas unas pocas imágenes de tres mujeres a las que había revisado en el Hospital Militar de Campo de Mayo. Estaba convencido de que las “supuestas guerrilleras”, como las llamó, entraban y salían como una estrella fugaz porque estaban ahí sólo para dar a luz. Si todo estaba en condiciones, tenían a sus hijos con parto natural, si no les forzaban por goteo las cesáreas. Poco después entró en la sala de audiencias una de las pocas sobrevivientes de los centros clandestinos que dieron a luz en Campo de Mayo y aún pueden contarlo. Las imágenes en blanco y negro borroneadas por el paso del tiempo entraron así en un acelerado proceso de definición: “Yo no había roto bolsa ni nada”, dijo Amalia Galeano. “No sé cuántas horas habrán pasado, era después del mediodía, porque mi hija nació a las cuatro de la tarde, yo no veía nada, estaba con la cabeza atada, y me pusieron en una camilla, me taparon toda, casi no podía respirar, me llevaban por escaleras con la camilla a pulso porque sentía los movimientos, me pusieron para el parto, se ve que había mucha gente y me decían ahora vas a empezar a gritar... Me provocaban... Vas a joderte, me decían, perdónenme la palabra.”

El pelo blanco con el que Amalia Galeano entró en la sala de audiencias de los Tribunales de Retiro, entonces era un pelo negro de rulos, de una mujer de cuarenta años. Ya había tenido seis hijos. Era catequista. La mujer de Osvaldo Balbi, un militante de Vanguardia Comunista, escritor, el autor de El Elefantito, un libro de cuentos prohibido por la dictadura. El 10 de agosto de 1978 entraron en la casa para llevárselos. Ella pasó un día o unas horas por El Vesubio y luego la internaron en el Hospital Militar. La liberaron once días después del parto con su hija. Amalia declaró en el juicio oral por el robo de bebés. Cuando la presidenta del Tribunal, María del Carmen Roqueta, le preguntó, sobre el final, si quería agregar algo más a su declaración mencionó a una de sus amigas. Teresita Trotta también era catequista, estaba embarazada y la secuestraron antes que a Amalia. En ese momento, ella fue al Obispado de Morón para ver al párroco Raúl Trotz porque conocía a Teresita. Trotz dijo que Teresita había tenido una nena, que estaba con una familia, que la estaban cuidando y que Teresita estaba en España. “Vos no te preocupes por nada porque es peligroso”, le dijo a Amalia. Pero Teresita desapareció, también su compañero, y la niña recién recuperó la identidad en julio de 2008.

Parir en Campo de Mayo

Amalia calcula que la llevaron al Hospital Militar la noche del 11 de agosto. El 12 entró en la sala de parto. Ante los gritos y sobresaltos, les propuso un trato a sus custodios: que no iba a gritar, que ése era su séptimo hijo, pero que después tenían que dejarla ver a su hija.

“En ese momento, les empecé a hablar del milagro de la vida, de lo que se me iba ocurriendo.” Alrededor, un partero le puso el goteo para adelantar las contracciones. Ella se dio cuenta de que no sabía demasiado. El goteo estaba mal, la aguja se había salido, y alrededor escuchaba “mucha charla”. Alguien le acomodó la aguja. “Yo les hablaba, del bien, de un nacimiento, de un hijo, de todo, y a la persona que me atendió después le dijeron que pusiera una mano para ver la placenta; yo quería ver a mi hija o hijo, no sabía que era nena y el trato era que yo la quería ver... Que la quería ver. Y entonces me levantaron un poco, me la mostraron y me di cuenta de que la habían disfrazado: le pusieron un gorro rojo como si fuera Papá Noel, la vistieron de rojo, decían: ‘¡Nació la roja! ¡Nació la roja!’ ¡Pero nosotros no éramos comunistas! No sé, horrible, un espanto.”

La llevaron de la sala de partos a la habitación. El lugar tenía un baño y dos camas. Ella estaba sola, pero escuchaba que todo estaba lleno de voces de mujeres. Amalia se acercó a la puerta y se puso a gritar pidiendo a su hija: “Escuchaba llantos y pensaba que habían llevado a mis otras hijas, escuchaba gritos de mujeres; en la puerta, gritaba que quería saber si eran mis hijas las que gritaban, gritaban ‘mamá’. Se ve que había muchas mujeres”.

Algunas de esas voces decían otras cosas “¡Otra cesárea!”, escuchó en algún momento. Pasaron los días: el viernes nació su hija, del sábado al lunes a ella se le hincharon los pechos por la leche. Un médico ordenó que le coloquen una inyección para cortarle la leche. Ella no los dejó. “Vino un enfermero y yo corría por el cuarto, me bajaba y me subía de la cama y subía a la otra cama y corría para que no me dieran la inyección y le decía: ‘¡A mi hija la voy a tener!’. Y que no me dieran la inyección, el enfermero al final no me la dio y me dijo que no diga nada.”

El martes le llevaron a la niña. Alguien le había puesto Stella Maris, pero Amalia dijo que su hija se iba a llamar Fernanda. La niña estaba en brazos de una enfermera que se sorprendió porque le había dado una mamadera, pero ahora la niña estaba prendida como si tuviera hambre al pecho de su madre. La beba estaba sucia. “Se ve que usaban a los bebés para los interrogatorios”, explicó la mujer. “Para mí a mi nena me la llevaron con las uñas con sangre y un coágulo en el ojo que demoró varios meses en curarse.” Y esa primera vez tenía, además, olor a cigarrillos. “La enfermera que me la trajo se sorprendió tanto que dijo: ‘¿Pero quién le cortó las uñas a esta nena?’.” Por eso Amalia pensó, y todavía piensa, “que en ese lugar podían usar a los nenes para hacer declarar, bueno, en ese caso, sería al padre de mi hija ¿no?”.

Amalia salió del Hospital Militar con libertad vigilada. Tuvo citas de control en la Confitería El Molino. Salió del país por Amnistía Internacional después de someterse a controles cada 48 horas en la Policía Federal para conseguir el pasaporte. Osvaldo Balbi permanece desaparecido.

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