EL PAíS › OPINIóN
› Por Jorge Rivas *
En 1816, las cosas estaban muy mal para la lucha anticolonial de la América española. Napoleón Bonaparte había sido vencido en Europa, contra cualquier cálculo que se hubiera hecho en los días de la Revolución de Mayo, el rey Fernando VII había vuelto a ocupar su trono en Madrid en 1814 y todos los movimientos criollos habían sido aplastados. La causa patriota solo hacía pie en el Río de la Plata, aunque hostigada y en retroceso. No se trata aquí, por más que parezca lo contrario, de repasar una lección de historia, sino de reflexionar acerca de algunas cuestiones políticas que aquella gesta ayuda a iluminar, siempre que no nos limitemos a la celebración de la efemérides.
Los dirigentes de las Provincias Unidas no estaban todos en la misma posición, una simpleza a la que a veces los condena retrospectivamente su condición de próceres nacionales. Por el contrario, había entre ellos quienes estaban dispuestos a capitular ante la corona española, siempre que se garantizaran su seguridad y algunas concesiones autonómicas, otros que apostaban a traer un noble europeo y coronarlo para obtener así la protección de las monarquías restauradas en el Viejo Mundo, con la consiguiente concesión de soberanía política. Y había otros, por fin, que contra toda prudencia elegían jugarse por la independencia, sin amos ni protectores. Aun entre ellos había diferencias: los había republicanos, monárquicos, federales, centralistas, librecambistas, proteccionistas.
Los independentistas, se sabe, ganaron esa batalla política, y entre otras cosas hicieron del 9 de julio un día de fiesta nacional. Y aunque la coalición que formaron resultara efímera, y ellos tuvieran que dirimir después, durante años, sus diferencias, habían generado ya un hecho del que no hubo vuelta atrás: el nacimiento de una nación. La independencia de esa nación, sin embargo, como fuimos aprendiendo trabajosamente, no se adquirió de una sola vez y para siempre.
De hecho, el país sigue hoy pujando por nuevas independencias, no ya de una corona extranjera de cuyo imperio forme parte. Sí de multinacionales, grandes corporaciones, organismos financieros, potencias hegemónicas. En los últimos ocho años el país que ahora es la Argentina ha dado pasos que le han permitido ganar, no sin esfuerzo, mayor independencia respecto de esos poderes. También en nuestro tiempo, como en 1816, sumamos fuerzas todos los que acordamos con ese rumbo general, aunque tengamos cosas para discutir, diferencias para dirimir.
Los socialistas que cerramos filas con Néstor Kirchner primero y con Cristina Fernández después, insistimos desde hace tiempo en la necesidad de conformar una fuerza amplia, pero con sólidos principios, que reúna a militantes populares y democráticos procedentes de diversas tradiciones ideológicas y políticas para apuntalar con eficacia las reformas que espera la sociedad argentina. Esa propuesta está más vigente que nunca, para seguir en el camino de las recientes conquistas independentistas, y para avanzar también hacia otro objetivo que no admite renuncias ni desvíos: la igualdad social. El 9 de Julio constituye una buena ocasión para recordarlo.
* Diputado socialista.
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