EL PAíS › OPINION
› Por Martín Becerra *
Una cuestión sobresaliente de esta campaña electoral es el acceso equitativo de los partidos políticos a la emisión de anuncios en radio y televisión. Sin embargo, al pensar en el impacto de las campañas hay que recordar que el acceso sólo es equitativo en el lapso electoral, pero no lo es en períodos previos. En efecto, corresponde diferenciar propaganda, como acción permanente que difunde logros y perspectivas de un político, de publicidad electoral, que es una parte de la propaganda confinada a la coyuntura electoral. Huelga señalar que el acceso a los medios masivos es muy inequitativo en períodos no-electorales.
La campaña electoral es ideal para crear clima, eventualmente para erosionar adversarios, pero no se gana la elección sin la colaboración de la historia del candidato, de sus oponentes y del contexto histórico en que ocurre. Por ello los avisos del gobierno nacional buscan reforzar el vínculo directo con el electorado a través de una consigna que recupera el “Fuerza, Cristina” de octubre de 2010 (muerte de Néstor Kirchner) y que lo aprovecha vinculándolo con los significados de la acción de un gobierno que, en las encuestas, es amplio favorito de la contienda. No es una campaña arriesgada la del oficialismo. Sus piezas audiovisuales son protagonizadas de modo excluyente por la Presidenta y por diferentes grupos sociales (la juventud, los trabajadores).
Párrafo aparte merece la campaña de Daniel Scioli en la provincia que, consciente de la ola de “voto feliz” que revalida a casi todos los gobiernos en sus respectivos distritos, intenta ejercer su sempiterno equilibrio con mensajes moderados en los que enfatiza la primera persona y recuerda su temple afable y no confrontativo.
La campaña de Ricardo Alfonsín y Francisco de Narváez comenzó bifurcada porque por un lado el radicalismo ofrecía un discurso propositivo ligado a valores republicanos, mientras que De Narváez insistía con la referencia monotemática a la inseguridad que le rindió buenos dividendos en la elección parlamentaria de 2009. Hoy esa divergencia discursiva parece haberse unificado detrás de las consignas más duras. El spot de la pareja que discute ante el pedido de ayuda externa será recordado: su apelación al miedo como argumento de conmoción del electorado es tan explícita que clausura todo otro posible sentido. Los efectos de discursos tan concluyentes son dudosos en momentos de crecimiento macroeconómico y cierta conformidad con el rumbo de los gobiernos. Suenan impostados.
La candidatura de Hermes Binner articula su apelación a la recuperación de valores (honestidad, cordialidad, transparencia) y la referencia a una acción de gobierno provincial que, en los ámbitos de salud y educación, está muy bien juzgada por quienes la conocen. La campaña Eduardo Duhalde es coherente con la imagen de “piloto de tormentas” que parte de la sociedad tiene del ex presidente. Elisa Carrió retoma el discurso de la ética contra la corrupción. En los tres casos, las piezas audiovisuales son amables, positivas y su musicalización es cálida.
El Frente de Izquierda convoca a sortear el escollo de los “400 mil votos” para que la voz de la crítica pueda participar de las elecciones generales, renovando viejos estilos propios de la militancia trotskista y demostrando un impacto que, al menos en la campaña, ha superado el microclima de otras elecciones.
* Universidad Nacional de Quilmes-Conicet.
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