› Por Eduardo Aliverti
Es noche de domingo. Ya avanzado, no mucho, el cierre del escrutinio. El firmante resuelve que no tiene sentido prolongar el envío de su columna.
En las radios de la oposición se pisan las voces de conductores y columnistas, tratando de interpretar lo que califican como “excelente” elección de Duhalde contra el lacrimoso desempeño del hijo de Alfonsín. Los desmiente al rato el Momo Venegas, rictus deprimente mediante. El bunker de la paciente psiquiátrica ambulatoria está vacío, literalmente. Los cronistas, comentaristas y presentadores de piso televisivos tienen ritmo de velorio: dedican largos momentos a un Altamira que habría alcanzado el milagro. Los portales no actualizan datos. Aparece el chaqueño radical Angel Rozas, con cara de estreñido, advirtiendo sobre el mero carácter de primarias que tuvieron las elecciones y rematando con que “era obvio que ganaba Cristina, no sé de qué se sorprenden”. Buscan datos de Rosario, cordobeses, del interior bonaerense. No hay caso. Morales Solá hace un avance en TN. Afirma que la oposición tiene graves dificultades articulatorias y que no se ve cómo podría corregirlas en un par de meses. Párrafos para Altamira, porque alcanza el milagro.
Una primera impresión radica en contrastar el clima mortuorio del periodismo opositor con las ínfulas percibidas tras Capital, Santa Fe y Córdoba. El Gobierno estaba entre gravemente amenazado y muerto, según los propagandistas disfrazados de prensa independiente. Esa no fue una percepción fundada en datos incontrastables o siquiera aproximados a tal cosa. Se trató de una construcción de imaginario antikirchnerista que iba en contra de cualquier lógica, incluyendo lo que ellos, los propios militantes de la pesadumbre, del país hecho mierda, del antro corrupto, pintaban como la Argentina del voto complejo y cruzado. Puede parecer una simplificación excesiva, o un apunte cargado de vicio profesional, dedicar el comienzo de un análisis a cómo les fue a los agoreros de la prensa. Pero es que no puede, no debe desprenderse del razonamiento que se quiera la realidad de una oposición comandada por esas corporaciones mediáticas. Son ellas las que impulsan cada día, cada momento, cada boletín informativo, la imagen de un país atravesado por dramas y nada más. Es ésa, la prensa opositora, la gran derrotada de ayer. Sus horribles pretendientes a intelectuales orgánicos, a analistas sesudos, a lamebotas corporativos constituyen la imagen de derrota inicial.
Pero, cuidado, porque también es certeza que este dispositivo de las primarias no permite descanso. La elección, opción, participación o encuesta de este domingo obliga –debería obligar– a continuar trabajando. El oficialismo afronta el desafío de no dormirse. La tentación al respecto es muy grande. La victoria en el Gran Buenos Aires fue fenomenal, demoledora, y lo fue igualmente en territorios adscriptos a una concepción agrogarca que hizo pensar, a apurados y manipuladores, en un espíritu protestón capaz de trasladarse a las urnas sin más ni más. Hace pocas semanas, en esta columna, decíamos que la “sencillez” del voto popular –adjudicada por el marketing vacío del duranbarbismo a la mera táctica del “me va bien”– era aquello por lo que precisamente triunfaría Cristina. La “gente” no come vidrio y sus apuestas por variantes locales no son miméticas con sus preferencias de orden nacional. Vale lo acaecido ayer en Capital: salvo por Recoleta y algún par de comunas, el kirchnerismo ganó tranquilo donde el hijo de Franco pareció invencible. La calidad del voto ciudadano, republicano y anos por el estilo, con que la derecha viene regodeándose hace mes y pico funcionó a favor del autoritarismo kirchnerista, de la yegua montonera, de la corrupción que blanden Clarín, La Nación & Cía. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que las primarias son solamente indicativas. No hay antecedentes de qué quiere decir ganarlas con mucha comodidad.
A la hora de cerrarse esta nota, simultáneamente, no está claro quién es el segundo indiscutible. Ni parece que vaya a estarlo. Tampoco es cristalino cómo articularán con el sibarita electorado macrista. El hijo de Alfonsín, El Padrino, Carrió –desaparecida en inacción– y excluyamos a Binner son lo mismo y de hecho ya negociaron de cara a octubre, pero en el (digamos) ideario colectivo, no significan igual respuesta. ¿Los votos de Ricardito se trasladarían mecánicamente hacia Duhalde? ¿Los de Duhalde irán a parar a El Padrino así como así? Anoche habría quedado establecido que un rejuntado opositor detrás del segundo más votado (???) no significa hablar de un adversario más peligroso para las aspiraciones kirchneristas. Parecería que un gesto de esa naturaleza podría entenderse como oportunismo y punto.
Ahora, siendo noche más avanzada, el periodista escucha a Duhalde y Rodríguez Saá –los radicales y sucedáneos continúan desaparecidos en inacción– y termina de comprender eso de que “la gente” no come vidrio. Que no siempre es así, valga aclarar. Pero esta vez sí. No pueden ampararse ni en la mesa de Necochea.
Lo de ayer, por muy cursi que suene, fueron unos comicios de masas y, como tales, una oportunidad de festejo. Siempre lo es o debería serlo. Pudo tener varias o múltiples deficiencias. Entre ellas, y no la menor, que íbamos a optar por cuáles postulantes deseábamos para equis partido o alianza, para que compitieran en octubre. Y resultó que no hubo competencia alguna, porque en la oposición se bajaron todos hasta quedar candidatos únicos, y en el oficialismo jamás estuvo en duda que Cristina era número puesto. Pero no dejó de ser un hecho participativo en el que el pueblo tuvo algo para decir. Una chance agregada para que cada quien tome nota, sin poder ampararse en lo relativo de una consulta de opción privada. Se escucha con insistencia que la única encuesta creíble, válida, es la de las urnas. Pues ayer hubo una.
En cualquier caso, puede haber influido la comparación del momento o etapa argentinos –primarias incluidas– con las noticias que llegan desde varias puertas afuera. Cruzando la Cordillera, hay una lucha que debiera ser inverosímil por la instauración de algo tan groseramente elemental como la educación gratuita, y un presidente que se anima a sentenciar que en esta vida debe pagarse por todo. En Europa y los Estados Unidos, sin caer en predicciones apocalípticas a las que el infantilismo ideológico es tan afecto, vuelve a ponerse en cuestión a dónde irán a parar con sus papeles pintados. A Londres y varias ciudades inglesas las incendiaron unas tribus, crecientes, que claman por el consumismo que el sistema les planta en ecuación de si mira y no se toca. España sólo trasciende por sus indignados. Las palabras impuestas son ajuste, recorte, exclusión, deuda, especulación.
Al lado de eso, cómo no mensurar que el mundo aprecie que estamos a mejor resguardo que los países centrales. Que hayamos celebrado unas elecciones incluso desabridas. Que las únicas noticias sean, casi, que el periodismo hegemónico carece de ellas, so pena de pasar un papelón tras todo lo que pronosticó.
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