EL PAíS › LA RECONSTRUCCION DEL KIRCHNERISMO
› Por Nora Veiras
–Cuando estábamos con las inundaciones nos decían “Siempre que llovió, paró” –provoca Mariano Grondona.
–Vos querés decir que el Gobierno de (Cristina) Kirchner va a durar dos años más. O sea que dos años (que) son muy duros –acepta el desafío Hugo Biolcati.
–¿Te parece?
–¿No son dos, tres?
–No sé qué va a pasar después del 28 de junio.
–Eso es lo que te quería escuchar.
–No sé muy bien qué va a pasar... ¿Hay un señor que se llama Cobos, no?
–Sí, es radical...
–Que dice que es vice...
Era abril del 2009, faltaban apenas dos meses para las elecciones legislativas de mitad de mandato. Los veinte segundos de diálogo entre el conductor de Hora Clave y el titular de la Sociedad Rural despejaban toda duda: ése era el deseo de los sectores más conservadores sobre el futuro inmediato del Gobierno. Cristina Fernández de Kirchner había ganado con el 45 por ciento de los votos en 2007 y con la mayor ventaja que un candidato le haya sacado a otro en comicios presidenciales. Elisa Carrió había llegado segunda con el 23 por ciento. El conflicto con las patronales agropecuarias que estalló apenas a cien días de su asunción, en marzo de 2008, había desgastado al oficialismo, destruido la alianza con el vicepresidente Julio Cobos –convertido en el principal referente opositor– y exacerbado el enfrentamiento con los grandes medios de comunicación. La Presidenta no perdonaba la pantalla partida equiparando su representatividad con la de Alfredo De Angeli, un dirigente menor de la Federación Agraria transformado en adalid de los intereses agroexportadores. En noviembre de ese convulsionado 2008, el Congreso aprobó la estatización de los fondos jubilatorios.
El 28 de junio de 2009, el kirchnerismo perdió la mayoría parlamentaria, Néstor Kirchner fue derrotado en la provincia de Buenos Aires por la alianza entre el PRO y el peronismo disidente liderada por Francisco de Narváez. Al día siguiente, la Presidenta dio una conferencia de prensa y dijo que gobernar “va a exigir de parte de todos ejercicios de consenso para lograr la gobernabilidad”. El pronóstico no se cumplió. El kirchnerismo lucubraba una posible alianza parlamentaria con el entonces ascendente Pino Solanas, que abortó. El Congreso mutó en un campo de batalla. El oficialismo siguió adelante con sus planes, reforzó sus bríos y logró exacerbar el rechazo opositor.
En octubre, el Gobierno anunció por decreto la Asignación Universal por Hijo, una suma de 180 pesos para los menores de 18 años y discapacitados, de familias desocupadas o que se desempeñan en empleos informales. La Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses) financia la medida gracias a la estatización de los recursos previsionales. La idea venía rondando desde hacía años. El Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo), que en su momento encabezó la CTA, después la propia Carrió, la habían trabajado, pero el kirchnerismo la hizo propia a su modo. El impacto favorable en los sectores más vulnerables se hizo sentir.
En Diputados y Senadores, el oficialismo exprimió la mayoría que debía abandonar en diciembre de 2009. Con el apoyo de legisladores de Proyecto Sur y el socialismo consiguió aprobar en noviembre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Ganó una primera batalla que se retroalimenta día a día en la Justicia y en la agenda mediática que no le ha dado tregua. El artículo 161, que limita la cantidad de señales de radio y televisión que pueden estar en manos de un solo propietario, corazón del proyecto para diversificar las voces, sufrió una prolongada demora en su aplicación gracias a laxas interpretaciones de la Justicia. El año previsto por la ley para concretar la desinversión se transformó en una quimera.
El recambio legislativo vio nacer al denominado Grupo A, el matrimonio por conveniencia de gran parte de la oposición para neutralizar a la primera minoría oficialista. El experimento trabó el funcionamiento de uno de los poderes del Estado con resultados más que magros. En enero 2010, la decisión de pagar con reservas del Banco Central vencimientos de la deuda externa detonó otro conflicto. En el camino quedó el presidente del Banco Central, Martín Redrado, que fue reemplazado por Mercedes Marcó del Pont. La abstención de Carlos Menem fue clave para que el Senado aprobara por 35 a 34 votos su designación. Su nombramiento puso otra marca de cambio en las decisiones económicas que habían comenzado con el desendeudamiento instrumentado por Kirchner.
Un dato insoslayable que puso en cuestión la imagen que reflejaban la mayoría de las voces mediáticas y la realidad de la calle surgió de un festejo: el Bicentenario. Nadie previó la masividad, los millones de personas que salieron a participar de los cientos de actividades culturales y recitales desplegados sobre la 9 de Julio. Apareció un síntoma que no se correspondía con el diagnóstico, es más, desbarataba la terminalidad del proceso que no pocos habían anunciado.
En julio se sancionó la ley de matrimonio igualitario, un proyecto que también consiguió –como el de medios– hacer renacer un espíritu de transversalidad desdibujado. Al mes siguiente, la Presidenta envió al Congreso la propuesta para democratizar la producción de papel para la prensa y a la Justicia un informe para que se investigue la apropiación de las acciones de Papel Prensa por parte de Clarín, La Nación y La Razón. “Tengo el sabor amargo de una certeza. Hay un poder que está por encima de los poderes del Estado, invisible a los ojos. Hace décadas que existe una subordinación ante determinados intereses. Lamento desilusionarlos y no ser funcional a ellos”, dijo y advirtió: “Esperamos que la democracia pase esta prueba de ácido”. La causa judicial está empantanada y el Congreso no debatió todavía el tema.
El 27 de octubre de 2010 murió Néstor Kirchner. La masividad popular, envuelta esta vez en la congoja, develó otro dato insoslayable: un acompañamiento social que sorprendió a la mayoría. Se dejó ver en la superficie un fervor militante inesperado y una valoración de las medidas impulsadas por los siete años de gobierno kirchnerista. La Presidenta vistió de luto, el discurso empezó a pivotear sobre mojones menos beligerantes y la oposición armó y desarmó múltiples ensayos frustrados. La estrella de Julio Cobos, el vice que sigue aferrado al sillón, se eclipsó. Otro correligionario, el senador Ernesto Sanz, desapareció del firmamento. Mauricio Macri, asesorado por su gurú Durán Barba, optó por postergar sus ambiciones presidenciales. Fracasó en el intento de reeditar un acuerdo anti-K y se quedó con lo seguro en la Ciudad de Buenos Aires.
En diciembre la oposición rechazó el proyecto de Presupuesto Nacional y por primera vez un gobierno democrático tuvo que prorrogar por decreto la previsión de gastos. El escándalo por el manejo de fondos de Sergio Schoklender en el proyecto de viviendas populares Sueños Compartidos de la Asociación Madres de Plaza de Mayo estalló en medio de la campaña. Las tensiones en la relación con el poder sindical y el cuestionamiento –nunca resuelto– a los índices de inflación del Indec ensombrecen costados de un escenario en el que el oficialismo tiene el protagonismo excluyente. El 21 de junio, la Presidenta anunció su decisión de ir por la reelección. “Yo siempre supe lo que tenía que hacer y lo que debía hacer. Lo supe inclusive el 28 de octubre (el día después de la muerte de Kirchner). Lo supe cuando miles y miles pasaron por aquí a despedirlo por última vez y me gritaban ‘Fuerza Cristina’”, dijo y presentó a Amado Boudou como su compañero de fórmula.
Si en octubre se confirma la tendencia de las PASO, Cristina Fernández de Kirchner habrá conseguido el privilegio de ser no sólo la primera mujer, sino la primera mujer reelecta Presidenta en la historia.
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