EL PAíS › CARLOS VIñAS, TíO DEL JOVEN APROPIADO POR EL REPRESOR JORGE VILDOZA
Pidió que busquen y arresten al represor Jorge Vildoza, que está prófugo. “Mientras no se haga justicia, no sé si ese chico está libre de verdad o en libertad vigilada –dijo–. Pudo haber recuperado su identidad, pero no su libertad.”
› Por Alejandra Dandan
Javier Gonzalo Penino Viñas recuperó su identidad en 1998, pero como su apropiador sigue prófugo, la familia está convencida de que aún no recuperó la libertad. Su historia es una de las que se investigan en el juicio por el plan sistemático de apropiación de niños y por lo que se busca al marino y represor Jorge Vildoza, uno de los jefes de la patota de la ESMA. Ayer declaró Carlos Roberto Viñas, el hermano de la madre de Javier, y pidió a la Justicia que acelere la búsqueda de Vildoza: “Mientras no se haga justicia, no sé si ese chico está libre de verdad o en libertad vigilada” porque “pudo haber recuperado su identidad –explicó–, pero no su libertad”.
“Mi sobrino fue restituido en el año ’98 y nos encontramos con una persona sorprendida porque había vivido 21 años con una mentira en un ambiente en el que, cuando leo o escucho declaraciones de otros chicos, descubro lo que le estuvo pasando”, dijo el tío. Javier fue a un colegio inglés, como los de las películas, con carácter, y según las denuncias le tenía terror a su apropiador. “Que cuando estaba por retarlo, él mismo decía: ‘Yo me pego’, ‘Yo me pego’, antes de que el otro le infligiera el castigo”, por eso dijo que “mientras no tengamos a Vildoza, mientras no se haga justicia, ese chico no sé si está libre”. Javier sabe quién es, dijo Carlos, lleva el apellido de la madre y del padre, “no tiene dudas porque es igual a los primos, el parecido es impresionante, pero cómo sé yo que así puede superar la perversidad con la que fue criado”.
El caso Viñas ganó visibilidad porque Cecilia se comunicó por teléfono con su familia después de estar siete años desaparecida. Su hermano Carlos siguió cada una de las ocho llamadas que hizo su hermana entre fines de 1983 y 1984 desde distintos lugares, entre ellos uno que hoy se supone fue una de las bases operativas de la marina que siguieron funcionando hasta esa época, por lo menos, cerca de Mar del Plata. Carlos también habló con su hermana y más tarde se empantanó con las promesas de una investigación encarada por el primer alfonsinismo, que los puso en manos de supuestos cuerpos de elite de la misma policía que había formado parte de los grupos operativos. Con los años, Carlos siguió las pistas para encontrar a su sobrino. Cecilia estaba embarazada de siete meses cuando la secuestraron y por los testimonios de los sobrevivientes de la ESMA supieron que había tenido un varón.
Los primeros datos del destino del niño hablaban de Vildoza, el segundo jefe de la Escuela de Mecánica de la Armada entre el ’76 y el ’80. La información llegó a Abuelas de Plaza de Mayo a través de un médico pediatra que atendió a un niño en una casa del barrio de Martínez. El médico se topó en el living con la foto de un marino, encontró a una madre con la edad de una abuela y la habitación del niño como una especie de “quirófano”. “No era la pieza normal de un bebé –dijo su tío– sino de un chico muy reprimido, digamos, y cuando vimos al médico él nos dijo que el chico le había llamado la atención porque era un chico triste.”
Las investigaciones se extendieron hasta 1998, cuando Javier recuperó su identidad, pero de algún modo todavía no terminan.
El primer juez que tuvo la causa trató a Vildoza “con sumo respeto, le preguntó si estaba de acuerdo en hacerse un análisis para saber su relación con Javier, pero se negó porque dijo que era una práctica cruenta”. Cuando, más tarde, otro juez, en otro juzgado, volvió a llamarlo, Vildoza estaba fugado. En el medio, Carlos descubría datos cada vez más insólitos, como que uno de los hijos del marino hasta los años ’90 prestó, paradójicamente, servicio en la Inteligencia Naval. Años después, en medio de las investigaciones que hizo en España el juez Baltasar Garzón, Carlos y su madre viajaron para declarar. A partir de una entrevista en televisión, repetida en países de la Unión Europea, Vildoza supo que lo estaban denunciando. Llamó al juzgado de María Servini de Cubría para decir que era todas mentiras. La jueza lo invitó a viajar a Buenos Aires para despejar las dudas porque él estaba en Londres, pero el marino no lo hizo.
“Creo que ahí hay un punto en el que la Justicia está en deuda con la sociedad y con nosotros –dijo Carlos–. Porque el apropiador de mi sobrino sigue prófugo y desde que se hizo la restitución evidentemente hay cosas que no se entienden, como la invisibilización de este personaje, que curiosamente en este juicio no está ni como imputado.”
Carlos está convencido de que Vildoza también puede decirle algo más de dónde estuvo su hermana. De qué pasó con ella. De qué eran esas llamadas. Carlos terminó asociando la inmunidad de este personaje con datos que aparecieron en las declaraciones de Adolfo Scilingo, el tráfico de armas y los negocios que se protegieron en los años ‘90. “Creo que esto tiene que ver con que nosotros no hagamos juicio testimonial sino un juicio que tenga efectos, que realmente cumpla el objetivo que es no sólo que se fundamente el robo sistemático de bebés, sino que quienes hicieron y fueron parte activa, muy activa, no sé si en este momento no están operando todavía.”
La declaración de Carlos estuvo atravesada por la relación con Javier, que los Viñas parecen no terminar de resolver, porque él aparece tironeado por sensaciones de dos mundos, que sin una cárcel de por medio, como dicen muchas de las víctimas, parecen perpetuarse.
“Yo no hace mucho leí historias de recuperación, y éste creo que es el hilo que le va a permitir a mi sobrino saber exactamente quién era el monstruo que lo apropió, que eso le va a permitir a él moverse con libertad total, saber que ese tipo que lo reprimía de chico no está en libertad, que está siendo juzgado como corresponde.”
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