Mié 17.08.2011

EL PAíS  › OPINIóN

Dar testimonio

› Por Sandra Russo

El resultado del domingo fue su apuesta y su cosecha, y también fue suya la manera de asimilarlo. Desde que se conocieron los porcentajes, algo flotó el aire entre los dirigentes kirchneristas y muchos preguntaban si ésa era la línea que había bajado ella: cero triunfalismo, mesura, cautela, aprovechamiento de la oportunidad para sembrar un clima de concordia. De hecho, la Presidenta y candidata había sido explícita en el cierre de campaña que se hizo el miércoles pasado en el teatro Coliseo: “Los votos se cuentan de a uno y después de las seis de la tarde”.

Se podrá opinar a favor o en contra del kirchnerismo, pero quedó demostrado que está lleno de buenos entendedores de quien, ya inequívocamente, es la jefa y conductora de la fuerza política más potente del país en muchos años. Desde la muerte de Néstor Kirchner, su viuda debió dar una sucesión de exámenes ante propios y ajenos, y acaso ante su espejo: ya no era la mitad de una dupla poderosa, sino una mujer sola, con el complejo y enrarecido paisaje del peronismo retóricamente encolumnado en el proyecto que lidera, pero expectante por ver quién arrimaba más la silla.

En la conferencia de prensa del lunes se la pudo ver feliz como Riquelme, una expresión que había usado también cuando anunció el embarazo que su nuera Rocío perdió el jueves. La Presidenta había twitteado: “Dios te quita, Dios te da”. Quizás, en ese marco de fe, habría que agregar que los caminos de Dios son insondables, porque tras la alegría de la noticia vino la pena de la pérdida, pero inmediatamente llegó, en el otro plano más importante de su vida, el político, ese 50,1 por ciento que le reconfirma que no está remando en el desierto, sino en un mar de votos.

Después de haber pedido que nadie se hiciera los rulos, de dejar que los presidenciables se pelearan entre ellos y la mitad saliera de la cancha, de armar las listas a cara de perro no para satisfacer a nadie sino para reforzar y garantizar la marcha del proyecto político que encarnó con Néstor y hoy lidera sola, de asumirse como candidata pero no de cualquier cosa ni de cualquier manera, sino de la que ella quiere, en la que confía, Cristina estaba feliz este lunes. Parte de su satisfacción seguramente se debe a eso: a la fidelidad mantenida con el rumbo, a la tozudez –podría decirse simplemente “seguridad”– para diseñar un nuevo y eventual gobierno que puso a consideración del electorado este domingo. No hizo campaña; siguió gobernando. No hubo spots sorprendentes; fueron simples recordatorios de todos los sectores que por una u otra razón han sido beneficiarios del modelo.

También ahí se inscribe esa obstinación, que vista más de cerca es el reaseguro de un liderazgo. Hubo referencias a los jubilados, a los niños, a los jóvenes, pero también al empuje inédito que está teniendo la ciencia y la tecnología en el país, y hubo un spot especialmente dedicado a “él”, en el que descarnadamente, jugando al límite de la metáfora y el discurso, la voz disfónica de Cristina decía, en un tono más intimista que en los otros, superpuesta a imágenes de Néstor, que “lo importante no es perder o ganar. Lo importante es vivir para dar testimonio de las propias convicciones”. Era un spot dedicado a alguien que ya no está, que ya no vive, pero cuyo ejemplo inspiró a muchos y no dejará nunca de inspirarla a ella.

Y si pidió hace meses que nadie se hiciera los rulos, es porque ella no se los hace. Como ha dicho, como uno puede creerle en base a lo que hace y a cómo lo hace, ser nuevamente elegida Presidenta se le hace deseable si lo suyo no es ni decorativo ni cosmético. Y pudo. Y el consenso holgadamente mayoritario indica que es esa decisión y esa actitud frente a la política lo que tranquiliza a millones que, por lo visto, han dejado de comprar el kit antikirchnerista que bajan los grandes medios. Aunque la mayoría de los analistas políticos no hayan ofrecido esa interpretación de la escena nacional, eso se ve, se huele, se mastica, con eso se come, se cura y se educa y con eso se puede ir para adelante: con la política como una herramienta de tozudez frente a todas las presiones.

Relajada, satisfecha, posiblemente asombrada, hasta le devolvió como una dama el chascarrillo poco feliz de Macri describiéndose en calzoncillos cuando ella lo llamó para felicitarlo después de su performance en la Capital. Ella no pronunció la palabra “calzoncillos”, que habría sonado grosera en su boca, como sonó grosera en la del jefe de Gobierno porteño, aunque en los medios que lo amparan se tomó esa anécdota como risueña. No fue risueña. Fue maleducada. Pero ella no se hace los rulos. Se rió de él, que esta vez estaba en bermudas, el “suertudo” que anda de crucero en costas italianas. Se rió, pero le agradeció el llamado, “mucho”, porque de esos gestos, más allá de vestimentas, se hace la convivencia democrática.

El derrotero alquímico de Cristina le ha permitido pasar, en menos de un año, de Presidenta de doble comando a conductora inequívoca del peronismo, y a líder del proyecto político más ambicioso desde el regreso de la democracia. Por lo visto no tiene pensado detener ni edulcorar el cambio que propone, y aquí ella surge, esta vez, más rotunda que antes. Estamos en pleno giro de un paradigma a otro, y el voto del domingo es un aval para seguir cambiando. Es la primera vez en décadas que el electorado lo que quiere conservar es el cambio. Porque la votó a ella y ella lo primero que hizo fue insistir en la ley de tierras, que pondrá un tope a la extranjerización del territorio, y en rejerarquizar el Parlamento como ámbito de discusión política.

Quizá valga la pena recordar una de sus definiciones sobre el mentado “ánimo confrontativo” del kirchnerismo. “Lo que no pueden es acusarnos de confrontativos cuando lo que no hacemos es ceder ante las presiones.” Los que cedieron una y otra y otra vez ante las presiones de los medios y los distintos poderes que se sienten afectados hoy están desorientados porque creían que los medios eran el caballo del comisario y fueron, en cambio, el marco amplificado de sus impotencias.

Por lo demás, si hay algo que repitió el lunes y el martes, es que se ha roto el lomo para gobernar. El lomo y el alma. Cristina no es dada a victimizarse ni a propagandizar su descomunal disposición al trabajo. Quién sabe si podría actuar de otra manera. Y quién sabe si el spot dedicado a Néstor hablaba solamente de Néstor o era en rigor un recordatorio para todos de lo que se ha comprobado en estos años. Que lo realmente importante, para ella, no es ganar o perder, sino vivir, para dar testimonio de las convicciones.

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