EL PAíS › OPINION
› Por Walter Roberto Docters *
Hace cinco años que muchos estamos esperando una respuesta efectiva acerca de la suerte corrida por Jorge Julio López, y el consiguiente juicio y castigo de sus secuestradores. La mayoría de los sobrevivientes de los campos de concentración hemos testimoniado incondicionalmente en pos de la memoria de nuestros compañeros, y en pro de una condena efectiva para los asesinos que tomaron en sus manos la atribución de creerse semidioses, capaces de decidir sobre la vida y la muerte de otras personas. Lo hicimos ilusionados, cuando se recuperó la democracia, y a partir del Juicio a las Juntas de comandantes se obtuvo una oleada de declaraciones.
Lo hicimos cuando nuestro esfuerzo y exposición parecían en vano, en los Juicios por la Verdad, dado que estaban vigentes las inmorales leyes de Punto Final, Obediencia Debida y los indultos, que permitían que, aun conociendo la culpabilidad de los personeros de la muerte, igual caminen por las calles con todos nosotros.
Volvimos a hacerlo cuando un nuevo gobierno pidió disculpas en nombre del Estado y tomó la decisión política de derogar las vergonzosas leyes de la impunidad. De esta manera dejó la puerta abierta para retomar los juicios y buscar justicia, basada en la memoria como única manera de la construcción de un futuro realmente sano.
Parece increíble que se pudiera pensar que porque no había un Estado terrorista capaz de avalar su accionar los grupos fascistas iban a dejar de operar en su siembra de muerte. Sería una ingenuidad difícil de aceptar creer en una estructura tan simplista de pensamiento. Sin embargo, recién después de la desaparición de López se comenzó a tomar en cuenta la protección de los testigos, cuyos testimonios dan un basamento jurídico fundamental a los pedidos de condena. Ahora ha comenzado el juicio del llamado “Circuito Camps”, y si bien no es lo ideal, porque las causas no se unifican lo suficiente, igualmente se va a avanzar en la condena a más genocidas, entre los que se incluye un civil.
Con López compartimos algunas charlas, el reconocimiento del destacamento de Arana y los testimonios del juicio a Etchecolatz. Y su ausencia es una llaga abierta en toda la sociedad. Resulta imprescindible que la Justicia tome seriamente cartas en este tema, porque de su resolución depende también no dejar impunes a quienes aún se sienten con la posibilidad de decidir sobre el destino de todos nosotros. La desaparición de López es sólo uno de los amedrentamientos que hemos sufrido los sobrevivientes que atestiguamos. Aunque hayan escondido el cuerpo, Julio igual está con nosotros. López va a testificar con cada uno de nosotros. Todos somos Julio López y no nos van a poder callar hasta que todos los asesinos estén encerrados en una cárcel común.
* Sobreviviente del Pozo de Arana y Pozo de Quilmes y ex preso político de 1976 a 1983. Testigo en varios juicios.
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