EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
El diputado Felipe Solá regresó del semiostracismo en que estaba sumido y anunció un viraje en su posición política. Se aleja de “la oposición”, achica distancia con el Frente para la Victoria (FpV) sin sumarse a sus huestes ni a su bancada. Abandona un “no lugar” y se acomoda en un –desde luego coqueto– arrabal del kirchnerismo.
El ex gobernador misionero Ramón Puerta retruca exigiendo que Solá renuncie a su banca de diputado por haber defraudado “la fe pública”. El cronista cavila acerca de cómo calificar la intimación: ¿cómica o grotesca? Se inclina por la primera opción, para ponerle onda. Acaso sería más sesudo comentar que es exótico o hasta marciano cuestionar esa praxis, máxime desde el Peronismo Federal. El declinante aglomerado es, mayormente, un desgajamiento del FpV, ocurrido en 2008, durante el conflicto de las retenciones móviles. Un malón de compañeros diputados y senadores, llegados de la mano del kirchnerismo, se pasó de bando con armas y petates.
Fueron varios, de surtidas trayectorias. Solá fue el único que dimitió anticipadamente a su banca para volver a presentarse bajo una insignia opositora, la extinta Unión-PRO. Claro que el gesto, interesante y poco acostumbrado, lo realizó después de haber votado reiteradamente contra el oficialismo (del que había desertado tras ser primer candidato a diputado nacional por Buenos Aires, una bicoca). Y de haber construido una carrera que lo ranqueaba como presidenciable desde su nueva trinchera.
El doble standard de Puerta carece de pertinencia, tanto como de originalidad. Cuando un político se aleja del FpV en pos de otros puertos, grandes medios y analistas alineados lo definen como un patricio, emprendiendo una gesta republicana. Si toman el camino inverso, los comentaristas exhuman el recuerdo de Borocotó o se indignan a voz en cuello. El orden de los trayectos, empero, no debería alterar la valoración.
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El cambio de bandería durante un mandato legislativo es una costumbre extendida en nuestro sistema político, aunque pondría los pelos de punta a cualquier dirigente de democracias estables con dirigentes más orgánicos y menos gánicos. Aun (o especialmente) en caso de regímenes parlamentarios.
El nomadismo no es, para nada, una praxis exclusiva de los compañeros peronistas. Cunde en todo el espectro político. La Coalición Cívica, por caso, ha tenido secesiones por izquierda (los integrantes del SI) y es un secreto a voces que Patricia Bullrich desea transfuguear rumbo al PRO si consigue ser reelecta en octubre. El pase aún antes de asumir tampoco sería un record Guinness de la Piba, hay precedentes.
Los cambios de postura durante el mandato transforman a las Legislaturas en mapas magmáticos, de trabajosa lectura. Las reglas escritas o consuetudinarias de funcionamiento interno del Congreso tienden a premiar a los senadores o diputados que se abren y forman nuevos bloques, así sean microemprendimientos familiares. Se los dota de más asesores, se les concede a los presidentes más tiempo para exponer en las sesiones.
La ciudadanía no es muy celosa frente a peculiaridades institucionales autóctonas, como ésta. No las juzga aisladamente o sólo por sí mismas. Las valora en función de su empatía política con el itinerante en cuestión: si acuerda con sus posturas, aprueba. Si deplora su nueva camiseta, lo fulmina.
El régimen electoral nacional es generoso con las minorías, que pueden acceder al Congreso con porcentajes bajos de voto, comparados con los exigidos en otras latitudes. Desde el tres por ciento de los sufragios válidos emitidos en cada distrito, se puede soñar con una banca. La amplitud es valiosa, cree el cronista, pues permite un cierto pluralismo. Pero la diversidad, en tal caso, la resuelven los ciudadanos. La policromía de las Cámaras es distinta, menos estimable: depende de los vaivenes de los políticos, que buscan su destino y pueden cambiar de monta más de una vez en cuatro años.
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Un deporte matemático atrae adictos en la dirigencia política. Por motivos evidentes, sus cultores más entusiastas son los kirchneristas, pero nadie se priva. Se especula (con base en los resultados de las Primarias Abiertas) sobre cómo quedarán conformadas las Cámaras después de octubre. El único cálculo exacto (aunque, ay, virtual) es tomar las cifras de agosto y ponderar cuántos diputados y senadores entraría cada partido, si se repitieran. Con los senadores las proyecciones pintan para ser más certeras, si no hay virajes rotundos en octubre. Se eligen dos por mayoría y uno por minoría: es verosímil que octubre calque a las primarias, máxime en provincias en las que hubo grandes diferencias. Pero en la Cámara baja fluctuaciones relativamente pequeñas podrían generar variaciones relevantes. Así que las profecías son aproximaciones, especulaciones racionales.
La apertura del libro de pases, tradicional entre justicialistas, puede cambiar pertenencias entre los legisladores que siguen, he ahí otro escenario abierto.
Operadores oficialistas y opositores concuerdan en sus vaticinios, aunque los primeros hablan fuerte y los contreras susurran. Se intuye que el oficialismo estará cerca del quórum propio, sin alcanzarlo. El cronista ahorra revolear números, no por de-samor a la timba, sino por considerarla exótica en ese espacio.
Algunos aliados u opositores críticos pero no cerriles pueden servir para garantizar un dominio perdido durante todo el mandato de Cristina Kirchner. Se le complicó ya a principios de 2008 merced a las borocoteadas..., perdón al pundonor republicano de peronistas federales y varios radicales K. Más adelante, por el cambio de elenco producido por la elección de 2009.
Solá cuenta con algunos aliados, algunos muy leales. Conservará un bloque pequeño, aunque no desdeñable en el febril poroteo que antecede a cada votación. Puede acontecer que alguno de sus aliados doble su apuesta y se sume al FpV, sin ambages. Pero también “el espacio de Felipe”, vaticinan baqueanos operadores K, puede servir de transición desde las enconadas bancas federales a un sector más dialoguista y sistémico con el Gobierno. Ya hay diputados analizando ese delicado atajo: la línea recta no es siempre el camino más rápido en política.
En 2010, Solá se negó a aprobar el Presupuesto, como le pidiera el titular del FpV, Agustín Rossi. Ahora, con el Presupuesto 2012 recién entrado, podría ser distinto, calculan cerca del Chivo.
El afán de Felipe ya no es ser el más furibundo integrante del “Grupo A”, sino diferenciarse de su dirigencia. El ex gobernador viene diciendo, desde el fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, que sintoniza un cambio de humor colectivo y una percepción favorable hacia la Presidenta. Tratará, aduce, de acompasar con la mayoría popular.
Entre tanto, conversa con el gobernador Daniel Scioli, más a menudo que con cuadros o funcionarios kirchneristas. Quizás haya un puente de plata para dirigentes “felipistas” en el gabinete provincial. Scioli advierte que el ministro Julián Domínguez y su candidato a vicegobernador Gabriel Mario-tto ya están “armando” para relevarlo en la provincia. El gobernador necesita contar con aliados de todo pelaje para ir contrarrestándolos. Solá es una pieza en esa interna, prematura pero ya lanzada.
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Los radicales prometieron prestarse a votar el Presupuesto, en declaraciones periodísticas y en diálogos con sus colegas kirchneristas. Estos, empero, dudan. Varias razones los inducen a incurrir en la jactancia de los intelectuales, repasémoslas. La presión mediática (que sobrevendrá, seguro) suele disuadir a los correligionarios. Su afán de tener una victoria, así sea mínima, en un contexto adverso podría persuadirlos para la ley de leyes en general y empiojarla en el debate particular. Si el debate, como todo indica, pasara para después de las presidenciales, habrá que ver cuánto “pegan” en el bloque (en su unidad, en sus liderazgos, en sus tácticas) las internas posteriores al escrutinio. La lógica es que el impacto sea grande... lo que, en la coyuntura, equivale a imprevisible.
El oficialismo atraviesa un período de gracia, pero la integración de las Cámaras es la que empastó casi todas las leyes desde 2009. Seguramente, la táctica preferida será esperar hasta después del 10 de diciembre a su nuevo contingente. En materia presupuestaria, tal vez se pueda llegar con dictamen de comisiones y luego sacarlo sin mayores sobresaltos.
Otros proyectos, otrora ruidosos, hibernan en silencio. Uno es el de la producción de papel para diarios. Tiene dictamen aprobado en Diputados, para el oficialismo sería un éxito aprobarlo en esa Cámara después de las elecciones. Un K auténtico y relevante se extasía: “Dos golazos a Clarín en pocas semanas”. Pero el pesimismo de la voluntad lo reconduce a la cautela: “Claro que sería un desastre ir al recinto y perder, desluciría la victoria electoral”. La sensatez, el camino intermedio, podría ser esperar a después del 10 de diciembre. Y reposicionar el proyecto en extraordinarias o aun en las ordinarias de 2012, que se espera comenzar con viento de cola. Político, se entiende.
Entre tanto, Alberto Rodríguez Saá y Francisco de Narváez coquetean (políticamente, se entiende) en público y especulan con aliarse. El sanluiseño ve en el espejo al futuro líder del Peronismo Federal. Una hipótesis verosímil si se “hojean” las trayectorias de Eduardo Duhalde, Carlos Reutemann, Mario das Neves y Felipe Solá. La talla del Peronismo Federal remanente, que tantas ilusiones opositoras (anche gorilas) azuzó años atrás, la determinará el veredicto de las urnas.
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