Jue 13.10.2011

EL PAíS  › MARíA ISABEL “CHICHA” CHOROBICK DE MARIANI DECLARó EN EL JUICIO SOBRE EL LLAMADO “CIRCUITO CAMPS”

“Espero que de acá salga algo de verdad”

La mujer, que busca a su nieta Clara Anahí, desaparecida durante la última dictadura, desestimó una versión de Etchecolatz acerca de que la niña estaría muerta. “Lo tengo que acusar a él de haberme torturado durante 35 años”, dijo.

› Por Alejandra Dandan

Perdió el bastón apenas pudo sentarse. Los ojos casi ciegos con enormes lentes negros no le permitieron ver a Miguel Etchecolatz, sentado atrás, respirándole en la espalda. Ochenta y siete años, 35 para cambiar indicios en certezas sobre la vida de su nieta. “¿Qué les costaba abrir el libro y evitarnos este sufrimiento? Ejercitaron la tortura apretando siempre una tuerca más”, dijo María Isabel Chorobick de Mariani. “Como esto de que Etchecolatz dice ahora que mi nieta murió calcinada: ¿por qué no me lo dijo entonces? Yo lo tengo que acusar a él de haberme torturado durante 35 años, de intentar matarme, no me muero de puro fuerte que soy y de bronca y de necesidad de encontrar a mi nietita. Si yo la buscaba viva o muerta ¿por qué no me lo dijo? No creo que esté muerta, no creo en esa mentira.”

Chicha abrió con su declaración el debate de las audiencias que sucederán a partir de ahora cada semana en el teatro de la AMIA de La Plata. El juicio por los crímenes del “circuito Camps” tiene al represor Miguel Etchecolatz entre los acusados. Un fotógrafo de Diagonales de La Plata lo capturó el martes escribiendo una carta. Las fotos pasaron a la querella, que leyeron alguna indicación del ataque a la casa de la calle 30 y una línea en la que parece decir que Clara Anahí terminó carbonizada. Otra vez, como hace una semana, el ex comisario recurrió a la estrategia de información a cuentagotas para continuar la tortura. Chicha no durmió en toda la noche. Ayer, en medio de una trabajosa reconstrucción de su historia, con el cuerpo que la obliga a parar para alimentarse en ciertos momentos, los oídos casi sin escuchar, volvió una y otra vez a ese mensaje. “Yo la busqué muerta o viva, yo no voy a aceptar una comprobación así, cualquiera sea, mintieron a tantas madres que se fueron muriendo en el camino.” Porque los que estuvieron en los techos el día del operativo, dijo, están diciendo ahora que la nena está calcinada. “Se habla de la tortura de los campos de concentración. ¿Y la tortura psicológica? ¿Y levantarse cada día buscando un nombre con minuciosidad? ¿Se guardó esto? Y si fuera cierto, qué merece por la tortura que me hizo durante 35 años, día por día, noche por noche, porque lo que no lo creo, no creo que sea cierto, porque hay más gente que sí vio que la sacó a la nena.”

La declaración

El ex comisario permaneció a sus espaldas, sentado entre los presos como en una retaguardia política. Se quejó porque no escuchaba bien. La sala silbó. Chicha le sugirió que se le pusiera más cerca. Etchecolatz puso a su lado a su ex chofer Hugo Guayama, que alguna vez escribió una carta sobre el operativo. Una suerte de arrepentido que reveló nombres de quienes participaron del ataque, pero cuando tuvo que ratificarlo ante la Justicia falló. Al lado estuvieron Norberto Cozzani y Carlos “El Oso” García, también parte de la patota que se robó a la niña.

“Yo esperé 35 años este momento –arrancó la mujer–, creo que si hubiera sabido que después de 35 años, a los 87, iba a estar declarando todavía por mi nieta, me hubiera muerto, no lo hubiese soportado. Ha sido muy cruel todos estos años no saber, que me llenaran de mentiras. De manera que espero que de acá salga algo de verdad porque ya están circulando más mentiras, así que espero la labor del juzgado.”

Chicha describió el escenario del ataque a la casa de la calle 30, número 1134, el 24 de noviembre de 1976 a las 11.15 del día. “Nosotros éramos una familia alejada de la política, mi marido era director de orquesta, yo profesora del Liceo; los papás de Diana (Teruggi) eran dos científicos que trabajaban en el museo. Mi hijo era licenciado en economía con ansias de mejorar las cosas, Diana estudiaba humanidades y había cursado el último año: ésa era la familia que tanto ha sufrido y que tantos embates tuvo en la vida.”

Diana y Daniel vivieron en esa casa, nació Clara Anahí, montaron una empresa para criar conejos y ahí funcionó la imprenta de Evita Montonera. “Yo sabía de la militancia pero no sabía lo de la imprenta: el crimen que cometían porque expresaban sus ideas.” Un mes antes del ataque, la imprenta divulgó la existencia de torturas en la ESMA, el centro clandestino y que se tiraban prisioneros al río. “Se ve que eso los llevó a tan cruento ataque que hasta hoy nadie se olvida en el barrio y ni creo que en la ciudad de La Plata.”

En cada declaración desde entonces, Chicha cuenta que lo primero que pensó es que todos estaban muertos: su nuera, cuatro compañeros y su nieta. “Y yo sólo quería morirme”, dijo ayer. Luego encontró dato a dato con una vecina, con curas que luego la corrían a los gritos. Con un comisario. Versiones que cuando llegaban del lado de la policía confirmaban la muerte contra versiones de vecinos que aseguraron que los policías sacaron a su nieta con vida. Veinte años después, un vecino le dio el audio del operativo. Lo grabó con un micrófono desde una ventana. Ayer la sala lo escuchó: “Sólo una parte porque nunca lo saco entero porque es tan íntimo, tan espantoso y me duele tanto”. Y dijo: “En un momento pían los pájaros en los árboles escapando de los tiros, y yo tengo una relación especial con los pájaros: me hace mucho mal pensar que ahí estaban mi Diana y Clara Anahí”.

Tuvo muchas pistas a lo largo del tiempo de que la nena vivía, dijo. “Esto lo he sufrido treinta años: van y vienen las informaciones. Hay de todo, también allanaron mi casa. Me interrogaron. No he hecho nada más que trabajar por la justicia todo el tiempo, yo aporto y se investiga, pero la investigación a fondo para saber qué pasó con mi nieta no se ha hecho nunca. No sé cómo estoy viva, la verdad, porque hay demasiados dolores: el 1º de agosto del ’77 mataron a mi hijo, lo capturaron también.”

Dos minutos, pidió Chicha. “Yo no lloro ya, pero parece que hoy sí.”

El hombre que todavía puede decir algo

En las indagatorias de la semana pasada no hablaron todos los acusados, pero lo hicieron los cuadros más importantes. Hablaron Etchecolatz y Jaime Smart, el ex ministro de Gobierno, civil a cargo de la policía. Y en la línea de mando siguieron el Oso García y Cozzani. Ambos dijeron más de lo que las querellas esperaban. Descargaron responsabilidades en otros de sus compañeros en casos como el operativo de la calle 30, el secuestro de Jacobo Timerman y los Graiver. Las querellas creyeron advertir en esas palabras el comienzo de una posible resquebrajadura interna. Una grieta. Un espacio al que ayer Chicha pareció apuntar.

“Un día recibí una carta de Guayama”, dijo. “Ya estaba preso, me decía que con el sufrimiento de tanto tiempo había recordado cosas. Dio nombres. Habló de Fiorillo. El Oso García. Yo me alegré porque al fin sabíamos algo. Después lo desmintió. Mientras tanto, la concubina fue a la Comisión por la Memoria porque Guayama se estaba muriendo y creo que lo estaban matando como a tantos dentro de Marcos Paz. Yo me pregunto si se ha hecho la autopsia de los que se murieron ahí.” Chicha pidió en ese momento que sacaran a Guayama de ahí. “Un día supe que estaba flaquísimo y muy mal y lo mandaron a Olmos al pabellón de evangélicos: ahí está muy bien, también es cierto que dice una cosa y la desmiente. Yo le pediría a Guayama que de una vez por todas en su vida diga la verdad, que deje de sentirse influenciado o amenazado. No lo mataron, tiene un hijo, que diga la verdad, que deje de tenerle miedo a Cozzani o a Etchecolatz. Yo sigo confiando porque creo que es un pobre hombre y no es malo. Es una intuición, pero por eso me atrevo a decir eso al jurado.”

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