EL PAíS › OPINION
› Por Alejandro Kaufman *
Los spots publicitarios aplicados a las campañas electorales no informan acerca de los efectos producidos sobre el votante, pero nos hablan de quienes los emiten, y disponen un mosaico que algo nos dice sobre el ámbito político en general. Prevalecen en ellos los abordajes retóricos y emocionales, como es lo esperable del género. Si consideramos las diferencias que exhibieron entre las primarias y las que hoy se celebran, advertiremos dónde está puesto un interés tan intenso como excluyente, dado que una vez abrumadas las urnas por una mayoría que para muchos fue inesperada, el clima general se enfrió y emergió un estado de aparente tranquilidad. Este cambio del ánimo es más elocuente sobre las instituciones políticas argentinas que muchas palabras tan pródigas.
La certidumbre es una cualidad propia de las condiciones institucionales. La precariedad general de nuestra institucionalidad democrática encuentra su remedio en variables lineales y simplificadas. Se disputa sobre todo un punto localizado al que se atribuyen todas las virtudes y defectos. No está escrito que si la presidencia ha sido ya prácticamente anticipada por las primarias, entonces los ánimos deban declinar del modo en que lo hicieron. En espejo, la pasión celebratoria no se debe solamente a las buenas razones sustentadas por tantos logros, sino también a las perspectivas de continuidad próxima en el camino emprendido. Las condiciones efectivas y reales de nuestra institucionalidad se verifican en tales esperanzas y actitudes.
Por ello es interesante advertir la respuesta que los spots opositores presentaron ante el nuevo escenario. Ante todo, perdieron la homogeneidad que permitió antes especular con la primera letra del alfabeto para resumir el talante opositor. Las voces del centroizquierda se elevaron un poco para destacar diferencias que con anterioridad se habían declinado. Observamos por lo menos tres actitudes diferentes, sin intención exhaustiva.
Los centroderechas recurrieron a la suscitación de los climas emocionales característicos de la hegemonía mediática disolvente: ira y temor. Fueron los más inclinados a invertir todo el esfuerzo en el pánico moral, inútil para sostener resultados sin mayores expectativas, sino antes bien mensaje destinado a un futuro más mediato. No es un presagio conjeturar que recorrerán –seguirán recorriendo– ese camino.
La izquierda adoptó un tono con el menor relieve posible, concentrado en una apelación de tipo gremial-sindical, a fin de no mostrar flancos irritativos.
El progresismo asumió un tono de pureza, destinado por elusión a señalar lo contrario en las mayorías. La premisa en este caso es funcional al pánico moral mencionado, pero de manera indirecta, sólo por consentimiento implícito, dado que la propia pureza, expresada como impasibilidad y quietud, remite al carácter maldito del hecho que conmueve a las multitudes, y que hasta que no logremos colectivamente absolver, nos mantendrá en la precariedad institucional cuyo fundamento requiere la posibilidad mínima de reconocernos en lo común, superando las demonizaciones.
* Profesor en Teoría de la Comunicación y la Subjetividad. Ensayista y crítico de la cultura.
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