EL PAíS
Las Asambleas mantienen el QSVT en las elecciones
QSVT son las siglas de “Que se vayan todos” y servirán de consigna para los asambleístas que repudian la convocatoria electoral. Se verá tanto en carteles como en boletas truchas.
› Por Irina Hauser
Si hay algo que angustia a montones de argentinos, lo digan o no, es la sola idea de entrar el próximo 27 de abril al cuarto oscuro y encontrar boletas con los mismos nombres de siempre. Las asambleas barriales, promotoras del “Que se vayan todos” e igualmente perturbadas porque ninguno se va, son en estos días un hervidero de ideas y debates que apuntan a definir cómo se plantarán ante las elecciones presidenciales. Aun en la diversidad de propuestas, hay una convicción compartida: el rechazo rotundo a los comicios, equiparables –dicen los caceroleros– a una farsa y una trampa. Hay quienes apelarán al voto nulo, a través de boletas propias de las asambleas, otros se abstendrán y unos pocos hablan del voto en blanco. La expresión del boicot se completará con acciones de desobediencia civil y una contracampaña previa activa.
Si se cumplen algunas de las acciones previstas, los días que precedan a la elección habrá fajas con la sigla QSVT (Que se vayan todos) sobre los afiches de los candidatos y narices de payasos sobre sus rostros fotografiados. También circularán panfletos para pensar. Una posibilidad es que el 26 de abril haya cacerolazos y corsos carnavalescos en los barrios, y que el domingo de la votación las asambleas se reúnan por todas partes y/o en una Gran Asamblea Popular en Plaza de Mayo (ver aparte).
Los lugares donde se realizan los encuentros de debate son significativos en la medida en que simbolizan muchos de los reflejos ante la crisis acuñados después del 20 de diciembre de 2001: viejas sedes bancarias, empresas quebradas y ahora recuperadas o edificios de antiguas empresas públicas en los que las asambleas suelen dar de comer y ofrecen talleres comunitarios.
Ser o no ser
En una mesa de trabajo un lunes a la noche en Grissinópoli, una empresa autogestionada, hay asambleístas barriales que garabatean iconos y frases intentando traducir sus convicciones. “La verdadera democracia está en las calles”, escribe alguien junto al dibujo de un enjambre de micrófonos. “No los vote, bótelos”, se lee al lado de un símbolo de tacho de basura. “Elegimos elegirnos”, se desprende de dos manos que alzan un ladrillo y una palita. “Una vez más nos quieren hacer boleta”, es la advertencia que termina impresa en volantes que se repartirán entre los vecinos. “Yo voto, tú votas, nosotros votamos, vosotros votáis, ellos nos traicionan”, recita un cacerolero.
Hasta ahí todo el mundo de acuerdo, o casi. Los dilemas aluden a otras cuestiones que, en buena medida, también hacen a la identidad de las asambleas. ¿Por qué ir a votar o por qué no ir a votar? ¿El problema son estas elecciones o cualquier otra? ¿Cómo se puede generar cambios? ¿Desde adentro del sistema político o desde afuera de él? ¿Incorporándose al aparato estatal o a través de contrapoderes descentralizados? Complicado, pero el sólo dedicarse a pensarlo suena a signo de vitalidad.
En la fábrica de grisines de Chacarita, Mabel, rubia y con pantalones largos, sincera ante los demás una discusión que se da en muchas asambleas: “En la de mi barrio –dice– varias personas no acuerdan con no ir a votar aunque estén en contra de las elecciones. Prefieren impugnar o votar en blanco. Me parece que el autonomismo genera huecos y miedos, no tenemos esa tradición en nuestras prácticas políticas y, en todo caso, hay que pensarlo a largo plazo. Propongo incorporar igual a aquellas personas”. Entre los quince presentes nadie dice “no”, pero no falta quien quiere sellar a fuego su postura.
–El sistema no va a cambiar poniendo un papel en una caja de zapatos. Como dice Galeano, si las elecciones sirvieran para algo ya las hubieran prohibido. Yo nunca voy a votar, pero entiendo al que quiere hacerlo por miedo o porque siente obligación –sentencia Ramiro, corpulento y de voz resonante, de la asamblea de Oro y Güemes.
–El poder no se construye a través del sistema electoral sino por fuera –redobla Jorge, de la asamblea de Plaza de Mayo.
En una reunión enorme de domingo a la tarde, en el Bar Alameda, recuperado por la asamblea de Lacarra y Directorio, una comisión se aboca específicamente a las cuestiones de “política institucional” y acuerda mandar a imprimir miles de boletas que no llevarán ningún candidato sino el sello QSVT, el dibujo de una cacerola y frases como: “Por una democracia participativa y formas directas de gestión política”, además de “no a los que arruinaron el país, que se vayan todos y que no vuelvan nunca más”.
Eduardo, flaquito y de bigotes, de la asamblea de Bajo Belgrano, muestra un ejemplar y explica: “Voto nulo, poniendo en la urna esta boleta, es lo que consensuamos en este grupo, es nuestra forma de repudiar y de hacer un gesto político como asambleas”. En esa misma reunión, organizada por las llamadas asambleas autónomas, hubo gente de barrios pobres que relató presiones de los punteros políticos que les dicen que si no muestran el sello que indica que fueron a votar, les cortan los planes sociales. “A quienes mencionaron ese problema, que mucha otra gente padece, ir a votar con una de estas boletas les soluciona el asunto”, añade Eduardo para luego volver a su análisis. “Participar de las propuestas electorales sería legitimar una elección que desconocemos por sus características. (Eduardo) Duhalde convoca a elegir sólo presidente sin renovar el Congreso para que se queden todos”, dice.
De la megaasamblea en Parque Avellaneda quedaron algunas cuestiones organizadas y nuevas preguntas abiertas. Un representante de la asamblea de Villa Real, por ejemplo, preguntó si el boicot electoral se mantendría en los comicios porteños. Eso derivó en un nuevo cronograma de debates. “En Capital se renueva todo, no sólo la Jefatura de Gobierno, así que deberíamos revisar nuestra posición para ese entonces”, planteó Gustavo, de la asamblea 20 de Diciembre. “Algunos estamos empezando a pensar que deberíamos participar de esas elecciones conformando un frente de, por ejemplo, asambleas y fábricas recuperadas, presentando candidatos propios. Para frenar la derechización, las asambleas tenemos que intervenir políticamente. No comparto la idea de que los contrapoderes harán que el sistema caiga por peso propio. Pueden servir para reconstruir confianza y modelos alternativos, pero eso no basta”, remata.
Más allá de los matices, quizá, como dice Pablo, de Zapiola y F. Lacroze, en las elecciones presidenciales “se juega mucho para las asambleas y todos los movimientos autónomos” en la medida en que podrán “ganar espacio, legitimidad y poder, o también perderlo”. Por ahora se las ve y escucha como usinas permanentes de proyectos e invitando a que el repudio a los comicios sea palpable y activo.
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