EL PAíS › OPINIóN
› Por Luis Bruschtein
El triunfo arrasador de Cristina Kirchner escribe hacia adelante, pero también hacia atrás. Resignifica una historia. Crea un clima, la sensación de que el que se quedó fuera no participó en uno de los principales relatos políticos de la democracia argentina. Cristina se convirtió en la presidenta más votada desde el retorno a la democracia, en la presidenta que sacó mayor diferencia a sus competidores en toda la historia del país, en la cabeza del único proyecto político que fue votado por tercera vez consecutiva en toda la historia de la democracia argentina.
Hay una resonancia poderosa en esas marcas. La cantidad no da la razón, pero se la quita a las lecturas cerradas de la oposición. Tiene que obligar a la reflexión, a buscar nuevas explicaciones, nuevas conclusiones sobre los hechos, por lo menos a no negarlos. El gobierno que reestatizó las jubilaciones en un acto estratégico de soberanía y justicia social no puede ser la continuidad del menemismo, como dijeron. El gobierno que anuló la legislación de impunidad y encarceló después de tantos años a los criminales de la dictadura no puede ser la continuidad de la impunidad, como se dijo. El gobierno que se hermanó con otros gobiernos populares de la región e impulsó un proceso de integración como nunca antes en Sudamérica no puede ser el gobierno de los aislados. Todas esas explicaciones y muchas más fueron pompas de jabón.
Y es más, el que alguna vez soñó con meter presos a los asesinos, con participar en un proceso de unidad de los pueblos latinoamericanos o con darle capacidad de decisión soberana al Estado frente a las corporaciones y los organismos financieros internacionales, el que soñó todo eso y más, pero se quedó a un costado, se quedó a un costado, perdió el tren de la historia abollado, sucio y repleto de pasajeros. Las oportunidades de la vida siempre son imperfectas, como se lamentan las solteronas.
Escribe hacia atrás, resignifica, y donde había supuesta cooptación de tradiciones y culturas, hay continuidad, por ejemplo. “Somos de la gloriosa, Juventud Peronista(...) y a pesar de los golpes, a pesar de los muertos, de los desaparecidos, no nos han vencido”, fue la primera canción que recibió Cristina al entrar ayer al bunker del Intercontinental. Lo que parecía cooptación era un puente, el espíritu de una Argentina rebelde, noble y generosa que encarnó en una generación masacrada y repudiada, que encontraba un lugar, se completaba en la historia, cerraba su propia tragedia en una continuidad que para esa generación es culminación, la paz de encontrar la posta que la contiene y la continúa.
Eso que se resignifica hacia atrás abre ventanas al futuro, remueve conciencias, atrae a las Madres, crea enemigos de poder, pero compromete, tiene costos políticos pero conecta con las nuevas generaciones. Crea el vínculo dorado con la juventud y la proyección en el tiempo. Tuvo la capacidad de provocar el reconocimiento tan difícil y exigente de los jóvenes. Reconocer a aquellos jóvenes del pasado fue uno de los pilares del puente hacia los nuevos jóvenes. Es la única fuerza que promovió a la política a hijos de desaparecidos, a nietos restituidos, que dio protagonismo a las Madres y eso la diferencia de otras fuerzas de centroizquierda. Ninguna otra fuerza progresista o de derecha lo hizo. Ni siquiera la izquierda que, por el contrario, disputó espacios con ellas. Nadie quiso reivindicar a una generación, algunos escuchaban a las Madres, pero las mantenían lejos, no se mezclaron, ninguno les ofreció que fueran parte de ellos, porque nadie quiso comprometerse con sus reclamos ni contagiarse la lepra setentista.
Son decisiones que tienen consecuencias. En este caso fue avanzar contra el sentido común de una época y eso les evitó caer cuando se derrumbaron esos axiomas de la posdictadura. Ese paso que parecía al vacío creó ciudadanía porque derrumbó los mitos del miedo y los implícitos que perduraban de la dictadura, y porque fue salir del discurso progresista para ser progresista en la acción política, algo que hasta entonces parecía imposible. Son méritos que otras fuerzas progresistas deberán esforzarse para alcanzar y superar.
El significado histórico de esa catarata de votos abarca también al espíritu de aquella generación masacrada y repudiada, la incluye, nadie la aparta. Está votando también ese espíritu y eso es construcción de ciudadanía porque es reparación a una generación que fue lo que la sociedad quiso que fuera y que después le dio la espalda. No están votando a las organizaciones políticas de los ’70, sino a una generación que fue protagonista, víctima y producto de una circunstancia histórica. Es un voto que respalda los juicios y la cárcel a los asesinos de la dictadura. El kirchnerismo fue la fuerza política que lo hizo y fue la fuerza que se votó.
Este recorrido que hace el kirchnerismo a través del movimiento de derechos humanos lo repitió a través de todos los nuevos relatos de la Argentina de los últimos treinta o cuarenta años. Tanto el movimiento de los derechos humanos como el de los piqueteros y desocupados, como el de los nuevos trabajadores y los sindicatos combativos, impulsó políticas democratizantes de igualdad de género y antidiscriminatorios de los pueblos originarios y creó ciudadanía por esos caminos. Dio espacio, abrió lugares, mucho antes que alguna otra fuerza se diera cuenta. Todos esos movimientos fueron representados en las listas del Frente para la Victoria, mientras la oposición seguía tratando de pensar que enfrentaba sólo al viejo tronco justicialista heredado del menemismo.
Esa dificultad para ver la transformación que se producía en el kirchnerismo que estaba generando todas esas aperturas, y ver el espejismo de una imagen congelada en el pasado fue la misma dificultad para entender su incapacidad de dar cuenta de una sociedad nueva. Una sociedad que cambió desde la dictadura y los ’90, hasta la crisis del 2001-2002 y las gestiones kirchneristas.
Hay una sociedad nueva, que tiene sus nuevos relatos, que nunca son generales, pero que son tomados por el conjunto para formar el nuevo mosaico. Ese mosaico apenas se ve reflejado en las fuerzas políticas de la oposición. Sin un respaldo mediático que fue cuestionado y relativizado, la oposición se reveló esquelética como a través de una máquina de rayos X. Esa fue la imagen que revelaron estas elecciones. Estas fuerzas no dan cuenta del nuevo país o no han sabido integrar a su discurso esa realidad cotidiana, aunque a veces puedan sentirla.
El resultado escribe hacia adelante porque demuestra que esa política económica, cultural, social, internacional y demás fue aceptada, generó consecuencias positivas que la sociedad pudo percibir. Esa retrospectiva está diciendo entonces que es sobre esas políticas que se tiene que insistir y profundizar. Se resignifica el futuro porque la experiencia del pasado permitió la concepción del proyecto o del modelo o de la propuesta, como se le quiera decir. Es el modelo que surge de una experiencia y que se consolida por la aprobación de la sociedad en esta elección abrumadora. Es un proceso que se da muy cada tanto, que tiene todas las condiciones para que cuaje una experiencia política que trascienda en el tiempo. Y la mejor forma de ayudar a su trascendencia en el tiempo y en un territorio bien definido en el campo del progresismo nacional y popular será que la oposición asuma, como lo viene haciendo, la misma actitud que tuvo con el primer peronismo. El kirchnerismo podrá meter la pata, pero aun así tendrá garantizada su supervivencia con una oposición que vive metiendo la pata.
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