EL PAíS › OPINIóN
› Por Alfredo Zaiat
Puede ser que sea sólo una palabra, sin importancia en el fondo y que lo relevante sea el contenido más que la forma de expresar una gestión de gobierno o un proyecto político. Es una palabra que se ha generalizado en el discurso político desde la irrupción del neoliberalismo y por eso hace ruido en estos momentos de crisis de paradigmas del pensamiento conservador. “Modelo” es el concepto que pretende resumir todo. Es cierto que es una idea abarcadora entendible para todos. Para estar a favor o en contra. Fuerzas de la oposición propusieron cambiar el modelo, con escasa aceptación del electorado de acuerdo con los resultados difundidos anoche, mientras que el oficialismo ofreció a la sociedad su continuidad con mensajes amplios de profundización, consiguiendo un acompañamiento asombroso en las urnas.
El concepto modelo seduce a vertientes dominantes de la formación de economistas. Por eso lo enseñan con características de diversos tipos a lo largo de la carrera, incorporando esa idea del equilibrio general de la economía, cuyo objetivo es alcanzarlo mediante iniciativas precisas e instrumentos determinados, lo que derivaría en un estado de bonanza y estabilidad. En esa instancia no se debería hacer nada para no alterarlo dejando que funcione en un círculo virtuoso. Con reglas ya conocidas, institucionalizadas se propone, la situación se presenta como el estado ideal. El predominio de la economía sobre la política durante décadas ha provocado el traslado de ese concepto idílico al discurso habitual en el espacio público.
Sin embargo, se sabe que la economía es un poco más compleja que un esquema de ecuaciones matemáticas, y que el desequilibrio es el rasgo dominante por la intervención de factores imprevistos como también cuestiones sociales y políticas que no pueden ser encapsuladas en una idea de modelo. No es un esquema que tranquilice los espíritus de quienes se ilusionan con equilibrios inalcanzables, pero así se desarrollan las sociedades. No es con modelos cerrados e inmutables, sino con objetivos de política económica, e instrumentos en función a cumplir esas metas, que va delineando la base para alcanzarlos, como el de sostener un crecimiento a tasas elevadas que permiten generar empleo e inclusión social. El blog Finanzas Públicas lo explica del siguiente modo: “Este Gobierno tiene como objetivos el empleo y el mercado interno, y con eso en foco va generando medidas y reformas de acuerdo con las posibilidades que aparecen en cada escenario o que se va construyendo de acuerdo con la correlación de fuerzas”.
No se trata entonces de un “modelo”, como les gusta definir a economistas del establishment, sino que el objetivo del kirchnerismo ha sido marcar y consolidar un proyecto político diseñando una “estrategia” para transitarlo. Plantearlo no significa un compendio preestablecido para aplicar por quienes dirigen la política y la economía, ni un plan de mediano plazo y menos aún un catálogo de medidas inmediatas. Es la proyección de un rumbo para el país, donde se identifican los principales problemas sociales de cada momento histórico, así como las diferentes posibilidades económicas para superarlos de acuerdo con valores y prioridades que se instrumentan a través de líneas de acción política. Así pensado, el kirchnerismo no es un modelo, como pretende encerrarlo en forma mezquina el saber convencional, como tampoco lo fue en su momento cuando se desplegó el Estado de Bienestar, el peronismo o el desarrollismo. Definir al kirchnerismo simplemente como un modelo sería acotarlo frente a la riqueza de matices, complejidades y fortalezas de un rumbo político que ya acumula ocho años y medio y va para cuatro más luego de haber tenido ayer un extraordinario apoyo popular en las urnas.
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