Mar 25.10.2011

EL PAíS  › OPINIóN

Con los diarios del lunes

› Por Mario Wainfeld

La táctica electoral del Frente para la Victoria en 2007 estuvo dominada por una hipótesis: “Hay que sumarle votos a Cristina”. La idea era lógica, porque Néstor Kirchner tenía una intención de voto superior a la actual presidenta reelecta y era prudente proponerse ganar en primera vuelta, acumular el 45 por ciento del padrón. La movida se implementó con una amplia búsqueda de alianzas, que incluyó una de las coaliciones más ambiciosas de la historia reciente, la Concertación Plural. Para sumar, Kirchner debió ceder a sus aliados. Lo hizo con los peronistas, a quienes dejó tener preeminencia en las listas de legisladores nacionales, aunque sin dejar de dar batalla y hacer guerrilla para colar “fuerza propia”. Con los radicales K el diseño fue pragmático y versátil, en aras del objetivo principal: la presidencia. En Mendoza, dejó que floreciera un peronismo alternativo con Celso Jaque a la cabeza, que destronó a la fórmula de la Concertación, dejando de garpe al candidato de Julio Cobos y a sus laderos kirchneristas. En Río Negro, ante una situación similar hubo un desenlace local diferente. La Casa Rosada no se jugó a fondo por el presidente del bloque de senadores nacionales del FpV, Miguel Pichetto. El resultado fue inverso al de Mendoza: triunfó el radical K Miguel Saiz. Se pagaron costos internos con aliados en los dos territorios, pero se resolvió “la contradicción principal”: Cristina Kirchner congregó una carrada de votos. En 2011, la campaña estuvo signada por una idea distinta: la dueña de los votos era Cristina Kirchner, quien no precisaba conceder ni esperar ayudas especiales de los líderes provinciales. La Presidenta alentaba esa convicción, que se corroboró en agosto y ayer. Desde las Primarias Abiertas eso parece una obviedad pero no lo era, ni mucho menos, a principios de este año. Por el contrario, la idea fuerza de CFK era un razonamiento muy lanzado y bastante enfrentado al “sentido común” de la dirigencia peronista.

La Presidenta contaba con una ventaja relativa: su candidatura era imprescindible para el FpV porque ningún otro dirigente garantizaba unidad ni competitividad. Cristina Kirchner le sacó el jugo a ese recurso, exprimiéndolo hasta la última gota. Se lo espetó a Hugo Moyano en público, también lo difundió en un sonado acto en José C. Paz (“no se hagan los rulos”). La señal no significaba que renunciaría a presentarse sino que lo haría fijando sus propios términos.

El problema era que la candidata no sólo debía serlo, también tenía que vencer a la oposición. Tener candidatos leales es funcional... si éstos entran al Congreso. Si se quedan en el dintel, pierde la gracia. Ahí brotaba un dilema: ¿dejar meter baza a los aliados con candidatos supuestamente taquilleros o poner “tropa propia” confiando en su capacidad de arrastre? La primera opción iba en pos de tener más volumen electoral, la segunda de contar con lealtades más firmes que en 2008. El conflicto con “el campo” dejó sus huellas y sus enseñanzas.

La mandataria dobló siempre la apuesta, jugando bazas muy audaces, por ejemplo en La Pampa y en Córdoba. Sonaba entre arriesgado y suicida no pactar con Carlos Verna y José Manuel de la Sota, así se obró. El saldo fue fructífero, pero podía fallar.

Con esa convicción, dicho sea como apunte lateral, Cristina Kirchner pudo suplir la ausencia del ex presidente, operador activo y omnipresente. Comprendió mejor las virtualidades del escenario, impuso su voluntad, simplificando las tratativas. Pagó varios costos en el camino, como quedarse sin postulante para la gobernación de Córdoba.

La Presidenta corroboró su percepción original, más aguzada que la de sus aliados, sus adversarios y terceras personas, como este cronista, en aquel entonces. Ahora recoge todos los frutos y potencia el veredicto electoral. Pudo haber otro desenlace, la política es siempre incertidumbre y en cada encrucijada uno puede extraviarse.

Sola lo hizo, sin doble comando. Si terminaba mal, habría pagado todos los costos.

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Mendoza, un seminario ahí: Lo sucedido en Mendoza en los últimos años da para un seminario, más que para unas líneas en un artículo periodístico. Vayan éstas como un aporte módico a ese debate, por ahora virtual. Los antecedentes se conocen. La provincia parecía pan comido para el radicalismo, desde la fulgurante aparición de Julio Cobos en 2008, como figura nacional y presidenciable. En 2009, los boinas blancas golearon al PJ en las elecciones. La UCR sumó otro referente nacional: el senador Ernesto Sanz. Todo parecía a pedir de boca para el candidato a gobernador Roberto Iglesias, hasta que las Primarias Abiertas le contaron las costillas al diputado Ricardo Alfonsín. De nuevo: la vida te da disyuntivas. Iglesias debía optar entre ser orgánico y bancar al cabeza de lista nacional o desampararlo, llamando a cortar boleta, que fue el rumbo que eligió. El cronista cree que la lógica de la fidelidad partidaria exigía su sacrificio y no el del presidenciable. Alfonsín, claro, pensaba igual, pero no contaba con poder para imponerle su criterio.

Iglesias precisaba un formidable porcentaje de corte de boleta. Obtuvo bastante, no lo necesario. El domingo lo eligió un 29,8 por ciento del padrón, mucho más que el 11,15 que rasguñó “Ricardito”. No le bastó porque el candidato kirchnerista Francisco Pérez lo superó con el 37,23 por ciento. Muy distante, en este caso por abajo, de Cristina Kirchner, a quien eligió casi el 54 por ciento de los mendocinos. Queda patente qué referente traccionó para arriba al crédito provincial de su partido y quién lo tiró para abajo.

Una nueva confirmación de la estrategia de la Presidenta, que mencionó, como al desgaire, a Paco Pérez en su discurso en el Hotel Intercontinental. La oradora no lee, pero nada dice sin tenerlo elaborado: dejó constancia.

El notable desempeño de la lista de diputados en la Ciudad Autónoma, tradicionalmente hosca hacia el peronismo, fue otro ejemplo. Con el diario del lunes, todo cierra.

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Los que quedaron afuera: El diputado cívico Fernando Iglesias se puso bravo en la negociación de las candidaturas. Exigió ir segundo en la Ciudad Autónoma, detrás de su compañera de bancada Patricia Bullrich, amenazando con no participar en caso contrario. Fue enérgico y hasta despectivo con algunos aliados, se granjeó broncas variadas, pero impuso sus designios. De poco le sirvió, la Coalición Cívica ganó una sola banca en Capital.

Martín Redrado urdió una campaña personalísima, despegándose de Eduardo Duhalde. Confió en la fama ganada cuando “defendió” las reservas del Banco Central. Fue a comienzos de 2010, tuvo ahí su cuarto de hora de fama. Se ve que no leyó a Andy Warhol: casi dos años después está lejos del estrellato. Obtuvo menos votos que la magra cosecha del ex presidente, por lo que seguirá en la sociedad civil.

Mario Llambías, un aspirante estelar en el que confió la diputada Elisa Carrió en su viraje a compañeros de ruta de clases altas, fue otro candidato estrellado. El cuarto de hora de los agrodiputados, figuritas difíciles en 2009, entró en el pasado.

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Un Macri en la Academia Sueca: El decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo echa sapos y culebras contra su ahijado de tesis, el politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre la Argentina. Le remite un correo electrónico rajante: “Sus rendiciones de cuentas han sido rechazadas por la Auditoría de la Facultad, que averiguó qué es, en esas pampas, un albergue transitorio. Y las facturas de gastos de su auxiliar, la pelirroja progre, son extravagantes. Para colmo, usted me envía informes plagados de errores y omisiones. Le reclamé la lista de provincias argentinas y de todos los gobernadores. Miro por Internet la televisión autóctona y veo que ha omitido una, muy importante: Vicente López. Hubo elecciones ahí y ganó Jorge Macri, a quien los medios locales le han hecho innumerables reportajes. Ha de ser una figura de primer nivel que usted soslaya. Le exijo me informe sobre esa provincia: población, producción, flora, fauna. ¿La habitan pueblos originarios? ¿Qué porcentaje de coparticipación federal recibe?”.

Una cuota de razón tiene el decano: el intendente electo de Vicente López ha sido llevado en triunfo por los medios dominantes. Pero no es por la importancia de su distrito, sino por ser la rara avis blanca del domingo. El hombre (que a diferencia de su primo habla castellano de corrido) es uno de los pocos aspirantes “A” que se pueden mostrar como ganadores.

Nuestro politólogo describe esa situación en un mensaje que trata de ser amigable. Se controla, porque está de muy mal humor. Es que perdió de vista a la pelirroja, que era progre crítica y ahora es cristinista, durante los festejos en Plaza de Mayo. Su más que amiga le contó que le robaron el celular y que se fue a dormir a casa de una compañera. Pero el politólogo tiene entre ceja y ceja a un bombista de Berisso que le pegaba con furor al parche y que tenía unos bíceps mucho más marcados que los de cualquier científico social.

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La marcha de la bronca: Los medios hegemónicos, en efecto, están fuera de foco. Y de sí. No interpretaron fenómenos palpables, como el Bicentenario, el sepelio de Néstor Kirchner, las adhesiones de artistas, intelectuales y jóvenes al oficialismo. Menoscabaron lo evidente y se llevaron una (a esa altura desproporcionada) sorpresaza en agosto. Lo más grave es que su visión distorsionada contagió a políticos de profesión, que deberían tener el ojo más aguzado y las antenas más alertas.

Lo sucedido debería inducir a los críticos de los medios a repensar acerca de su capacidad para imponer la agenda o dominar el escenario en democracia. El caso de Elisa Carrió es sintomático y daría para un par de seminarios o, por la parte baja, una tesina. Habría que hacer la cuenta de cuántos votos perdió Lilita en cada reportaje obsequioso que le ofrecieron en bandeja, como un pase-gol, en estos cuatro años. La falta de tangencia con las percepciones sociales es una dificultad severa para conquistar voluntades.

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¿Se acabó la timba? De tanto discurrir sobre apuestas y juegos, al cronista le entra morriña. El fin del ciclo electoral cierra la saludable costumbre de organizar apuestas o “pollas”. El cronista enaltece esos lances porque fomentan la sociabilidad y la circulación del dinero puede fungir como incentivo keynesiano a la demanda. Para reparar en parte la falta propone una apuesta para días venideros. ¿Qué diputada abandonará antes al partido con el que entrará a la Cámara en diciembre? ¿Graciela Ocaña o Patricia Bullrich? La Cívica Pato podría ser favorita porque amaga hacerlo desde hace un tiempito. Y ha jugado con más camisetas que Toresani o el Tweety Carrario, dos futbolistas que trajinaron en muchos clubes. Pero “la Hormiguita” seguramente andará maquinando si seguir en yunta con Francisco de Narváez le es redituable o si le conviene buscar otra querencia, en la que pueda combinar su perfil denuncista con una agenda progresista, algo muy difícil de colar en las huestes de El Colorado.

Hagan juego, señor@s.

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Nada es seguro: Retornemos al comienzo de esta columna, que era más cartesiano. La praxis política fuerza a arriesgar, a definir entre opciones jamás perfectas que tienen riesgos y contraindicaciones. Cristina Kirchner lo corroboró en campaña y, ahora, con el diario del lunes, su periplo parece un dibujito. Sin embargo, pudo irse a la banquina.

Si se observa bien, no es tan diferente de lo que fueron jalonando los dos últimos presidentes en su gestión gubernamental. Decidir un camino, entre varios senderos-porvenires que se bifurcaban. Dejar algo en el recodo, siempre. Y apostar a que la alternativa sería fructífera.

Ahora, con el diario del lunes, hay varios que dicen que todo era sencillo, lineal, con el éxito garantizado. En fin.

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