EL PAíS › EL DEBATE SOBRE LA CREACIóN DEL INSTITUTO DE REVISIONISMO HISTóRICO
› Por Rubén Dri *
Escribe Luis Alberto Romero: “Un reciente decreto creó el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego. De sus fundamentos se deduce que el Estado argentino se propone reemplazar la ciencia histórica por la epopeya y el mito” (La Nación, 30 de noviembre de 2011). Esta afirmación con la que Romero inicia su artículo se sustenta en la suposición, que para el autor es una verdad indiscutible, de que hay una historia científica, completamente objetiva, que se estudia, investiga y narra en el Conicet y en las universidades. El Instituto que ahora se crea propone una narrativa que pertenece al género de la epopeya y el mito. Esa concepción de lo científico supone que la historia es una sucesión de “hechos” que el científico, mediante la utilización del método correspondiente, es decir, del método “científico”, descubre, analiza y expone. De esa manera se cumple el principio fundamental del método científico sustentado por el positivismo, formulado por Durkheim: “Tratar los hechos sociales como cosas”.
Frente a esa concepción exclamaba Nietzsche: “En mi criterio, contra el positivismo que se limita al fenómeno, ‘sólo hay hechos’. Y quizá, más que hechos, interpretaciones. No conocemos ningún hecho en sí, y parece absurdo pretenderlo”. De aquí se ha deducido que no hay hechos sino interpretaciones. Estaríamos en los antípodas del positivismo o, si queremos, del empirismo.
Frente a estas posiciones nos decía Max Weber que en las ciencias históricas el objeto de conocimiento se conforma mediante la síntesis de valores y hechos, o sea, del hecho valorado o significativo. El problema, en consecuencia, es cómo se determina un hecho histórico. Es evidente que quien lo determina es el sujeto.
Tomemos un hecho histórico como es la denominada “guerra del Paraguay” o “guerra de la Triple Alianza”. Si queremos tomar ese hecho como “cosa”, todos estamos de acuerdo. Esa guerra existió, hubo una triple alianza, se dieron tales combates. Sobre eso puede haber diferencias sólo en tanto se conozcan o no los documentos necesarios. Pero en ese ámbito que sería el correspondiente al hecho puro, al hecho como “cosa”, podemos ponernos todos de acuerdo, recurriendo al método o a los métodos científicos. El problema es que no se trata de un hecho puro, que para las ciencias históricas no existe. Ese hecho, que duró siete años, se enmarca en un proyecto que tiene que ver con la configuración del continente latinoamericano. ¿Fue la guerra de la civilización contra la barbarie? ¿Fue la guerra para llevar la democracia a un Paraguay sometido a la tiranía de Francisco Solano López? ¿Cuál es el método “científico” que me puede orientar para dilucidar un problema de tanta significación para nuestra historia?
Es evidente que ese problema hallará su solución si tengo en cuenta lo que dice Nietzsche sobre el momento de la interpretación del hecho y Max Weber sobre la valoración. Es decir, debo partir del sujeto, del significado que el sujeto ve en el hecho, significado que depende del proyecto político. En este caso, como en el caso general del revisionismo histórico, estamos hablando del proyecto de país o de nación, en consecuencia, estamos hablando de un sujeto que como tal necesariamente es histórico, se sustenta en un pasado custodiado por la memoria, desde la cual se proyecta hacia el futuro.
Para encontrar el significado de la guerra del Paraguay, o sea, para encontrar el hecho significativo de dicha guerra, debo preguntarme ¿por qué se dio esa guerra? ¿Por qué se la llevó hasta la destrucción masiva del pueblo paraguayo? ¿Por qué Mitre la lleva a sangre y fuego y todo el interior, salvo excepciones, se opone? Ya no nos encontramos con un hecho puro sino con el hecho significativo, es decir, con el hecho histórico, y aquí no es cuestión de que busquemos un consenso, sino indagar sobre cuál era el proyecto de país que sustentaban Mitre y su equipo y por qué no sólo había que derrotar a Solano López, sino destruir al Paraguay. Hoy eso no es difícil averiguarlo. Ninguna guerra puede comprenderse si no se conoce el proyecto por el cual se la lleva a cabo. ¿Por qué motivo Felipe Varela levanta la montonera en contra de la misma? Su proclama lo dice claramente, por la “unión americana”. La guerra se hacía en contra de la unión americana, es decir, en contra de la Patria Grande. Dos proyectos antagónicos se encuentran enfrentados. La patria chica mitrista, dependiente del imperio inglés que no podía entrar sus mercaderías en un Paraguay que había desarrollado una floreciente industria propia, y la Patria Grande Latinoamericana. El Paraguay de Solano López era el último bastión para que de las luchas por la independencia de nuestros países sólo quedasen republiquetas dependientes del imperio británico.
Si no interpretamos ese hecho histórico desde los proyectos contrapuestos, esto es como hecho significativo, sólo nos queda hacerlo desde la bondad o maldad de los sujetos singulares que lo protagonizan. Pero no se trata de bondad o maldad, sino de proyectos políticos que, como tales, son históricos.
El relato de la historia nacional que conocemos, la que hemos aprendido en la escuela y leemos diariamente en los monumentos, nombres de las calles y de las plazas, es eso, un “relato” que sustenta la construcción del modelo de país que se ha realizado y se defiende. Si no estamos de acuerdo con ese modelo de país, si estamos empeñados en una transformación profunda, es lógico que revisemos el relato.
En el relato oficial que se nos ha enseñado, San Martín aparece como un héroe impoluto, puesto sobre un altar, ajeno a todas las luchas. Ese altar y ese San Martín no dejan de ser una falacia. Ese San Martín se da de patadas con el San Martín cuya primera intervención pública fue poner sus tropas frente a la casa de gobierno y exigir la renuncia del primer triunvirato, cuyo secretario era Rivadavia. Nada tiene que ver ese San Martín “alma bella” con el San Martín que desobedece las órdenes de Buenos Aires, que es boicoteado por Buenos Aires en su gesta latinoamericana, que lega su sable a Rosas y que muere en el destierro.
El relato histórico siempre se hace desde un proyecto político, para darle legitimación o, en otras palabras, sentido. En cuanto al momento fáctico de los hechos históricos narrados puede haber coincidencia entre las distintas versiones del hecho histórico. Por ejemplo, el cruce de los Andes implica el momento fáctico que implica los preparativos, la consecución o fabricación de armas, la cantidad de soldados. En todo ello no hay problema. Pero el hecho histórico “cruce de los Andes” no es simplemente eso. Es todo eso más el significado, o sea, el proyecto. El hecho histórico es visto y valorado de manera diferente y contrapuesta si se lo hace desde el proyecto de patria chica de la pampa húmeda con epicentro en Buenos Aires o desde la Patria Grande Latinoamericana.
* Profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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