Sáb 10.12.2011

EL PAíS  › PANORAMA POLíTICO

Nuevos tiempos

› Por Luis Bruschtein

La historia seguramente le dará algún sentido a esta asunción de Cristina Kirchner. Es difícil saber cuánto de lo que se discute ahora a favor y en contra estará incluido en ese relato futuro y tampoco se sabe a ciencia cierta la importancia que le dará. Para los historiadores, la historia comienza cuando pasaron por lo menos cincuenta años del presente. Y tienen razón. Nadie sabe cómo contará la historia lo que para nosotros es cotidiano. Tampoco se sabe qué es lo que se contará.

Se sabe cómo se cuenta el pasado con los parámetros del presente y no se sabe cuáles serán los parámetros que habrá en el futuro para leer estos días. Eso es revisionismo futurista. Aunque es probable que haya líneas que expresan corrientes sociales y culturales que se vinculan y entrelazan a través del tiempo y también que haya herederos de legados insospechados. Pero la historia ya dice algunas cosas. Después de varios intentos frustrados, con cataclismos económicos y presidentes que duraban horas o días, el kirchnerismo comenzó su relato apenas como una novedad institucional con las elecciones que ganó Néstor Kirchner en 2003. De ese dato institucional, pasó a tratar de agregarle un relato político con propuestas, medidas y acciones de gobierno. En una sociedad cargada de escepticismo, con todas las tradiciones políticas –desde el neoliberalismo hasta el centroizquierda, pasando por el radicalismo y el peronismo– hundiéndose en el mar de sus contradicciones, producir un relato político creíble parecía tarea de titanes.

El dato institucional fue el de estabilidad. La creación de un nuevo relato político trataba de agregar credibilidad, un dato cuya ausencia dejaba huérfana a la política. La credibilidad para asegurar estabilidad en ese contexto solamente podía ganarse con gestos fuertes y concretos. Esa fue la característica del gobierno de Néstor Kirchner.

Logró la estabilidad. La credibilidad la disputó tranco a tranco contra el escepticismo y contra los grandes medios. Ya sin convicción y con muy poca repercusión, todavía algunos usan el argumento de la mentira: “El kirchnerismo miente”. Ese argumento fue muy fuerte al principio pero fue decayendo sobre todo a partir de la contraofensiva del Gobierno contra la campaña granmediática y el debate que abrió la ley de servicios audiovisuales.

La propuesta del kirchnerismo es esencialmente social, por eso lo acusan de populismo. Y también es producto de un movimiento social como el de las grandes movilizaciones de la crisis del 2001-2002 sin las cuales no hubiera existido. Sin embargo no tenía movimiento social propio. En ese y en otros aspectos constituyó una anomalía, como decía el fundador de Carta Abierta, Nicolás Casullo. El kirchnerismo logró mantenerse en el Gobierno sin base social propia y tomando decisiones disruptivas del orden económico, social y cultural con lo cual se ganaba los enemigos más poderosos. Y persistió. En primer lugar, se sostuvo porque tomó esas medidas y fue generando su propia base. Pero además lo favoreció la crisis, que puso a la defensiva a los grandes operadores económicos, al mismo tiempo que se producía en el mercado internacional un proceso de revalorización de las commodities y en especial de la soja.

La crisis del 2001-2002 terminó con un patrón de acumulación a partir de la renta financiera en Argentina y abrió un nuevo ciclo en el capitalismo local. Las crisis de 2008 en Estados Unidos y la actual en Europa resquebrajan la cara más dura de la globalización y se está generando un nuevo escenario internacional con el surgimiento de China, India y Brasil. Se abre también un nuevo ciclo en el capitalismo mundial.

El kirchnerismo ha sido el iniciador de un nuevo ciclo económico, social y cultural en la Argentina. No fue la culminación o el punto más alto de esa apertura, como lo fue el surgimiento del peronismo. En este caso, el kirchnerismo abrió la puerta a una nueva etapa nacional y le tocó estar en el Gobierno en el comienzo de un nuevo ciclo también a escala planetaria. En el caso argentino, al tener ese rol inicial tan decisivo desde el poder político, indudablemente dejará una impronta muy fuerte que teñirá los años que dure este ciclo.

Este elemento no es una virtud inherente al kirchnerismo. Lo mismo hubiera sucedido si el que ganaba las elecciones del 2003 era Carlos Menem o Carlos Reutemann, Elisa Carrió o Ricardo López Murphy. Hubiera sido diferente el contenido, pero en ese caso la identidad del nuevo ciclo que se abría la hubiera puesto alguno de ellos. Pero es cierto que la crisis abrió la puerta para que ganara un candidato como Néstor Kirchner. En todo caso, la virtud del kirchnerismo fue la forma en que estuvo en ese lugar, abriéndose a los reclamos más democráticos de la sociedad sobre derechos humanos, sobre justicia y sobre la deuda externa o sobre la generación de fuentes de trabajo y distribución de la renta.

De esta manera, mal que les pese a sus detractores, el kirchnerismo ha sido un movimiento fundacional y está destinado a convertirse en referencia ineludible durante los años que dure este ciclo. Será una referencia polémica, con muchísimos enfoques, como lo es ahora, pero será parte inevitable de los debates y el relato histórico.

Cuando Cristina Kirchner formule su juramento hoy y reasuma estará constituyendo ese escenario histórico. No es sólo un dato institucional de recambio o continuidad en el poder político. Además de eso se trata ya de una fuerza política con un proyecto de país y con un amplio movimiento social que lo respalda, que tendrá la responsabilidad ante la historia de imprimir su marca de identidad en este nuevo ciclo que se inició en el país en el 2002-2003.

Es muy difícil que en el plano de los debates se vuelva a contenidos tan arraigados en la sociedad argentina de los años ’90. Pero hay una cantidad de esas ideas de los ’90 que suelen ser desempolvadas cada tanto para usarlas como argumentos opositores aunque que han perdido consistencia y credibilidad. Ese discurso ya huele demasiado a trampa de los ricos para engañar a los pobres. El neoliberalismo, el centroderecha de los próximos años, seguramente representado por sectores del peronismo y el radicalismo, por el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, y por partidos provinciales, tendrá que renovar su discurso.

Se le ha criticado al kirchnerismo el intento de alimentar el mito de Néstor Kirchner o el liderazgo centralizado de Cristina. Las críticas pueden ser ciertas o no. Pero más allá de esa discusión, el kirchnerismo no necesita alimentar nada porque está escribiendo su propia historia en un lugar que tiene todos los condimentos de la epopeya sin necesidad de exagerarle nada. Surgió del caos, la inestabilidad y el desastre económico y en pocos años hubo un país estable, próspero y democrático. Ganó siempre cuando parecía derrotado. Pero además, todo eso lo logró en el estadio inicial de un nuevo ciclo, hay una historia que se empieza a contar a partir de él y con esos buenos resultados. Se le podrán hacer todas las críticas que se quiera y hasta muchos de los protagonistas sentirán que no están haciendo nada del otro mundo, pero esos son los mecanismos con que la historia teje sus hilos, más allá, incluso, de lo que suponen que están haciendo sus protagonistas.

Ese lugar casi fundacional que pasó a ocupar el kirchnerismo en el escenario relegó necesariamente a sus opositores a un plano mucho menos visible. En determinado momento la historia tomó su cauce y encarnó en la propuesta política que la podía contener mejor, que le daba más posibilidades de correr y fluir.

En ese sentido, cuando Cristina Kirchner formule hoy su juramento habrán pasado ocho años del mismo momento que protagonizó Néstor Kirchner al principio de este camino. Es una diferencia grande, son ocho años de historia que han sido el comienzo de otra historia que seguramente será más prolongada en el tiempo.

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