EL PAíS › OPINION
› Por Luis Bruschtein
Un tema de salud y otro policial dieron cuenta de la política esta semana. Si se habla de salud, cualquiera puede pensar que no es política y lo mismo cuando se trata de un tema policial, pero la operación de la presidenta Cristina Kirchner para extirparle lo que se diagnosticó en un principio como carcinoma de tiroides, y la muerte a balazos de Carlos Soria, flamante gobernador de Río Negro, pusieron de manifiesto que la política es mucho más que las elecciones. Son dos casos extremos quizá para reafirmar que las fronteras de lo político y lo no político son intangibles, pero vienen al caso.
La salud de la presidenta Cristina Kirchner es una cuestión de Estado. Una intervención quirúrgica con un diagnóstico que, si bien era benigno, contenía la palabra cáncer (aunque luego se reveló que se trataba de adenomas foliculares), y a menos de un mes de haber asumido su nuevo período presidencial, tuvo un primer impacto muy conmocionante en la sociedad. Más allá del pronóstico favorable, la noticia podía inducir remezones institucionales, reacomodos políticos y hasta efectos económicos. Se trataba de la Presidenta que acababa de refrendar un liderazgo prácticamente inédito en estas décadas de democracia y que debía atravesar una situación por lo menos delicada. Había un liderazgo político e institucional que entraba en esa zona de riesgo. El proceso incluía la delegación del mando en su vicepresidente, Amado Boudou, flamante en esas funciones, en un contexto de decisiones preventivas en el plano económico frente a lo que podría ser un año difícil por la crisis internacional, y frente a un proceso político siempre envenenado, con la particularidad en estos días de que el principal escenario se había trasladado al interior de las fuerzas que respaldan al Gobierno, a partir de la polémica con el titular de la CGT, Hugo Moyano.
El resultado de las últimas elecciones puso de manifiesto la magnitud del liderazgo de Cristina Kirchner, un capital que los políticos anhelan. Sería ingenuo renunciar a ese lugar porque nadie puede escapar del papel donde se acomodan los procesos de los que se es protagonista. Se trata de un lugar al que pocos acceden, que lleva implícita una cantidad de atributos para la acción política, pero que también impone algunas limitaciones. Porque un liderazgo de ese tipo resulta muy difícil de reemplazar y hasta de continuar, y esas sensaciones rondaron con dramatismo el anuncio del padecimiento presidencial.
El cielo de la política argentina pocas veces deja de ser turbulento, y este principio de año no fue la excepción. Pero estas situaciones sirven también para medir en parte la calidad institucional de un país, a través de la capacidad de las instituciones y de sus actores para navegar en esas aguas encrespadas. Seguramente en otras materias esa calidad estará en falta, pero en este caso tan condicionado por la asunción reciente y la proyección de un liderazgo difícil de sustituir, el traspaso de mando a Boudou apenas si fue considerado por los medios y en general por la sociedad, que lo visualizó como un procedimiento normal que no generaba intranquilidad. Hubo un esfuerzo oficial para que la situación pudiera transcurrir sin sobresaltos. También los políticos, incluyendo los de la oposición, contribuyeron a mantener la calma y se sumaron con discreción a la expectativa por la salud presidencial. Finalmente la operación resultó exitosa y ahora la Presidenta deberá permanecer en reposo hasta el 24 de enero, cuando reasuma sus funciones.
Aunque sabido, no deja de sorprender esta faceta de la condición humana que a veces aparece tan capaz de ponerse de acuerdo ante una cuestión de salud, como incapaz de hacer lo mismo por una cuestión racional. Como si racionalmente se negara la posibilidad de lograr este tipo de reglas de juego para cuestiones razonables y sólo quedara esa subordinación primaria, casi elemental, frente al fantasma de una enfermedad.
Hasta el 24, Boudou estará al frente del Poder Ejecutivo. El mismo día de la operación se reunió con el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, antes de que se anunciaran las cifras de la recaudación. Un día después firmó seis decretos y en la semana próxima recibirá a Alberto Weretilneck, que asumió la gobernación tras la muerte del gobernador Carlos Soria.
Esa cita tendría que haber sido entre Cristina Kirchner y Carlos Soria, pero el destino escribió su propia letra. Lo que hubiera sido un encuentro protocolar se convirtió ahora en una cita para consolidar al nuevo gobernador, un hombre que no es del PJ. El liderazgo indiscutible de Cristina otorga por sí mismo ese respaldo, pero ante la ausencia de la Presidenta, esa función tiene que ser ejecutada por Boudou, quien a su vez es relativamente nuevo en el salón del poder. Cuando se encuentren serán dos personajes fortaleciéndose mutuamente. Weretilneck, porque recibirá así la aprobación del Ejecutivo nacional, del kirchnerismo y el PJ nacional. Y Boudou crece también al tener la oportunidad de ejercer esa delegación y ubicarse en un lugar que los políticos saben contabilizar.
Durante 28 años esperó el PJ rionegrino para ganarle al radicalismo que gobierna la provincia desde el retorno a la democracia. Esperó 28 años, gobernó 20 días, y el vicegobernador que asumió no es del PJ sino un aliado del Frente Grande. En la provincia, el Frente Grande tiene una presencia relativamente importante. Weretilneck fue intendente de la ciudad de Cipolletti, una de las más grandes de Río Negro. De los 30 legisladores provinciales del Frente Para la Victoria, siete son del Frente Grande.
En ese contexto tan precario creado por el disparo fatal en la alcoba del gobernador Carlos Soria, Weretilneck hace lo que puede para congeniar con los dirigentes locales del PJ. El carácter irascible de Soria era conocido en la provincia y así era también su estilo para gobernar, lo que lo llevó a chocar con el Superior Tribunal de Justicia. El nuevo gobernador deberá lidiar con esa situación, sobre todo porque el juez Víctor Sodero Nievas es el presidente y único sobreviviente del Superior Tribunal, luego de que los demás integrantes renunciaron tras un enfrentamiento con Soria.
Y como frutilla del postre también deberá trabajar con una administración impregnada por tantos años de radicalismo. Como ganador de las internas del PJ, Soria contaba con un respaldo muy fuerte para afrontar esas situaciones y de hecho había lanzado un plan muy duro de racionalización de la administración pública que a poco de asumir generó las protestas de los empleados públicos. Otra ley que presentó poco después de asumir: levantó las restricciones que pesaban sobre la minería a cielo abierto y sobre el uso de cianuro en los procesos de purificación del mineral.
Soria era un hombre enrolado a regañadientes en el kirchnerismo: “Si es por afecto, mi corazón está con Duhalde, pero no como vidrio, sé dónde está ahora el poder”, respondió en una de sus últimas entrevistas. En la gama de gobernadores, Soria estaba más cerca de las posiciones del cordobés José Manuel de la Sota. Con un electorado diferente del de Córdoba, Soria se mostraba menos distante, pero desde su formación y su trayectoria política estaba a la misma distancia; no era número puesto para la Casa Rosada. Paradójicamente impulsado por una fuerte inversión del gobierno nacional en obras públicas, Soria le ganó en la interna del PJ al senador Miguel Angel Pichetto, un dirigente más probado para el kirchnerismo. Pero la imagen del hombre que como intendente modernizó a General Roca le había dado suficiente impulso como para derrotar primero a Pichetto y después a los radicales.
Quizá por su carácter sanguíneo, el crecimiento del sector que encabezaba Soria no permitió el surgimiento de otro dirigente que pudiera reemplazarlo. En ese contexto, Pichetto, que había perdido la interna, se convirtió ahora en la figura fuerte del PJ provincial y de alguna manera su función en este período será administrar la relación con el gobernador Weretilneck. Entre los dos tendrán que homogeneizar una fuerza política que al mismo tiempo está gobernando y que fue desequilibrada por la muerte violenta de Soria.
Cuando asumió en medio de la congoja y la conmoción por el asesinato de Soria, Weretilneck aseguró que su gobierno sería del PJ, amenazó con hacerle juicio político a Sodero Nievas y se comprometió a llevar adelante el proyecto del dirigente fallecido. Pero además de tener dos personalidades diferentes, las condiciones también cambiaron con la desaparición de Soria. Y su herencia, sobre todo las dos leyes más polémicas, se le aparecen al nuevo gobernador como la soga del ahorcado. En poco tiempo puede tener una provincia atravesada por protestas docentes, estatales y ambientalistas.
En sus primeros pasos, Weretilneck prefirió una línea más negociadora que su antecesor: dejó de lado la amenaza de juicio político y se reunió con Sodero Nievas durante más de una hora. Al finalizar se excusó por las expresiones que hubieran surgido de un momento emotivo y dijo que no pediría juicio político, porque los jueces que debían esclarecer el asesinato del ex gobernador necesitaban tener las manos libres. Pero recién empieza, y tiene cuatro años por delante para ejercer el difícil arte de la negociación.
La salud presidencial y el asesinato del gobernador rionegrino pusieron a las fuerzas políticas ante escenarios inesperados, desproporcionados si se los compara con los hechos cotidianos, pero el aumento del 127 por ciento en el precio de los pasajes del subterráneo de Buenos Aires planteó un debate real y en términos descarnados. Son dos formas de afrontar la economía y las políticas sociales. Para el gobierno porteño es una plataforma básica, el abecé de su concepción de lo público, un tema al que no puede renunciar aun a pesar de los costos políticos que le provoque, por más que los grandes medios salgan a protegerlo.
El gobierno nacional destinaba 720 millones de pesos al año para subsidiar el pasaje barato del subterráneo, aunque se trataba de un tema que le correspondía al Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Mantuvo esos subsidios durante todo el gobierno de Macri. El regreso de los subtes a la ciudad implicó disminuir a la mitad esa cifra. Entonces el gobierno porteño anunció inmediatamente el aumento del precio a más del doble.
El argumento fue que no estaba contemplado en el presupuesto de la ciudad. Pero el ministro de Hacienda, Néstor Grindetti, el mismo que había expresado ese argumento, reconoció que en el presupuesto había 1150 millones de pesos para mejorar el servicio de subterráneos. Es una cifra mayor que los 360 millones que el gobierno nacional dejó de pasarle. Pero además, con el aumento del 127 por ciento, recaudará incluso casi 200 millones de pesos más que esos 360. Cuando Grindetti dice que no le cierran los números, está dando una información que lo contradice. No le cierran porque no existe la voluntad política para hacerlo. Y esa voluntad no existe porque la concepción de lo público para el PRO termina siendo similar a la concepción del negocio privado: un servicio público tiene que producir ganancia directa. La idea del subsidio, de un valor diferenciado que democratice el aprovechamiento de esos servicios, no existe.
Pero esa política tiene un costo que el gobierno macrista trató de amortiguar lo mejor que pudo: anunció el aumento apenas recibió el subte para tratar de compartir ese costo con el gobierno nacional. Fue la estrategia del gobierno porteño para amortiguar el golpe, es lógico que la haya tenido, lo que no fue tan lógico desde el punto de vista de la información fue el respaldo inesperado que tuvo esa estrategia por parte de los grandes medios.
Como parte de su guerra con el gobierno nacional, La Nación y Clarín parecen haber decidido preservar la imagen pública de Mauricio Macri. En medio de la fuerte polémica sobre el carácter de los subsidios y las protestas que había provocado el aumento en el subte, Clarín hizo desaparecer esa información de su tapa, o sea, la tapó con un anuncio de que el gobierno nacional aumentaría entre enero y febrero las tarifas de los colectivos y los trenes. Ubicó esa información dudosa en el principal lugar de la primera plana, pero se trataba nada más que de una versión con elucubraciones sin fuentes. El secretario de Transporte de la Nación, Juan Pablo Schiavi, desmintió esas versiones y acusó a Clarín de “seguir favoreciendo a Macri”.
La Nación en cambio no dijo nada de los trenes y los colectivos, evidentemente para ellos esa información no existía, pero forzó un dato menor sobre el aumento del gas para algunos usuarios por un recálculo en las boletas. Los dos se esforzaron por sacar el aumento del subte de las primeras planas y al mismo tiempo forzaron informaciones falsas o de menor importancia para cuestionar al Gobierno por algo similar a lo que en realidad estaba haciendo Macri. A esta altura no tiene por qué llamar la atención la política de los grandes medios, aunque podría decirse que ya se atisba quién podría ser hoy su candidato para 2015.
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