EL PAíS › OPINION
› Por Raúl Kollmann
La historia de Carla, que como otras 40 chicas argentinas terminó en el prostíbulo The One, en México, es la historia de la Argentina 2002.
Por entonces, no aparecía ni un solo aviso de trabajo en los diarios. O, mejor dicho, los únicos que aparecían eran los que pedían “recepcionistas”, “mozas”, “modelos” o “chicas de buena presencia”.
En su diálogo con Página/12, publicado el miércoles pasado, Carla (no es su verdadero nombre), contó que es de una localidad del oeste del Gran Buenos Aires. Digamos Gregorio de Laferrère. En verdad, es una localidad muy parecida a Laferrere.
Cuando salió a buscar trabajo estaba cerca de cumplir los 18 años. Aunque no lo contó, su vida no era nada sencilla: en aquel momento ya tenía un bebé. Y apenas estaba saliendo de la adolescencia.
¿Qué salida le daba la Argentina de 2002 a una chica linda y desesperada por tener unos pesos para alimentar un bebé en Laferrere? Sólo podía ser moza, recepcionista, modelo o chica de buena presencia; todas alternativas de contacto probable con el mundo de la noche.
Carla reveló en este diario que como moza le pagaban 25 pesos por día. La inexistente oferta de trabajos llevaba a que se aceptara cualquier cifra para tener algo para llevar a casa. Pero, arriba del escenario, las que hacían el baile del caño se llevaban los 25 pesos y ¡las propinas! Eso hacía una enorme diferencia.
“El problema –contó– es que había que ser voluptuosa y yo no tenía lolas suficientes. Me empezaron a hacer la cabeza. ‘Hacete las lolas, nosotros te damos la plata’, me insinuaban.”
El testimonio de Lorena Martins, la hija de Raúl Martins, permite conocer por primera vez la trama interna de la organización. “Tienen todo estudiado. Seleccionan pibas a las que piensan que van a quebrar. Tienen que ser lindas, pero apuntan a las que vienen con una situación familiar complicada. Saben que tarde o temprano las quiebran y se enorgullecen de quebrarlas”, reveló Lorena.
A Carla le prestaron el equivalente a 3000 dólares, una fortuna en la Argentina 2002. Y empezó a ganar propinas, pero nunca las suficientes para pagar aquel crédito de las lolas y al mismo tiempo mantenerse ella y el bebé. Luego empezó a aceptar bailes privados y algún sexo oral y finalmente a algún cliente. Aunque no eran muchos, a esa altura ya habían logrado quebrarla en forma casi total.
En forma estudiada, las cosas se llevan en ese punto a cierta familiaridad. Martins las invita a sus fiestas, las hace participar de su cumpleaños o el de sus socios, como llenando el vacío que tienen en sus propias casas. Hay un video de un cumpleaños de Raúl Martins. El ex SIDE, dueño de los prostíbulos, toma el micrófono y dice: “Esta casa (por el prostíbulo) ha sido para muchas chicas la primera casa”. Y era así: la casa de la Argentina 2002 para buena parte de esas adolescentes era el prostíbulo.
La familiaridad deriva en “la invitación” a Cancún. Es que todo empieza realmente con una invitación: “Vení a vernos, no te preocupes por el alojamiento, nosotros allá tenemos donde te podés quedar, el pasaje me lo devolvés en cuotas, y por ahí conseguís un trabajito de modelo o de recepcionista. Les gustan mucho las chicas argentinas y allá se gana en dólares. No es Argentina”.
Como muchos, Carla pensó que acá no había mucha esperanza. Ezeiza resultó una salida hacia un quiebre brutal. Se encontró con 40 argentinas –eran mayoría en The One– sometidas a sexo brutal, drogas, golpes, tequila. “Más de una vez me llevaron desmayada por la borrachera, pero además me levantaba y tomaba, porque no se podía soportar de otra manera. Yo era chica, tenía sólo 20 años, en un país en el que no conocía a nadie y a ellos los veías rodeados de policías, funcionarios, narcotraficantes, matones. A mi familia en Laferrère no le podía decir nada. Que todo iba bien, que el trabajo de recepcionista no tenía problemas, que cómo estaba mi hijo, que los extrañaba. Ellos, acá, sólo esperaban el giro de los dólares que les hacía cada mes. Pocos dólares, pero salvadores.”
Carla pudo volver. Aprovechó una interna en la organización de Martins. El abogado del ex SIDE, Claudio Lifschitz, la ayudó a salir de Cancún y estuvo un año para desintoxicarse del alcohol. Hoy tiene un pequeño kiosco, una pareja y la pelea bastante bien en Laferrère. Todavía habla con algunas chicas que están en México: “Irse de allá no es fácil. Hay chicas que quedaron embarazadas, tienen un bebé y todo se les hace más cuesta arriba. Otras cayeron en las adicciones y no quieren que las vean sus familias acá. Algunas se enganchan con los matones, porque te agarrás a lo que sea”.
Cuando Página/12 reveló la denuncia de Lorena Martins contra su padre y la historia de Carla, no faltó quien intentara descalificar sus testimonios basado en la “calidad moral” de las víctimas. Y la realidad es que no se trata de una historia de prostitutas, se trata de una historia de agentes de la SIDE, policías, inspectores y funcionarios de acá y de allá aprovechándose de centenares de pibas de 18 años de Laferrere, en la Argentina 2002.
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