Lun 16.01.2012

EL PAíS  › OPINIóN

Consenso inclusivo

› Por Sergio Friedemann *

En la década del ‘90 existía un amplio consenso respecto de las políticas neoliberales. Había también resistencias, pero no eran hegemónicas. Sí lo eran las recetas del Consenso de Washington. Se decía, y la sociedad lo asumía como verdad propia, que “el mercado” pedía, y había que darle lo que pedía.

Pero ese proyecto había irrumpido por la fuerza. En los ’70, América latina fue laboratorio experimental de las políticas neoliberales a través del terrorismo de Estado. Ya en los ‘80, Inglaterra y Estados Unidos, con Thatcher y Reagan a la cabeza, inauguraban el ciclo neoliberal en su versión para el Primer Mundo.

El italiano Antonio Gramsci invitó a pensar al Estado en un sentido amplio y no sólo como aparato institucional. El Estado no es meramente un instrumento que alguien toma y utiliza a su menester. El Estado es coerción, pero también es consenso. Y aquél se llamaba Consenso de Washington, pero no fue elaborado por consenso. El documento original se titulaba “Qué entiende Washington por políticas de reforma”, y fue redactado por el economista norteamericano John Williamson. Pero Williamson, que parecía haber leído a Gramsci, dijo que ese listado de diez medidas económicas “eran más o menos aceptadas por todo el mundo... en Washington”. Es decir, eran hegemónicas allí, en la capital de los Estados Unidos. Luego creímos que los intereses particulares de Washington eran también nuestros intereses. En eso consiste la hegemonía.

Consenso de Washington era un nombre adecuado para la segunda etapa del neoliberalismo en Latinoamérica. Si durante la primera etapa había primado la coerción, en esta segunda etapa el neoliberalismo se superaba a sí mismo a través de un creciente consenso.

Pero de haber leído correctamente a Gramsci, los gurúes neoliberales hubiesen previsto que en cierto momento, cuando a amplios sectores de la población se les exigen esfuerzos considerables bajo falsas promesas, las crisis económicas pueden devenir en crisis orgánicas. En la crisis orgánica, lo viejo muere sin que pueda nacer lo nuevo. Es una crisis de hegemonía, los dirigentes ya no obtienen el consenso de sus dirigidos, los grupos sociales se separan de sus partidos tradicionales. Cuando ya no hay consenso crece la coerción, o lo nuevo irrumpe.

2001-2003 fue un período represivo en nuestro país sin que la crisis de hegemonía encontrase resolución. La crisis que en la Argentina “causó dos nuevas muertes”, al decir de un gran diario argentino, es la crisis que hoy atraviesan Europa y Estados Unidos. Ya no hay consenso en Washington sino protestas y represión. Se impone el ajuste. Los países dominantes del bloque europeo imponen a los países dominados las recetas que ya fracasaron.

No se puede predecir si lo nuevo está más cerca o más lejos, si los más pobres de las regiones más ricas del globo continuarán pagando la crisis, a qué precio, y durante cuánto tiempo. ¿Aparecerá más temprano que tarde algún personaje que, hijo de su época, logre pasar a la historia como quien, sabiendo leer las circunstancias actuales, dejando atrás el proyecto neoliberal, articule las demandas de los “indignados” construyendo poder para llevar adelante un nuevo proyecto integral? Si eso sucede, la actual “indignación” anti-neoliberal dejará de ser mera resistencia y pasará a ser construcción de un nuevo consenso. Algún día, tal vez, habremos exportado la figura de Néstor Kirchner. Pero el recambio de proyecto pasará a ser global, y por tanto el proyecto ya será otro. Basta con tomar nota de que nuestro proyecto nacional, popular y democrático tiene sus asuntos pendientes, elementos de lo viejo que todavía subsisten. Por eso debe proyectarse su profundización. Delinear qué rumbo va a tomar el proceso político abierto en 2003 que arranca una nueva etapa con el 54 por ciento de apoyo.

Pasados diez años del estallido popular de 2001, podemos decir que, esta vez, buena parte de América latina fue vanguardia. El neoliberalismo llegó antes, estalló antes, y antes que en los países centrales se encontraron mecanismos reales y efectivos para comenzar a desandar décadas de un proyecto que, indistintamente, lleva a los países a recurrentes crisis económicas, eventualmente a la ruina, y esporádicamente a crisis orgánicas en las que lo nuevo nace, o lo viejo se resiste a costa de más crisis, más exclusión y más represión.

Lo nuevo no puede nacer todavía en el “Primer Mundo”. No hay todavía un Néstor Kirchner entre ellos. Ajustes económicos, cambios de gobiernos, giros hacia la derecha, represión de la protesta, salvatajes financieros. Con nuestro programa de sustitución de importaciones, el “que se vayan todos” fue exportado a los países “desarrollados”. Cristina Fernández ofrece exportar otro producto argentino. Más actual, más duradero, de mejor calidad. El proyecto de crecimiento con inclusión social, un nuevo consenso, ya no regresivo sino progresivo, ya no exclusivo sino inclusivo, ya no para unos pocos.

* Politólogo (UBA/Conicet).

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