Mié 18.01.2012

EL PAíS  › TRES HERMANOS DESAPARECIDOS EN 1976 FUERON IDENTIFICADOS POR EL EQUIPO DE ANTROPOLOGíA

La recuperación de una historia de lucha

Entre 1975 y 1976 Armando Ruperto “Yiyi” Torres, Dardo César “Moniche” Torres y Edgardo Buenaventura “El Chato” Torres integraban la comisión interna de la química Mebomar SA en Esteban Echeverría. Fueron secuestrados en diciembre del ’76.

Armando Ruperto “Yiyi” Torres, Dardo César “Moniche” Torres y Edgardo Buenaventura “El Chato” Torres eran hermanos. Formaron parte de la comisión interna de la química Mebomar SA –en el barrio El Jagüel de la localidad de Esteban Echeverría– entre 1975 y 1976. Desde allí consiguieron, junto a Oscar Augusto Sarraille Lezcano y Raúl Eduardo Manrique Vitale, también integrantes de la comisión, que la empresa implementara la jornada de seis horas que corresponde a los trabajos insalubres. La conquista duró menos de un año. La noche del 7 de diciembre los hermanos fueron secuestrados al igual que Manrique. Permanecieron desaparecidos durante 35 años hasta que, en la primera semana de diciembre pasado, la Justicia dio a conocer la resolución por medio de la cual la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal porteña declaró que tres esqueletos exhumados del cementerio de Lomas de Zamora entre 1983 y 1985 se corresponden con el ADN de los hermanos. Los jueces dispusieron también que se tomen testimonios para remitirlos al Juzgado N° 3 del fuero y se los incluya en la causa que investiga los crímenes de lesa humanidad perpetrados por el Primer Cuerpo del Ejército.

“Tenía miedo de ir a trabajar. A fines de noviembre empezaron a haber camiones militares adentro de la planta. Nosotros hacíamos el producto y ellos iban a mirar. Estaban en la empresa durante tres o cuatro horas a la mañana. Eran cuatro soldados y una especie de jefe.” Con esas palabras, Juan Grippo, quien trabajó en Mebomar hasta el año ’90, describió el clima que se vivía en la planta durante el primer año de la dictadura. El entró a Mebomar a principios de 1974, al igual que Armando, el menor de los hermanos, que tenía 23 años la noche en la que lo secuestraron. Armando trabajó en el área de carga y descarga de camiones durante unos cuatro meses, hasta que lo efectivizaron y pasó a depósito y luego a provisión.

Las condiciones de trabajo en la planta eran precarias cuando los Torres empezaron. “Te daban botines viejos, usados, e incluso pasaba que te daban solamente un casco. Trabajabas con azufre, cromo, todas sustancias que te enfermás si las respirás ocho horas por día, todos los días”, recuerda Juan Grippo. Su hermano Ricardo, quien también trabajó en la empresa entre 1971 y junio de 1976, considera como insalubres las condiciones de trabajo en la química. “Trabajábamos con diclomato, y el diclomato vuela. Cuando te caía el polvillo, volaba tanto que te pasaba a los borcegos. Y si te entraba en contacto con la piel, de a poquito te iba comiendo la carne y te llevaba hasta el hueso. Había gente con el tabique nasal roto.” En un testimonio recopilado por la oficina de derechos humanos de Esteban Echeverría, Miguel Ruiz Díaz, quien trabajó en la fábrica hasta 1976 y era cuñado de los Torres, recordó la muerte de un empleado a principios de 1975. “Murió un compañero que era de montaje. Estaba soldando un cono con treinta mil litros de sulfuro, vino un supervisor, prendió los motores, movió las paletas y el muchacho cayó en el líquido”, recordó.

A partir de ese momento se conformó una nueva junta interna, integrada por los Torres, Manrique y Sarraille. La nueva comisión, que fue elegida democráticamente por los trabajadores de la química, logró normas de seguridad e higiene más exigentes y la reducción de la jornada laboral de ocho a seis horas, por considerar a esa actividad química como trabajo insalubre. “Estábamos a favor de ellos porque se plantaban y conseguían cosas. Cascos, ropa en mejor estado, más seguridad y, aparte, las seis horas”, comentó Juan Grippo para explicar el apoyo a la nueva comisión.

Durante los primeros meses de 1976 el clima empezó a enrarecerse. “Cuando se hacían reuniones por temas gremiales afuera de la fábrica, la patronal ponía obreros que trabajaban para ellos y que iban a la reunión porque se invitaba a todos pero siempre había alguno que iba a escuchar y llevar el comentario a la fábrica”, explicó Ruiz Díaz. En un sentido similar, Ricardo Grippo sostiene la hipótesis de que comenzaron a aparecer infiltrados dentro de la empresa: “De golpe aparecía uno que no se sabía bien qué hacía, y uno se da cuenta de la diferencia entre el que es obrero-obrero y el que va a hacer de obrero”, explicó. En ese período, la empresa decidió llevar adelante una supuesta actualización de legajos, para la cual fotografiaron a los empleados. “Un día –comentó Ruiz Díaz– uno de los compañeros nos avisa que habían puesto una sábana blanca y mandaban a uno por uno a sacarse fotos. Entonces fuimos a hablar con el gerente y nos dijo que era una foto de los obreros que les pedía el seguro. Al poco tiempo llegamos a entender que se las pedían para identificar a cada persona. Fue antes del golpe.” En ese contexto Ruiz Díaz se alejó de la empresa: “Un día me agarra el gerente, que era Martínez, y me dice: ‘Mirá, Miguel, la cosa viene así, vos fijate bien lo que hacés. Yo llamo a tal número y vos esa noche desaparecés. Vos y aquellos que me andan molestando’”.

Tanto Juan Grippo como su hermano Ricardo destacaron el vínculo entre el director de la química en aquel entonces, Héctor Monzón, y el intendente de Esteban Echeverría entre mayo de 1973 y junio de 1976, Oscar Alberto Blanco. Juan mencionó que el guardaespaldas del intendente trabajó como encargado en la planta luego de que asumiera Juan Favergiotti en el lugar de Blanco, y Ricardo recuerda haber presenciado asados, que se realizaban en la fábrica los domingos, en los que estaba presente Blanco.

En octubre de 1976 la situación recrudeció con el secuestro de Sarraille, el 20 de octubre. A partir de ese momento, Edgardo tuvo que renunciar y se mudó junto a su esposa a Pontevedra. El 7 de diciembre a las once y media de la noche, las fuerzas del orden irrumpieron en la casa de Dardo y lo secuestraron. Su mujer, María Cristina Fallecen, tenía un bebé de tres meses. Según declaró la hermana de los Torres, Norma, los oficiales le dieron la alianza de Dardo y le dijeron que se la guardara de recuerdo. Luego, se dirigieron a los domicilios de Armando y Edgardo, a quien secuestraron junto a su mujer, Leticia Godoy, quien permaneció en un centro clandestino de detención durante una semana. Desde la oficina de derechos humanos suponen que se trató de la brigada de Lanús o el Regimiento 3 de Infantería de La Tablada. Allí trasladaron a Manrique y a Raúl Santillán, quien también trabajaba en la química y se encontraba en casa de Manrique porque era su cuñado.

Al igual que en el caso de los 15 trabajadores desaparecidos de la planta de Mercedes Benz en 1977 en González Catán, y los cuatro trabajadores de la planta de Dálmine en Campana secuestrados en septiembre de 1976, la primera respuesta de la empresa ante los secuestros fue enviar telegramas de despido a las familias de los Torres y de Manrique. Miriam Esther López, la esposa de Armando, explicó –en testimonios brindados a la oficina de derechos humanos– que al día siguiente del operativo se dirigió a la empresa junto su cuñada, Norma Torres, a explicar que su marido no estaba yendo a trabajar porque había sido secuestrado, le llegó el telegrama de despido. A Santillán, en cambio, el telegrama le llegó un día antes de haber sido secuestrado “¡Qué casualidad!”, reflexionó.

Los Torres y Manrique habrían pasado sus últimos días en el centro clandestino de detención El Vesubio. El 23 de diciembre los trasladaron hasta el cruce entre las calles Alberti y Burton, en Banfield, y los balearon en un enfrentamiento fraguado que tuvo nueve víctimas fatales. Sus cuerpos fueron enterrados en una fosa común en el cementerio de Lomas de Zamora, de donde fueron exhumados entre 1983 y 1985. El Equipo de Antropología Forense los identificó en noviembre y sus familiares los enterraron en el cementerio de Monte Grande después de buscarlos durante 35 años.

Informe: Sol Prieto.

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