Jue 19.01.2012

EL PAíS  › OPINION

¿Cómo se dirá mishiadura en inglés?

› Por Martín Granovsky

A las 19.20 de ayer, la noticia principal del sitio web del diario conservador inglés The Times decía que la Argentina “golpea” al primer ministro David Cameron sobre la cuestión de las Falklands, o sea las Malvinas.

Más abajo, un título indicaba que en el Reino Unido el desempleo llegó a su punto más alto en los últimos 17 años, con 2 millones 685 personas sin ocupación.

Ninguna de las dos noticias era la más leída en la web de The Times. Ganaban en el ranking el restaurante del trasatlántico hundido –convertido en una tumba– y la prisión del capitán del buque.

Sin embargo, a esa hora de la tarde de ayer había otras posibilidades informativas.

Para los interesados en la política mundial, sin duda la novedad más interesante estaba en The Economist, el semanario conservador que, como The Times, tiene sede en Londres. Un artículo reflejaba nuevos datos de la Oficina Nacional de Estadísticas de China. Decía que de los 1350 millones de chinos, el 51,3 por ciento ya vive en áreas urbanas. Agregaba que en 1980, hace sólo 32 años, sólo dos de cada diez chinos vivía en las ciudades. Explicaba que la dirección comunista china intentó hacer el esfuerzo de conseguir la industrialización sin la urbanización pero después de probar optó por administrar el inevitable crecimiento de las ciudades. The Economist aportaba una perspectiva comparada. El Reino Unido pasó la marca de la mitad de la población viviendo en ciudades en el siglo XIX y los Estados Unidos en 1920.

Hasta ahora, al menos, la gigantesca revolución urbana china fue el motor del aumento del nivel de vida y del consumo, lo cual significa que funcionó también como uno de los grandes motores de la economía mundial. Aun si la tasa de crecimiento de la economía china se hiciera más lenta este año, a largo plazo el mantenimiento de la tendencia a la urbanización constante debería ser una buena noticia para el mundo y en particular para la Argentina. Incluso con el gran problema de lidiar con las importaciones industriales chinas –una característica estructural de la economía argentina y las relaciones con Beijing en los próximos años– cualquier información sobre el aumento del consumo en China es buena noticia para un país que lo tiene como uno de sus grandes socios comerciales y económicos. El otro gran socio de la Argentina, en este caso político y no sólo comercial y económico, es Brasil, el gigante de acá al lado.

Ayer, también, Brasil produjo un hecho que conviene interpretar junto con las declaraciones del primer ministro británico escalando el enfrentamiento retórico con la Argentina al decir que la posición de la Casa Rosada es “colonialista” porque no reconoce el derecho a la autodeterminación de los malvinenses, que por supuesto a 30 años de la guerra quieren seguir perteneciendo al Reino Unido.

El canciller brasileño, Antonio Patriota, confirmó que su país apoya el reclamo argentino de soberanía en las Malvinas y también refirmó la posición del Mercosur de que ninguno de los países miembros aceptará que en alguno de sus puertos atraque un barco que lleve una insignia con la leyenda “Falklands”.

Patriota dijo que sobre Malvinas “las decisiones del Mercosur y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) son conocidas y ni siquiera es necesario ratificarlas”. Y añadió que en el mismo sentido se pronunció la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).

Pero lo más notorio no fue el contenido de las declaraciones de Patriota, que él mismo había pronunciado ya, lo mismo que la presidenta Dilma Rousseff y el asesor internacional Marco Aurélio García, sino la oportunidad elegida por el jefe de Itamaraty. Lo hizo justo delante de William Hague, el secretario del Foreign Office, que ayer mismo comenzó una visita a Brasil. Ante la prensa, Hague admitió las diferencias pero dijo que no empañarían la relación de Londres con Brasilia.

Hague es la misma persona que el martes participó de la reunión del Consejo de Seguridad Nacional del Reino Unido convocada por el primer ministro Cameron para discutir qué hacer con lo que un funcionario de la diplomacia inglesa definió según el diario The Guardian como “endurecimiento en el lenguaje” de la diplomacia argentina sobre Malvinas. El llamado al Consejo de Seguridad fue el gesto elegido por Cameron para demostrarles a los británicos su dureza ante los argentinos.

En 1982 la respuesta armada al desembarco en Malvinas decidido por la dictadura argentina fue una de las claves del fortalecimiento de la entonces primera ministra Margaret Thatcher, que estaba en los comienzos de su gestión y se había peleado con decisión –y éxito– contra gremios como los mineros y los basureros del Reino Unido.

¿Esto quiere decir que Thatcher apeló a la salida militar sólo por razones internas? Sería infantil sostenerlo. Equivaldría a desconocer el pasado imperial británico. Pero a los conservadores ingleses de Thatcher la decisión de entablar batalla y la victoria de 1982 les resultó políticamente útil.

¿Cameron está malvinizando la política interna británica? Es difícil afirmarlo de manera tajante. Por lo que pudo averiguar este diario de funcionarios diplomáticos latinoamericanos y europeos, ninguna autoridad importante en Londres cree que el gobierno argentino tenga intención militar alguna en relación con el futuro de las islas. Es posible que los irrite la ofensiva diplomática. Por un lado la decisión del Mercosur y por otro lado los documentos de la Unasur y Celac. Puede molestarles, también, la intervención directa en el debate del canciller argentino Héctor Timerman, que como informó Página/12 escribió una columna sobre Malvinas en The Times.

Pero en todos los casos se trata de movidas diplomáticas. No hay voces autorizadas ni en Londres ni fuera de Londres que imaginen un proyecto bélico argentino, y por lo tanto las chances de falklandizar la compleja situación social y política interna del Reino Unido son muy bajas. A Cameron puede servirle el tema cuando al mismo tiempo acusa de “dinosaurios” a los laboristas. Es un tema más y cualquier cosa es bienvenida en tiempos de mishiadura, para decirlo en inglés de Oxford. Pero en la política inglesa de hoy las Malvinas tienen gusto a poco, sobre todo cuando el gobierno argentino viene insistiendo más en la ocupación británica iniciada en 1833 que en la guerra de 1982, o sea que se aleja del conflicto y de la dictadura. Y cuando nada menos que el secretario del Foreign Office termina haciendo un papelón en Brasilia.

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