Sáb 21.01.2012

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Patriotismos

› Por Luis Bruschtein

Como una conjunción de órbitas planetarias, Malvinas se instaló apenas comenzó este año 2012 en el centro de una disputa diplomática al mismo tiempo que el reloj avanzaba hacia el aniversario redondo del conflicto de 1982. Pero los hechos políticos no derivan por la fuerza de gravedad, como sucede con los planetas, sino por las acciones políticas y los procesos económicos de sus protagonistas. De alguna manera, el gobierno argentino fue buscando este desenlace al igual que el británico por otros medios. Argentina intensificó su accionar diplomático regional durante todo el año pasado, mientras Gran Bretaña insistía en usufructuar el producto de su victoria en la guerra de 1982 y se encerraba en ese supuesto derecho otorgado por la dictadura militar argentina.

Para un gobierno que ha puesto el tema entre los principales de su agenda, el año 2012 será un año malvinero, en el que, al igual que con el Bicentenario, habrá manifestaciones de todo tipo alrededor del significado de Malvinas.

Pero Malvinas es un tema que hay que resignificar. Hay una cuestión nacional que no puede ser la misma que planteó la dictadura. Nada que pueda ser utilizado por un gobierno antinacional para llevar al país a una guerra insensata puede ser lo mismo que una reivindicación nacional y democrática.

La cuestión nacional no es una camiseta de fútbol, no es una emoción primitiva de barra brava que legitima cualquier unión y que no distingue ni reflexiona. La parte más importante de la cuestión nacional son los pueblos y no los símbolos. Y en la cuestión nacional, tan importante como el territorio es la economía, la defensa de las riquezas naturales y los intereses nacionales.

La dictadura militar representaba todo lo opuesto y sin embargo pudo apropiarse de esta reivindicación y usarla en contra de todos esos propósitos, en contra de su pueblo, en contra de los intereses nacionales y finalmente en contra de la defensa del territorio. Un gobierno que había entregado la economía y masacrado a estudiantes y trabajadores, no beneficiaba al pueblo y menos le interesaba la defensa del territorio. La guerra fue decidida para salvar a la dictadura y por eso fue la política más desastrosa de los gobiernos argentinos en relación con las islas. Desde esa ineptitud fue derrotada.

La cuestión nacional no une a cualquiera con cualquiera. Cualquier cosa que una a pueblos con dictadores queda bajo sospecha, porque lo nacional no puede ser antipopular. La cuestión nacional necesariamente tiene que poner una línea divisoria, una separación, tiene que dejar afuera a los que no se asumen en ese campo de acción democrática, social, económica y política, aunque digan que las Malvinas son argentinas.

Con esa confusión en el planteo de lo nacional y popular se generaron mitos como las oficialidades jóvenes, o los sectores nacionalistas de las Fuerzas Armadas en los años ’60 y ’70. La gran mayoría de las fuerzas armadas en esos años eran antiperonistas y golpistas y cada vez que ganaba un supuesto nacionalista, ponía a un liberal en el Ministerio de Economía y corría a palazos a los peronistas. Y finalmente el ejemplo más patético de esa contradicción fueron los carapintada que nunca se dieron cuenta de que habían jugado para el enemigo.

No se construye un discurso nacional sólo con elogios al gaucho, a la bandera y a las Malvinas, golpeándose el pecho y hablando a los gritos, porque ese es el falso discurso patriótico que diseñó una escuela que reproducía los valores dominantes de un liberalismo conservador opuesto a lo nacional y popular. Es el discurso de los viejos generales liberales que lanzaron la guerra de Malvinas. Se puede hablar de gaucho, bandera y Malvinas y cantar chacarera todos los días y al mismo tiempo subordinarse al ALCA, al FMI y reprimir a los estudiantes y a los trabajadores. O sea, se puede hablar de gaucho, bandera y Malvinas y ser opuesto a lo nacional y popular, como ocurre con los falsos nacionalistas aristocratizantes y patrioteros y con muchos neoliberales.

Hubo en la historia argentina un discurso sobre el patriotismo y lo nacional que se basó en los aspectos menos comprometidos de esos significados. Sobre la base de ese discurso una dictadura llevó al país a una guerra que sólo podía terminar en derrota y retroceso. La reacción de la sociedad quedó plasmada primero en las grandes concentraciones de apoyo, en las movilizaciones de solidaridad y después de la derrota en la rabia, y el sentimiento de haber sido utilizados que se mostró también en otras manifestaciones furiosas que dejaron como saldo un profundo escepticismo, la sospecha y el rechazo frente a cualquier discurso parecido al que Galtieri usó para ir a la guerra. La sociedad se “desmalvinizó”, al punto que se ocultó a los soldados que regresaban del conflicto. Ese discurso intentó esconder la responsabilidad de los generales detrás de la desgracia de esos jóvenes soldados, víctimas también de la dictadura. Se quiso envolver en el mismo paquete la decisión insensata de la guerra con las acciones valientes o la tragedia de los soldaditos.

Por eso, otro de los grandes desafíos de esta nueva época, sobre todo de la posguerra de Malvinas, no tiene que ser la reconstrucción del falso alegato patriótico de los militares del ’82, sino construir un sentimiento diferente, verdaderamente patriótico, que no esté desligado, como antes, del componente de lo popular, de lo social, de lo cultural y de lo económico y con sentido latinoamericanista. Un convencimiento patriótico imbuido de una profundidad pacífica y democrática; nacional, pero al mismo tiempo universal, exento de chauvinismo. Se puede estar orgulloso de lo propio sin necesidad de disminuir o despreciar lo demás. Constituir así la expresión de una sociedad orgullosa de ser como es y no por ser supuestamente mejor que el otro. En la diferencia que cada quien es capaz de aportar está el valor de la identidad, del ser nosotros.

Por ello, es una concepción que necesariamente debe ser democrática, y porque dentro de esos parámetros también hay una construcción crítica. De lo contrario se estaría hablando de algo congelado en el tiempo y, por lo tanto, también descomprometido y puramente simbólico.

Un pensamiento de ese tipo es opuesto a ese patriotismo de pies de barro que se enseñó tanto tiempo en las escuelas. Es un pensamiento más comprometido, básicamente porque es un pensamiento, y no un impulso inducido como si fuera el consumo de un producto, tipo campaña publicitaria llena de mensajes subliminales y golpes bajos. Es un pensamiento que marca identidades pero también diferencias; hay uniones y separaciones.

La recuperación de las islas Malvinas por Argentina es tan inevitable como son anacrónicas las formas colonialistas sobre las que se sustenta la presencia allí de Gran Bretaña. Cada vez se hace más claro para el escenario mundial que esas viejas estructuras representan a un mundo que ya no existe, y los tres mil colonos que residen en las islas tendrán que buscar otra forma de relacionarse con el mundo.

No es casual que se hayan dado pasos tan importantes en ese sentido cuando en la región hay una sintonía muy fuerte entre gobiernos democráticos y populares que han permitido desarrollar acciones conjuntas por las islas. La recuperación de Malvinas no tiene nada que ver –y en todo caso es lo opuesto– con las arengas guerreristas y huecas de la dictadura. Por el contrario, esa recuperación será expresión o consecuencia del proceso de integración que ha iniciado un subcontinente que ha recuperado a sus democracias con un sentido nacional y latinoamericano. Es importante trazar esa diferencia en este año que seguramente será el año de un nuevo impulso para reclamar la devolución de las islas. Ese nuevo impulso se producirá con un discurso diferente del de los viejos dictadores.

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