EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
Después de ocho años, Hugo Moyano decidió que no encaja, bajó la cabeza y cargó contra los que fueron sus aliados. Hubo cruces e intercambios con la Presidenta, pero además el camionero metió presión concreta: bloqueó el abastecimiento de combustible, apañó a los gremios que estaban llevando a Aerolíneas al desastre y finalmente forzó un conflicto con una empresa privada del sur, lo trasladó a Buenos Aires y lo convirtió en un choque con el Gobierno y en medidas de fuerza contra el Correo público que no tenía nada que ver con el conflicto en sí.
Moyano embistió como un camión de cien toneladas con argumentos que están lejos de ese peso. Durante ocho años se congratuló de que el gobierno kirchnerista hubiera recuperado las negociaciones paritarias libres, y ahora afirma que no lo son. Las cien toneladas del camionero se diluyen en una nube de especulaciones sobre las razones que lo llevaron a esa decisión. Se dice que no le atienden el teléfono en la Rosada, se ha dicho que la Presidenta no le dio sus condolencias por el fallecimiento de su hijo, se escribió que no le concedieron los espacios que reclamó en las listas electorales; que ve con inquietud y muchas sospechas el desarrollo de tres procesos legales en su contra, y que ve una conspiración del Gobierno para que deje la conducción de la CGT.
Algunas de esas afirmaciones son falsas y otras son discutibles. Las reivindicaciones están incluidas en la carta que le mandó a la presidenta Cristina Kirchner el 31 de enero. Son todos temas que ya formaban parte del debate con el Gobierno. Hubo avances aunque no fueran los que quisiera Moyano, pero ninguno de ellos es un tema congelado. El mínimo no imponible ha ido subiendo más o menos con el índice de la “inflación de supermercado”, que acompaña en forma aproximada a los aumentos salariales. Más o menos lo mismo sucedió con las asignaciones familiares, a las que se agregó la Asignación Universal por Hijo. Y el trabajo en negro va en descenso y se han tomado medidas para controlarlo aún más, como pasar al Estado el Renatre, que en manos de un sindicato socio de las patronales, como es la Uatre, no controlaba nada. Moyano quiere llevar el mínimo no imponible hasta los salarios de 11 mil pesos (bruto) y que las asignaciones familiares las reciban todos los trabajadores y no solamente los que ganan menos. Son reclamos entendibles, pero no hay una discusión congelada que habilite la andanada de Moyano equiparando al Gobierno con el menemismo.
Así como puede ser legítimo ese reclamo, puede haber sido un error apañar a los gremios que estaban hundiendo a Aerolíneas Argentinas, aunque fueran parte de la Confederación de Gremios del Transporte. En esta nueva modalidad, Moyano aparece atacando a dos empresas públicas. En realidad se trata de dos empresas, Aerolíneas y el Correo Argentino, que fueron reestatizadas en los últimos años atendiendo en parte al reclamo de los trabajadores.
Las dos cartas enviadas por la CGT a la presidencia no explican el encono de Moyano con el Gobierno expresado en el acto de Huracán y en su aparición en el programa Con voz propia, de América TV, porque son parte del debate permanente.
Moyano se propuso provocar al Gobierno con equiparaciones con el menemismo o haciendo la defensa de uno de los gremialistas más desprestigiados como Gerónimo Venegas o dando a entender que recién renunciará al PJ después de hablar con el gobernador Daniel Scioli, sugiriendo o dejando virutas en el aire sobre la posible formación de una corriente interna entre ambos para disputar con el kirchnerismo, aunque enseguida lo “gastó” al propio Scioli agregando un socarrón “si lo dejan”, y remarcó que él tiene “un bando propio”.
Nadie sabe bien lo que pasa en el Gobierno. No hay reacción oficial, solamente versiones de enojos o de sorpresas. La única política hasta ahora ha sido la de guardar silencio. Se habla de que la presidenta Cristina Kirchner estaría molesta y por eso habría evitado reunirse con Moyano desde septiembre pasado. Pero el camionero no es un cortesano florentino y no puede quejarse porque no lo traten como tal.
Alrededor de Moyano aseguran que el jefe de la CGT mira con inquietud el progreso de las tres causas judiciales en su contra. Los informes que le han presentado sus abogados son tranquilizadores. En ninguna estaría muy comprometido. Pero le resulta difícil creer que el Gobierno no está detrás de los jueces y de las causas. Por eso en una de las cartas se hace mención a que la causa de los medicamentos fue iniciada por la ex ministra de Salud Graciela Ocaña, que ahora es diputada por una de las fracciones del peronismo disidente.
Al Gobierno que, a su vez, soporta y ha soportado innumerables causas en la Justicia y al que muchas de las leyes que impulsó y de las medidas que tomó se las frenaron en la Justicia, lo que menos podría interesarle es que su aliado en el frente gremial vaya preso. Como se dice en las novelas policiales, a ese crimen le faltaría el móvil. Lo real es que como un dato de los nuevos tiempos se da el hecho de que estuvo preso Juan José Zanola y de que aún lo está José Pedraza, dos secretarios generales de gremios tan importantes como los ferroviarios y los bancarios. Es un hecho nuevo pero que no tiene relación con una jugada del Gobierno ni de la oposición sino que es la expresión de los nuevos relacionamientos institucionales planteados por un largo e inédito período de juego democrático.
La visión conspirativa del dirigente camionero no explica tampoco la forma en que el Gobierno reemplazaría esa alianza tan importante en el movimiento obrero. Moyano coqueteó en su momento con el ex presidente Eduardo Duhalde y en las elecciones del 2003 no apoyó a Néstor Kirchner, sino a Adolfo Rodríguez Saá. En cambio, cuando ganó, Kirchner restituyó la personería jurídica que la dictadura le había retirado a la Confederación General del Transporte y Moyano fue elegido su secretario general. Un año después, en el 2004, el respaldo del gobierno le permitió cerrar las alianzas con las cuales ganó la conducción de la CGT. Quiérase o no, el gobierno kirchnerista tuvo mucho que ver con la existencia de la CGT moyanista.
En las filas del peronismo disidente –el único espacio de alianzas que le quedaría si rompe lanzas con el kirchnerismo–, están sus viejos enemigos como un Duhalde que en la campaña aseguró que, si ganaba, lo primero que haría sería echarlo de la CGT. Moyano se enoja con el gobierno que siempre lo respaldó y prefiere defender al duhaldista Venegas, que lo hubiera desplazado en la CGT si Cristina Kirchner perdía la elección presidencial del año pasado.
El contexto en el que Moyano se reposiciona como un crítico del Gobierno no es el de un cambio de políticas económicas o sociales que hubieran llevado a una reacción colectiva. No hubo ese cambio y tampoco se produjo una reacción colectiva. Moyano, como único dirigente, pegó una voltereta que no tiene consenso en la mayoría de la CGT, ni siquiera en la mayoría de los dirigentes que forman parte de su entorno. El jefe de la CGT afirma que lo llamaron muchas personas después del acto de Huracán, pero los únicos que expresaron en forma pública su entusiasmo fueron dirigentes como el mismo Venegas, que respaldó al candidato que se había proclamado como su principal enemigo. O Pablo Micheli, del sector de la CTA que está vinculada con Hermes Binner. O Luis Barrionuevo, otro hombre del duhaldismo. Ese es el campo de alianzas que le plantean sus nuevos posicionamientos.
Pero si ésos son los respaldos, el problema más grave lo tiene con los disensos. Hasta hace muy poco, los dirigentes que forman parte de su mesa chica se esforzaban por bajarles el precio a las duras expresiones que empezaba a formular Moyano. Algunos, como el taxista Omar Viviani ya dejaron en claro sus diferencias. Y los otros no saben cómo reaccionar y se limitan a explicar que no pudieron convencerlo. En el asado que convocó ayer sólo había doce dirigentes. Eso sucede en el moyanismo. Los llamados “independientes”, entre los que se cuentan los gremios que aportan más delegados al Congreso que debe elegir las autoridades de la CGT en junio, se distancian cada vez más de estas posiciones de Moyano. Los gremios de la construcción, mecánicos, y metalúrgicos que venían de cincuenta años de caída, lograron en los ocho años de kirchnerismo una recuperación que no pondrán en riesgo. Ninguno de ellos lo va a acompañar en una estrategia de confrontación total con el Gobierno.
Si Moyano alguna vez creyó en las versiones que hacían correr sus enemigos y los grandes medios sobre una operación del Gobierno para sacarlo de la CGT, ya no tiene que preocuparse. Sus propias acciones lo están llevando al aislamiento y a perder las posiciones que logró con el kirchnerismo.
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