EL PAíS › OPINIóN
› Por Francisco Cafiero *
Según la psicología, cuando un deseo se frustra el sujeto puede reaccionar con enfado o agresividad. La tolerancia a la frustración es una fortaleza que pocas personas detentan y que les permite continuar amando y trabajando (en términos freudianos) por lo que creen, con la convicción de saber quiénes son y cómo se realizan en la sociedad en que viven.
Los gobiernos de Néstor y Cristina, como nunca antes en la historia, han promovido la vía diplomática para el reclamo soberano argentino sobre las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. Con la firme convicción de que es en el marco del derecho internacional, respetando las resoluciones de la Asamblea General de la ONU, donde nuestro “deseo colectivo” será alcanzado.
Ya en 1869, José Hernández reivindicaba la soberanía de las islas para nuestro país, por razones económicas, políticas y culturales: “Los pueblos necesitan del territorio con que han nacido a la vida política, como se necesita del aire para libre expansión de nuestros pulmones. Absorberle un pedazo de su territorio, es arrebatarle un derecho”. Reivindicadas desde la usurpación británica en 1833, estuvieron siempre presentes en el pensamiento de Perón. Su canciller, Atilio Bramuglia, planteó en 1948 que “la emancipación americana no estaba concluida mientras existieren en el continente regiones sujetas a régimen colonial”.
En 1982, bajo el gobierno de la más cruel dictadura militar, Gran Bretaña mantuvo su ocupación ganando el conflicto bélico tras el intento argentino de recuperar el territorio nacional. Una guerra que, además de dejar 649 soldados argentinos muertos, mostró un alto grado de ignorancia política de la conducción militar en retirada.
Tras la vuelta de la democracia, medidas cosméticas en materia de política exterior obtuvieron resultados estériles en el campo internacional. Hacia adentro, hubo olvido para con nuestros héroes, aquellos que pusieron en juego su vida y que dejaron a sus amigos, compañeros y camaradas de esa lucha desigual. Hoy vivimos un cambio, distinguiendo la “causa Malvinas” –la de todo un pueblo– del uso que le dio la dictadura, reconociendo la vocación y entrega de tantos valientes, forjando una identidad cultural hacia adentro y hacia afuera, por la recuperación definitiva.
Inmersos en un modelo de crecimiento que se expresa en un proyecto de país consolidado, tras la reelección de Cristina Fernández, caminamos a paso firme hacia la recuperación de la “argentinidad” y la conciencia nacional. Y no estamos solos. Latinoamérica unida entiende la defensa de la soberanía como parte de una geoestrategia regional colectiva, jamás dispuesta a retroceder hacia el colonialismo.
En 1973, Perón pedía a los argentinos “empezar a pensar en grande”, diciendo: “Formamos parte de un continente cuyo destino es envidiable... Nuestra política internacional ha de estar dirigida a la unidad latinoamericana y a la conformación de un continente unido, solidario y organizado para defenderse”. Desde hace unos años, hemos comenzado a transitar ese camino. El pueblo, las fuerzas políticas y los jóvenes, como protagonistas, vuelven a demostrar ese “que florezcan mil flores” de Néstor Kirchner en una vocación por Malvinas, con el compromiso de recuperar pacíficamente las islas.
El exabrupto del primer ministro inglés David Cameron, calificando a nuestro país de “colonialista”, es la muestra de debilidad e impotencia del imperialismo frente a la realidad y la verdad histórica. El envío de buques de guerra al archipiélago demuestra a la comunidad internacional su falta de tolerancia y abolida vocación dialoguista. El modelo nacional y popular tiene el empuje y la paciencia de quienes llevan consigo esa fortaleza de saber quiénes son y cómo se realizan en la sociedad en que viven. Ese equilibrio interior que da la tolerancia a la frustración, para continuar amando y trabajando por un país que nunca renunciará a nuestras islas Malvinas.
* Militante y referente de Peronismo Hacia el 2020.
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