Lun 13.02.2012

EL PAíS  › OPINIóN

Mirar más largo

› Por Eduardo Aliverti

La capacidad de permanencia mediática se cuenta entre las formas que suelen ser efectivas para medir los alcances de una noticia.

No es una fórmula infalible, desde ya. Hay temas de enorme importancia que desaparecen de primera plana de un día y hasta momento para otro. En tanto hablemos de soporte, una causa es la velocidad pasmosa que adquirió la circulación informativa. Porque si hablamos de contenidos, lo haremos en torno de que a mayor acumulación indiscriminada es menor el volumen de comprensión. Nada nuevo bajo el sol. Lo habitual es que cuanto más se junta, menos se entiende, y en política eso no tiene nada de cándido. Sigamos con que una noticia esfumada no significa, indefectiblemente, que su temática-marco, e incluso la propia información, carezcan de relevancia. Están bien cerca los casos de las nenas de 11 años abusadas y embarazadas en Entre Ríos y La Rioja. El primero, sobre todo, tuvo repercusión considerable por la forma en que las autoridades provinciales y nacionales se lavaron las manos. Nunca más se supo del sino judicial y familiar de esas tragedias, como de tantas otras del mismo tipo y como corresponde a la red de complicidades que las apañan (médicos, magistrados, abogados, asociaciones profesionales). Sin embargo, ¿a quién se le ocurriría afirmar que fueron noticias de poca monta, o que lo es la problemática del aborto? Famatina también se evaporó de los medios. Podría argüirse que se debió a la postergación del proyecto, gracias al rechazo movilizador de los lugareños. Vale, pero eso no conlleva que se desvanezca el debate por la minería a cielo abierto. Aparece Tinogasta, encima con perfil represivo, repugnante, y no es descartable un efecto dominó. De hecho, y por fin, Cristina acaba de admitir que el gobierno nacional tiene que involucrarse en la discusión, al margen del personaje y las circunstancias de escenografía que impulsaron el reconocimiento. La palabra presidencial quedó. Hay que discutir el modelo argentino de minería.

Veamos ahora ejemplos de sentido inverso porque, en lo que va del año, se apiñaron quizá no muchos pero sí indicativos de lo que desaparece, o tiende a evaporarse, sencillamente porque el sustrato no da. Yendo de menor a mayor, la tarjeta SUBE tiene lo suyo en valor didáctico. Los horrores de comunicación que produjo el oficialismo no deben ignorarse, más aún cuando en ese aspecto parece haber empeño en hacer todo mal. ¿Cómo es posible que persistan en no informar el monto de la suba del boleto? ¿Cómo no previeron lo que eso generaría? Es incomprensible, pero de ahí a transformar en eje a la multitud precipitada para comprar tarjetas media un abismo. Son los subsidios, estúpido. Si los recortes afectarán verdaderamente a quienes más tienen. Si habrá eficiencia y eficacia en la aplicación de ese objetivo. Al momento de instrumentarse la Asignación Universal por Hijo sucedió algo análogo pero, claro, más patético: se satisfacía una demanda de años, sustancial, aprobada por todo el arco político, y los medios tuvieron la ocurrencia de centrarse en las largas colas formadas para acceder al beneficio. Coberturas noticiosas sin más destino que durar lo que un gas en una canasta.

Los choques entre la Casa Rosada y Hugo Moyano fue otro de los hits veraniegos. No hay afán de minimizar, porque es una tensión tras la cual se esconden los grados de representatividad en los paisajes político, sindical, social. Pero la carga de dramatismo con que fue volcándose la información sugería algo así como las vísperas de la pelea del siglo, a pesar de que el muy recortado poder de fuego del jefe de la CGT mostraba todo lo contrario. Hace semana y pico, Moyano convocó a sus pares en principio más fieles para una demostración de fibra; o bien lo que la prensa opositora presentó de esa manera. Terminó siendo el asado en el que sobraron la carne y las achuras, y fue allí donde varios dirigentes cegetistas remarcaron que no todos comparten la postura del camionero. De la noche a la mañana, literalmente, los mismos medios y periodistas que anunciaban el enfrentamiento entre Alien y Depredador anoticiaron que Moyano había comprobado la soledad que lo rodea. Así, como si nada. Igual que el déjà vu de los días siguientes, cuando Moyano fue a una de las bocas de lobo televisivas para aclarar que el diálogo con el Gobierno no está roto sino, tan sólo, “en compás de espera”. Otro papelón mediático, al menos para quienes rechazan que la vertiginosidad los arrastre. Es alta la probabilidad de nuevas circunstancias que rebroten los cruces verbales pero, por lo pronto, volvió a revelarse la insustancia de cierta agitación periodística que mezcla coyuntura y estructura con una facilidad asombrosa. O puede que no haya de qué sorprenderse, si se juzga como natural que estas digresiones sucedan cuando la oposición es encabezada por corporaciones de prensa y no por partidos políticos o fuerzas sociales.

Malvinas también tiene su condición emblemática. Lo episódico registra al acto del martes pasado como novedad más reciente. Nadie, con sensatez, puede manifestar contrariedad por lo decidido. Pero el anuncio de la apertura oficial y total del Informe Rattenbach ya se había hecho. Y recurrir con una denuncia de militarización a las Naciones Unidas, organismo al que el propio Gobierno relativiza (y lo bien que hace, si es por esperar alguna efectividad), francamente no es una medida conmovedora. ¿Debió haberse decidido algo más terminante? No, en opinión del suscripto, mientras se trate de exhibir una posición firme pero pacífica, asentando la voluntad de diálogo que Londres rechaza con carácter sistemático. La lógica no insinúa que haya contradicción en ese punto, sino en haber generado expectativas desmedidas que no fueron responsabilidad de los medios. ¿Cómo se arribó a esa instancia, que dio pasto a la derecha mediática –no únicamente, de acuerdo con lo escuchado en voz muy baja– para hablar de “sobreactuación”? Podrá haber explicaciones varias, pero la central continúa siendo el tejido complejo que es Malvinas y toda su implicancia en la relación con Gran Bretaña. Enmarañado y asimismo binario, en cuanto a las opciones en juego. Por una parte hay la indignación que despiertan las acciones inglesas, el sentimiento nacional, las sensibilidades que comprensiblemente no deben herirse, el factor geoestratégico que se mira con la ñata contra el vidrio. Por otra, un status colonial consolidado tras la guerra perdida y lo imposible de revertirlo como no sea con políticas de Estado a largo plazo, en las que cabe incluir lo ya avanzado en la región a través de Unasur, Celac, arreglos bilaterales. Y la insistencia ante la ONU, nadie dice que no. Cualquier variante por encima de eso sería apostar al incremento de la escalada diplomática; lo cual, más que por las consecuencias imprevisibles, obliga a interrogarse por su razonabilidad. ¿A dónde conduciría en aras de qué prioridad, para un país en vías de desarrollo que conserva tanta deuda social y productiva? Lo elemental de la pregunta no le quita validez. La refuerza. Ocurre que interviene la bronca, la impotencia, y se cae en maximalismos de efecto corto.

Si se trata, entonces, de mirar más largo, mejor enfocar para otros lados. La mayoría de los sucesos del estío no van hacia allí. Son excepción el esperable debate generalizado en torno de la minería y la muñeca que se tendrá o no para controlar importaciones. De lo segundo se desprenden manejo fiscal, fondos para obra pública, protección del empleo. Están la puja salarial en las rondas paritarias, las consecuencias locales de la crisis europea, el cómo se sigue conduciendo con esos frentes un modelo que privilegia el mercado interno, el avance o estancamiento en la distribución de la riqueza. Y sobre todas las cosas, si se asienta o retrocede la confianza popular en quien comanda la suma de esos procesos. El resto de lo que se ve tiene demasiado de juego tribunero.

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