EL PAíS › EMPIEZA EN CóRDOBA EL JUICIO POR LOS ASESINATOS DEL COMANDO RADIOLéCTRICO
Los policías Pedro Nolasco Bustos (57), Jorge Vicente Worona (65) y José Filiberto Olivieri (65) serán juzgados a partir de hoy por los fusilamientos de Ana María Villanueva, Jorge Manuel Diez y de Carlos Oliva, en junio de 1976.
› Por Alejandra Dandan
Tito todavía no puede hablar de un tirón, llora cuando vuelve a la escena del funeral de su hermana, en junio de 1976. Ana María Villanueva en un cajón sellado con un vidrio. Una solera blanca. No se le ve el cuerpo, dice Tito porque le habían puesto el vestido para taparla. El sólo se detuvo en la cara, y a esa imagen vuelve una y otra vez: la boca cerrada y la mejilla derecha donde le habían hundido una bala. En ese mismo momento se convenció de lo que recién ahora va a poder decirle a la Justicia, 35 años más tarde, que su hermana de 23 años, militante de la JUP, no murió en un enfrentamiento como se ufanó el III Cuerpo del Ejército al difundirlo en un comunicado, sino que la mataron en una ejecución con dos de sus compañeros mientras estaban aguardando una cita.
Hoy empieza en Córdoba el juicio oral a los únicos tres policías vivos del Comando Radioeléctrico de la provincia responsables del fusilamiento. El Tribunal Oral Federal 2 integrado por Fabián Asís, José María Pérez Villalobo y Carlos Lascano los juzgarán por las muertes de Ana María y de sus compañeros Jorge Manuel Diez, que también era su novio, y de Carlos Oliva. Pese a ser el cuarto juicio oral de lesa humanidad en la provincia, es la primera vez que se pondrá el eje en el Comando Radioeléctrico, el organismo de la policía cordobesa que fue la cara visible de la represión en la ciudad. “Lo singular es que el Comando de la Policía era la tropa operativa de la época”, dice Claudio Orosz, abogado de la querella de Hijos. “Manejaban las comunicaciones, la antena del centro, vigilaban todas las calles, tenían las tropas de choque y a partir de la intervención y del golpe ocupan la ciudad represivamente. Como decían los partes: la planificación estaba centralizada, pero la ejecución la tenían ellos porque estaba descentralizada.”
Los acusados son los policías Pedro Nolasco Bustos (57), Jorge Vicente Worona (65) y José Filiberto Olivieri (65). En la lista original estaba incluido el jefe del III Cuerpo Luciano Benjamín Menéndez, pero quedó afuera porque lo están juzgando en otros lugares.
El 2 de junio de 1976, la JUP de Córdoba estaba desarticulada, dice Orosz. “Con la represión, los cuadros locales estaban bastante descolgados de la conducción nacional. Estaban sin prensa. La imprenta había caído, pero todavía había un mimeógrafo oculto en las afueras de Córdoba. Ana María, Jorge y Claudio se juntaron aquel día para desenterrar el mimeógrafo y ver si eventualmente se necesitaba. Eran cuatro, hubo uno que medio que llega tarde, de pronto pasa uno de la D-2 que los reconoce. Jorge se da cuenta, los tres se suben a un auto, otro, que era mi hermano, se cruza a la estación de un colectivo mientras los otros intentan arrancar para levantar la cita.”
El hombre de la D-2 logró hacer una señal tan rápida que segundos después dos móviles del Comando Radioeléctrico rodearon el Fiat 128. Les hicieron una pinza por adelante y por atrás.
“Les abren las puertas, ellos intentan escaparse”, explica Orosz. “A Ana la agarran primero y la arrastran de los pelos. Carlos se agarra de un palo de luz, aparentemente no se zafa, le tiran un balazo en la espalda para que se suelte y los suben al patrullero.” Desde la esquina de las avenidas Caraffa y Octavio Pinto, del barrio Cabrera, se los llevaron al lugar conocido como Chateau Carreras, que después iba a ser un estadio de fútbol inaugurado para el Mundial. Para entonces era un terreno boscoso, al lado del río, deshabitado. “Ahí los fusilan –sigue Orosz– y los hacen aparecer como muertos en un enfrentamiento y así lo publican los diarios de la época y la televisión.”
Tito, que es Angel Guillermo Villanueva, hizo una investigación durante años para saber qué pasó con su hermana. “Mi papá y yo cuando ese día vimos el cuerpo de Ana no creímos en el enfrentamiento”, dice. “Mi papá intenta averiguar algo. El se reúne con dos jóvenes compañeros de Ana y le dicen que un kiosquero vio que los secuestraban. Luego de eso dejó de averiguar porque nos pintan la casa de cal: ‘Dejate de joder que te quedan cinco hijos’, pusieron. Y nos pintaron ‘guerrilleros malditos’, y lo pintaron al año siguiente también.”
Con la sensación de que podía efectivamente haber sido un enfrentamiento, por la extensión de las noticias de los asesinatos normalizadas por las campañas de acción psicológica de la dictadura, la causa de los militantes de la JUP no se convirtió en ninguna otra causa hasta años más tarde. En 2010, Tito recién logró abrir el expediente que ahora ingresa a debate.
“El parte oficial decía: abatidos, ultimados”, dice Tito. “Nunca asesinados, nunca muertos, nunca palabras más cruentas. Abatidos en el Chateau Carreras, luego de un control policial. Decían que habían sido perseguidos en un camino de tierra, que habían atacado al móvil policial y que el personal repele el ataque.”
Tito nunca entendió por qué la represión se empecinó además en borrarle las huellas a Jorge, el novio de su hermana. No sólo por la falsificación del fusilamiento, sino porque pese a devolver el cuerpo a la familia, como sucedió con los otros, a Jorge siempre en los papeles le cambiaron alguna parte del nombre: “Desde que lo matan le cambian el nombre o apellido. Yo creo que es como ocultar su identidad, como querer borrarle las huellas. El nombre es sencillo, fácil de pronunciar y se escribe fácil”.
Ana María tenía un agujero en el estómago que podrían habérselo hecho con una Itaka. El diente postizo no lo tenía. Tenía el cuello con hematomas. Y aquella imagen en la cara.
“Ella todas las mañanas pasaba por casa”, dice su hermano. “Le daba una latita de café instantáneo a mi mamá o de chocolate. Ese día tenía que estar a las doce en un control. A mí me dijo, un día en un viaje largo, que tenían controles por seguridad a las nueve de la mañana, a las dos de la tarde y ocho de la noche.” Jorge dice que antes de no verla más quedaron en verse esa tarde del fusilamiento y dice que nunca más supo cuál era la diferencia entre Montoneros y la JUP, porque ese día iba a preguntárselo a Ana.
“Otra de las cosas que hizo el genocidio fue obligarnos a callar y a sentirnos culpables”, dice Tito. “Eso creo que empieza a cambiar con esto de los juicios, porque yo hablo con las generaciones más jóvenes y tienen otra cabeza. Ahora sí que no siento un estigma, ahora siento siempre que lo digo y lo voy a seguir diciendo. En lo personal, el juicio tiene muy poco de reparación para mí, porque mamá y papá murieron con los genocidas impunes, pero en lo social adquiere otra dimensión que es importantísima.”
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