EL PAíS › LAS REACCIONES DE LOS USUARIOS DEL SARMIENTO A LA INTERVENCIóN DE LA EMPRESA
Hubo quienes aplaudieron la medida; otros le pusieron objeciones. En la recorrida de Página/12 por la Estación Once, la mayoría mostró aprobación, aunque cada uno con sus propios matices y argumentos. Las dudas por la reducción de servicios.
Algunos ya lo sabían, otros se enteraban por la consulta de Página/12. La intervención a TBA dispuesta por el Gobierno al mediodía impactaba por la tarde en los usuarios del Sarmiento de maneras disímiles. De todos modos, la mayoría aprobaba la medida, aunque cada quien le incorporaba un matiz diferente. O alguna crítica.
–Mamá, no quiero subirme al tren, tengo miedo de que nos pase algo. Si vamos a los últimos vagones subo, no quiero que este tren choque como le pasó al otro.
Karina, de 39 años, relata que así le dijo el lunes pasado su hijo de 9 años cuando llegaron a la estación. Se subieron igual, aunque al último vagón. Ahora cuenta ante este diario que habitualmente se viaja en “malísimas condiciones” y esto “se agudiza con el paso de los años”. Sobre la intervención sostiene que “estoy de acuerdo, pero me parece que nada va a cambiar las condiciones paupérrimas en las que viajamos. Ojalá me equivoque”.
Por el andén de la derecha se acerca uno de los trenes antiguos, sin aire acondicionado ni doble piso. Un pibe de camperita violeta con ribetes naranjas y gorra clara se para rápido y escupe hacia las vías, desafiante. Estaba sentado en el andén con las piernas en el hueco por el que llega la formación. “¿De qué hablás?”, responde al vuelo mientras intenta alcanzar un asiento vacío. Página/12 se asoma por la ventanilla y le grita: “De la intervención que...”, pero el chico levanta las manos. No tiene intenciones de levantarse de su puesto.
Ricardo Albornoz, de 35 años, toma la posta del de ropa colorida. Dice que viaja todos los días en el Sarmiento, siempre en horario de oficina. “Si mejora, es para bien que el Estado controle. El tema es que si reducen la frecuencia del servicio va a ser un quilombo y yo, al menos, no me puedo tomar ningún colectivo, me tendría que desviar demasiado. De 17 a 19 es la hora más complicada. Yo siempre lo tomo en ese horario y, a veces, entro por esta ventanilla –cuenta, mientras señala la abertura a través de la que habla con el diario–. Es que, ponele, salen cada 20 minutos y si vos llegaste y querés entrar a uno que sale en 15, ya no podés pasar. Además, un día te anuncian que va a salir un tren de Miserere (por abajo, donde pasa el subte), pero después lo cancelan y la gente sube en estampida a estos andenes.”
A unos metros, ingresan a la plataforma Pablo Gerez (20) y Luis Murdocca (23), que regresan a Morón tras el día de trabajo. El más joven opina que “siempre pasa lo mismo”. Cuando fue la tragedia en Flores, donde un tren de la línea Sarmiento chocó con un colectivo 92 que cruzó con la barrera baja, “también pusieron controles y duraron apenas una semana”. Recuerda que “había guardas haciendo pinta, pero después se fueron y nadie se hizo cargo del tema”. “Para mí, el control debería estar siempre.”
“Almas/ D/ Laburantes/ Cuyas/ Vidas/ Valen/ +/ Q/ 1/ Boleto.” Con un cartel que lleva esas palabras en forma de círculo en torno de un corazón, una valla impide el ingreso al andén donde se produjo el accidente. El tren, cubierto de una tela negra, estará allí hasta que concluyan los peritajes. Mientras, es probable que se reduzca la frecuencia.
El vendedor de alfajores de la plataforma teme que “eso no le va a caer bien a la gente”. Maciel Recaldez trabaja hace treinta años en la venta ambulante. Conoce que los usuarios “se violentan fácil, porque viajan mal y están cansados”. Asegura que en la línea Sarmiento hay cinco formaciones nuevas, de esas modernas con aire acondicionado y doble piso, y unas 24 viejas. “Esas están todas mal. ¡Si con alambres las arreglan! Imaginate que si sacan todas ésas, más de uno va a querer prender fuego todo.”
“Sonamos”, lanza Erica García, de 41 años, que espera el arribo de alguna formación donde pueda viajar sentada. “Hace años que el servicio no es bueno. Ahora estamos con dos andenes menos. Si encima sacan coches, no sé. Va a ser muy complicado viajar.” El día del accidente, cuenta, ella debía tomar el tren que se accidentó.
De traje, el ingeniero Osvaldo Ayesa (55) evalúa que la intervención es positiva, siempre que luego “se notifique de forma transparente y efectiva lo que se investigue en estas semanas y qué se va a hacer”. En su opinión, “era hora de que el Gobierno vigile, sobre todo para controlar cuál es el destino de los fondos con los que el Estado subvenciona el servicio. No puede ser que por día reciban una subvención de 3 millones de pesos y que TBA y los Cirigliano (el grupo económico propietario de la empresa de tren) no hagan nada”.
Por su parte, Romina de 31 años, una empleada administrativa que viaja todos los días desde Moreno hasta el centro, asevera: “Estoy harta de viajar tan mal. Siento que el día del accidente tuve un Dios aparte, porque entré más tarde a trabajar y me salvé de subir al tren de la tragedia”. “Una intervención por parte del Gobierno para investigar las causas de lo ocurrido el miércoles pasado pareciera ser sinónimo de que nuestros gobernantes tienen la intención de quitarse culpas por lo ocurrido. Creo que ya es tarde para tomar esta decisión”, afirma.
A su lado, Florencia (20) sostiene que “me parece bien que se intervenga el servicio, alguien debía ponerles un freno a los que se llenan los bolsillos a costa de la gente que viaja en pésimas condiciones, todos los días”. “Es la decisión que nuestra Presidenta tenía que tomar –enfatiza–. Ojalá pueda encontrar a los verdaderos responsables de la tragedia y hacer que paguen.”
Blanca tiene 61 años y confiesa que “estoy muy mal con lo que sucedió la semana pasada, sobre todo por mi nieta Yésica, de 24 años, que viajaba en el tren accidentado”. “Ella quedó muy conmocionada por lo que vivió –cuenta–. Ahora necesito conseguirle un cuello ortopédico para que se pueda mover.” Y da su opinión: “Estoy de acuerdo con la intervención del servicio porque no se puede viajar más en tan malas condiciones. El Gobierno tiene que hacer algo, si no no estaremos tranquilos cada vez que nos subamos a un tren”, agrega.
–No estoy de acuerdo con la medida dictada por el Gobierno, ya que es y seguirá siendo cómplice de las empresas como TBA. No se modificó nada desde el miércoles, seguimos viajando igual.
Víctor, de 60 años, muestra así su desconfianza. Rosa, de 50, le sale al cruce: “La única forma de dar con los responsables de este brutal accidente, que se podría haber evitado, es mediante una intervención en el servicio”, dice. Al final del andén está Magali. Tiene 35 años y mucho miedo. “El Gobierno debe rescindirle el contrato a la empresa TBA. Es hora de hacer mayores controles para evitar más accidentes –asegura–. Todos los días nos subimos a un tren sin saber si llegaremos vivos a nuestros hogares.”
Informe: Sabrina Améndola y Rocío Magnani.
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