EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Cuando Macri rechazó el subte no fue la decisión de izquierda o de derecha de un gobierno. Fue una decisión antinatural, como un jockey que se niega a montar su caballo, o un médico que se niega a curar, o un vendedor que se niega a vender. Más que una carga ideológica, en esa actitud, puesta así como la planteó el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con un enojo desproporcionado frente a los argumentos minúsculos que mostraba, lo que se percibía era indolencia y fastidio.
Es posible que el mejor calificativo no sea antinatural, pero la función de gobierno, de los buenos gobiernos, es hacerse cargo de los problemas. Un gobierno que no lo hace sería un desgobierno por definición. Gobernar es un problema permanente.
Puede haber gobiernos conservadores, de centro o de izquierda que sean activos o no. Sin ser el único, el enfoque ideológico marca un buen escenario para el debate político. Pero la dedicación, el compromiso, el tiempo o la energía que se le pone a la tarea de gobernar no son calidades inherentes a lo ideológico.
Por fuera de ese debate ideológico o partidista, Macri quedó en el peor lugar, en una zona peligrosa de “no querer hacer” ante los porteños. Incluso proyectó esa imagen deslucida ante aquella mayoría que ha mostrado tener la piel lo suficientemente gruesa como para votarlo sin preocuparse hasta ahora por otros síntomas de este tipo, como sus largos descansos, quizá los más largos entre políticos y funcionarios.
Si fue parte de una estrategia, el que la diseñó mostró que no conoce la problemática de la gestión porque expuso al jefe de Gobierno de la ciudad como alguien que no quiere gobernar o que piensa que gobernar no es resolver problemas. Los primeros que se dan cuenta cuando un médico no quiere curar son los otros médicos y los pacientes. En este caso, serían los otros gobernantes y los ciudadanos.
Cristina Kirchner no es un rival para descuidarse. Tiene muchos años de hacer política y de ocupar funciones en toda la línea, incluso una presidencia tormentosa de la que pudo sobrevivir con más del 54 por ciento de los votos. Ella se dio cuenta del lugar deslucido en que había quedado Macri y lo pulverizó en su discurso ante la Asamblea Legislativa.
Se puede discutir sobre quién tiene razón. Pero lo que no puede hacer un gobernante es evadir un problema, no importa el argumento con que lo haga. Tiene que hacerse cargo, tratar de resolverlo como pueda y así ganar autoridad para que su crítica sea demoledora. En cambio, si la crítica sirve para evadir una responsabilidad, se convierte ante los ciudadanos en una excusa quejosa. La forma en que Macri anunció su rechazo del subte lo mostró de esa manera. A eso se le sumó la frase a la Presidenta para que se haga cargo de la seguridad en la ciudad, que volvió a repetir en su discurso en la Legislatura, pero con un furcio, por lo que terminó pidiéndole “que se haga cargo de la ciudad”.
Los furcios y las repeticiones exponen un aspecto muchas veces oculto de las personas. Lo que muestran de Macri, en este caso, no es bueno, por lo menos para alguien que tiene la función de gobernar y que aspira al lugar de máxima responsabilidad.
No se entienden los criterios que llevaron a Macri a ese punto de actuación. Había dos hechos a los que usó como soportes para asentar su rechazo. Por un lado estaba la tragedia de Once y por el otro se hacía efectivo el anunciado retiro de los policías federales de las estaciones del subte. El tema de la seguridad, al que es tan afecto Macri, sobrevolaba ambas situaciones. La idea de montarse sobre esas dos circunstancias fantasmáticas para usarlas como ariete principal sin fijarse tanto en los argumentos específicos fue demasiado atractiva y contaba además con el respaldo de los grandes medios.
El rechazo del subte no estuvo bien argumentado, esperando que las alusiones a las víctimas del trenazo y al retiro de los policías operaran como propulsores de su actuación contra el gobierno nacional. Fue una forma de buscar un mecanismo de solidaridad por identificación. No funcionó, lo que se vio fue un gobernante que evadía una responsabilidad. En todo caso, evitar los accidentes y solucionar la falta de policías son tareas para las que también se elige al jefe de Gobierno, más allá de las críticas al Gobierno nacional. Ayer, después del discurso de la Presidenta en la Asamblea Legislativa, Macri se percató de su desliz y se preocupó por ofrecer más argumentos, pero ya le resultaba muy difícil retroceder.
Hasta aquí fue una evaluación fría. Pero habría que decir que el intento de montarse sobre los muertos de la tragedia ferroviaria fue miserable, un golpe bajo de los peores que puede usarse. El PRO y Macri se presentaron ante la ciudad como emblemas de la nueva política, pero en todo este embrollo con los subterráneos se han mostrado como expresiones de una cultura política con los peores vicios tanto en la gestión como en la estrategia.
Macri necesitó dos exposiciones públicas para explicar las razones por las que rechazaba hacerse cargo del subte. La primera vez se mostró enojado, enumeró algunos temas, pero hizo hincapié en el retiro de los policías y en el trenazo de Once. Le fue mal. Entonces, la segunda vez se explayó más en el tema de la financiación, como si ese tema tan gerencial le diera un ropaje más sólido a su posición.
Entonces ayer la excusa no fue la seguridad, sino una deuda de mil millones de dólares que tendría el gobierno nacional con el de la Ciudad. No se trata de una deuda concreta. Se trata de obras por esa cifra que se habría comprometido a realizar el ex presidente Néstor Kirchner, hace por lo menos cinco años. En ese tiempo, el gobierno nacional hizo muchas obras relacionadas con el subte. Es evidente que se trata de un tema a discutir, donde cada lado tiene su argumento.
Macri no puede decir que el gobierno nacional no hizo nada en cinco años, porque casi todas las obras que se realizaron en el subte no las hizo él. Seguramente podrá decir que no se hicieron todas las que se habrían prometido. Ese margen, en todo caso, es el que está en discusión y es mucho menos que mil millones.
“La trastienda de todo esto es la pelea por los fondos”, explican desde algunos foros macristas para mostrar a su líder como un negociador y no como un prófugo. El rechazo de Macri a responsabilizarse por los subtes habría sido en esta versión un rasgo de genialidad, una actuación para forzar una negociación. Se dice que no lo hizo antes, o sea la primera vez que habló, porque había una negociación en marcha. Si había una negociación en marcha la primera vez, no se entiende por qué anunció que se desligaba del sistema de subterráneos, dándola por terminada y sin explicar la cuestión de la deuda que aparece como tan importante en la segunda vuelta.
Entre la primera y la segunda aparición, Macri habló ante la Legislatura porteña. Dedicó las dos terceras partes de su corto informe de gobierno a criticar al gobierno nacional con argumentos genéricos sobre el federalismo y varias quejas sobre distintos tópicos, entre ellos que Buenos Aires tuviera fama de distrito rico, como si no lo fuera. No hubo datos sobre su de-sempeño económico cuando está teniendo records de recaudación, ni datos sobre gestión en casi ninguna de las áreas de su gobierno. Menos de una tercera parte de su informe estuvo dedicada a su obra de gobierno. Una presentación desprolija, mal leída y casi sin datos. Compraron 40 ambulancias, dos helicópteros y se hicieron tres kilómetros de subte, enumeró.
La comparación con el apabullante informe del gobierno nacional, con el cual disputa, lo hizo quedar desdibujado, desprolijo y hasta indolente, como si hubiera perdido su guía.
Hay un rol de cabeza de la oposición por el que en teoría estarían compitiendo el Frente Amplio Progresista de Hermes Binner, los radicales, y el macrismo. Macri usa su confrontación con el Gobierno para disputar ese lugar. En teoría, las críticas y el enojo de Cristina Kirchner lo convierten en interlocutor, en contendiente. Un gesto grandilocuente como el de los subterráneos despertaría esa furia que lo inviste. Pero esa furia también lo puede aplastar en un sentido metafórico si lo desnuda como inútil u holgazán. Es probable que no pierda sus votos de primera vuelta, pero así no gana nuevos votos. Y Macri necesita crecer. Los tres sectores de la oposición parten de un piso bajo para convertirse en opción nacional, pero la bolsa más grande de donde pueden sacar es de los votos kirchneristas. Macri no eligió el mejor camino en ese sentido.
Macri dijo que solamente repensaría su decisión sobre los subtes después de una reunión con Cristina Kirchner. Esa idea del ungimiento ronda la condición que pone, pero la jugada no deja de ser tosca. Por más vuelta que se le quiera dar, la imagen que queda es la del jefe de Gobierno de la Ciudad que no se quiere hacer cargo de una función que le compete, porque afecta a los porteños, aunque diga que también viajan ciudadanos de la provincia. Lo real es que los subtes conviven con los porteños, que los usan y que son afectados cuando paran o tienen problemas. Desde la mirada del ciudadano, son problemas de los que el gobierno de su ciudad no se hace cargo.
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