Lun 16.04.2012

EL PAíS  › OPINIóN

Los que respetan la tierra

› Por Norma Giarracca *

Las sociedades occidentales periféricas, cuanto más tenaces han sido sus esfuerzos por incluirse en la “modernidad” generada por Europa, más dispositivos capaces de “producir ausencias” han utilizado y perfeccionado. Para que se comprenda: las naciones latinoamericanas, para formar parte de la ingeniería social creada por Europa, debieron “invisibilizar” sectores sociales, culturas, lenguas indígenas, otros modos de concebir el espacio, el tiempo, la relación con la naturaleza. Esta “invisibilización” fue una operación activa de las clases dirigentes educadas con ideas liberales llevadas a cabo a través de variados mecanismos de socialización y control no exentos de violencia. En algunos países, como México, Perú, Bolivia, ocultar esas tremendas culturas que precedieron a la colonización resultó una tarea casi imposible por la fuerza de esas presencias aún subalternizadas, desacreditadas y “racializadas”. Pero en nuestro país, etnocidio y arrinconamientos mediante, fue más fácil y por lo menos se las apartó de la escena política y social donde la modernidad (periférica, pero modernidad al fin) se instalaba con el beneplácito de las elites y de los inmigrantes que aceptaban la narrativa del país vacío, deseosos de territorios y de un futuro posible, ya que para eso habían abandonado los suyos.

Y la operación de “producir ausencias” y presentarnos como una nación de origen europeo tuvo un éxito relativo que prometía conducirnos a la altura de los grandes países desarrollados y “blancos”. Corría el famoso y engañoso ciclo agroexportador de 1880 a 1930; conformábamos una nación con un futuro promisorio, ganadería, agricultura y renta agraria mediante. En esta operación fue fundamental la homogeneización de las poblaciones que provenían de diversas raíces: indígenas, criollos e inmigrantes subalternizados. Un dispositivo importante fue la desvalorización de lenguas nativas, pieza clave de culturas diversas. Se había puesto en marcha el operativo de “blanqueamiento” y homogeneidad; el operativo de “producir ausencias”, dice Boaventura de Sousa Santos.

Algo parecido ocurrió con los millones de pobladores que producían la tierra; de pronto hubo, por esos mismos mecanismos de “invisibilización”, una agricultura con sólo tres actores: “terratenientes”, “gringos” (arrendatarios) y “peones”, la famosa tríada que nos asemejaba al modelo británico. Es decir, se redujo el “campo” y se desperdiciaron experiencias. Los criollos asentados en tierras de casi todo el país, con muy poca tierra, o las comunidades indígenas del norte o sur, fueron metamorfoseados en distintas categorías censales que ocultaban su identidad de campesinos: campesinos criollos o de comunidades indígenas; es decir, se redujeron las diversas relaciones con la tierra a una sola: la de mercancía.

Con la crisis de la modernidad, esos sectores ocultos, desjerarquizados, maltratados y “racializados” fueron emergiendo en toda América latina y también en la Argentina, donde comenzaron a organizarse con una “autoidentidad campesina” en clara alusión a los sectores latinoamericanos con sus historias de resistencias, y fue más que evidente la “emergencia” de las comunidades indígenas que mostraron la dignidad y el orgullo de pertenecer a la tierra, a la Pachamama.

En este 2012, momento de pasajes, de transiciones, de configuraciones societales donde se vislumbran más bisagras y puertas que sólidos ladrillos y paredes, los campesinos y las comunidades indígenas muestran organizaciones, producciones, formas propias de productividad, de cultivos, de mercadeos, de consumos que son relativamente respetados y hasta imitados. Llegar hasta aquí fue un largo camino donde muchos campesinos e indígenas dejaron sus vidas. Justamente el 17 de abril se recuerda el Día de la Lucha Campesina, por una masacre producida en Brasil en 1996; muchos de ellos, además, pierden la vida cotidianamente preservando territorios, biodiversidad y otras condiciones de posibilidad para lo que se enuncia como “el buen vivir”. ¿Lograremos convivir con esta diversidad cultural o aquel pasado colonial “homogeneizante” seguirá boicoteando de miles de modos a quienes respetan la tierra?

* Socióloga, profesora titular de Sociología Rural, Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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