EL PAíS › OPINIóN
› Por Horacio González *
Las medidas de democratización financiera, recomposición empresaria, soberanía energética, federalismo no estamental y autonomismo nacional que la Presidenta tomó sobre YPF pueden –y deben– significar una nueva perspectiva para la hipótesis general de una sociedad argentina emancipada. Los atributos de una democracia capaz de revisar con más fuerza las rigideces y desigualdades de nuestra sociedad siempre tuvieron que ver con la cuestión petrolífera. Esta no fue solo una cuestión de tecnología, perforación y metros cúbicos, sino también de sentido de la economía compartida y equitativamente distribuida. Y un poco más allá, de un llamado a construcciones políticas novedosas enraizadas en la conciencia colectiva. YPF no se equivocaba, desde sus orígenes, en ninguna de las tres letras que forman su sigla. “Yacimientos”, que significaba la economía descubierta en las napas profundas del territorio y una sutil apelación a lo que “subyace” y hay que recobrar; “petrolíferos”, porque la vieja y enigmática palabra que ya tiene varios siglos de antigüedad significaba el óleo que viniendo de rocas y huesos milenarios irrumpía en la era del capitalismo para definir, a favor o en contra, la suerte de los pueblos. En cuanto a “fiscales”, la expresión hoy suena un poco anacrónica o dislocada, entre tanta diversificación de su uso y tantas teorías del Estado decisionistas y no decisionistas. Pero no era así cuando en la época de Yrigoyen se le puso nombre. Fiscal significaba el poder público democrático operante, construyendo escuelas, viviendas, incluso poblaciones enteras y empresas fundadas en el interés público. Y aún hoy debe seguir significando eso.
La expresión Repsol obedece en cambio a un impulso publicitario de la globalización, de la cual son especialistas las agencias de creación de significantes deshabitados. Fueron tomados de una pequeña empresa de lubricantes española (Repesa), y lo completaron con la palabra “Sol”, la del astro, dijeron sus creadores, que “identifica a España en las culturas del norte”. He aquí un caso en que una sigla con tres consonantes que solo atípicamente pueden conjugarse y que son fonéticamente impronunciables de seguido, YPF, pero que se torna un trípode lingüístico de vasta resonancia social e histórica, mientras que poco puede significar una idea publicitaria alrededor del Astro Rey, que apenas nos dice lo que todo pueblo ha pensado de manera inmemorial sobre el sol. Pero en este caso se le agrega un pequeño pigmento suplementario, en el que ni querríamos esforzarnos para verle una resonancia, si bien lejana, añoradamente imperial. Nuestra España no es eso, sino un debate sobre la lengua, y un oído argentino siempre presto a escuchar a un Miguel Hernández, Cansinos Assens, Antonio Machado, Jiménez de Azúa, Claudio Sánchez Albornoz, Francisco Ayala, cada uno de ellos, maestros en su tema, y maestros de muchos argentinos.
YPF fue tema notorio de Raúl Scalabrini Ortiz, que lo toma como argumento central de sus escritos de la época frondizista –en un debate sobre quién debería encarnar la parte empresarial extranjera en los nuevos convenios—, y mucho antes fue palabra oscura lugoniana. Este gran autor argentino y hombre desdichado contribuye al golpe del ’30 contra Yrigoyen criticando erradamente el “estanco petrolífero”, pues así llamaba a la política de Mosconi, a la que le agregaba la crítica de que se había realizado un acuerdo con la compañía petrolífera soviética. Mosconi influyó en la creación de Ancap, la compañía energética uruguaya, y de YPFB, la compañía boliviana, que en algún momento expropió establecimientos de la Standard Oil. Por su parte, el Conselho Nacional do Petróleo, antecedente de Petrobras, no poco le debe a Mosconi, que era ingeniero militar y también ingeniero civil. Fue también el petróleo notorio tema de Arturo Frondizi, que en 1954 publica Petróleo y política, un libro de gran significación en la historia de las ideas argentinas, de posiciones estatistas y nacionalizadoras –luego abandonadas– y que se inspiraba en reflexiones que no poco tomaban de un marxismo de “estructuras y superestructuras”, desnutrido de mejores lazos con una imaginación social de mayor espesura, pero una gran novedad entonces por provenir del ámbito político del cual participaba esta notoria y ambigua figura política. Al comienzo del siglo XX no era ignorado el petróleo en la publicística argentina. Jorge Newbery y el ingeniero Tierry, en 1910, publican el primer libro argentino sobre petróleo, cuya reedición en la década pasada lleva prólogo de Fernando Solanas y Félix Herrero.
El golpe de 1955 tuvo también escenas petrolíferas sobre las cuales meditar hoy. Se recuerda la discusión en ese año sobre los contratos con la empresa California, subsidiaria de la Standard Oil, contratos que Perón defiende, Frondizi en su momento critica y los golpistas lo toman como pretexto para sus acciones (Lonardi anula ese convenio; poco después, Perón, en su opúsculo “Del poder al exilio”, lo justifica con argumentos desarrollistas –la necesidad de inversiones extranjeras– pero asemeja su caída a la del primer ministro Mossaddeg, de Irán, que en 1953 había intentado nacionalizar el petróleo y es derrocado por acciones cuyo origen tenía el sello de los intereses británicos y norteamericanos).
La cuestión petrolífera nunca fue, ni en la Argentina ni en ninguna otra parte, un hecho solamente de dimensiones ingenieriles, tecnológicas y empresariales. Todo eso principalmente lo es, pero la significación del petróleo –como la del oro– adquiere fuertes simbolismos y nos lleva a la relación entre la economía del subsuelo natural y las regiones de la cultura crítica y la historia de las ideas. “Petróleo” es una pieza retórica fundamental de la modernidad, como el ejemplo de los diques y aviones que daba Heidegger en “La pregunta por la técnica” o el estudio de la simbología del oro que se puede leer en El Capital de Marx. Decir petróleo es dar el nombre de una antigua encrucijada cultural en nuestro país, al que se le dice “país con petróleo pero no petrolífero”. No cambia con esta sutileza la cuestión. El petróleo, motivo de guerras, luchas empresariales, golpes de Estado, creación de naciones ficticias y puesta en rediscusión la era de los imperialismos, es una categoría intelectual del pensamiento político, demasiadas veces central en la comprensión de los acontecimientos históricos. No porque se trata de un determinismo que haría elemental cualquier razonamiento que no se base en él, sino al contrario, porque allí se sintetizan múltiples determinaciones de la conciencia pública y de la cimentación democrática, esto es, de nuestra sociodicea liberacionista.
Con la medida anunciada por la Presidenta, que es audaz y prudente al mismo tiempo, se liberan nuevas discusiones que involucran al conjunto del tejido histórico nacional. La íntima relación de esta decisión petrolífera la vemos tanto con la creación de una economía pública democrática, autosustentable y de tecnologías sobre las que puedan pesar decisiones autónomas, como con la primicia que aún está latente en la sociedad nacional, su lógica política emancipatoria registrada en todos los planos de la acción colectiva. En el de la política, la cultura, la lengua, los frentes sociales que laboren el espíritu público democráticamente movilizado y la cuestión nacional, siempre viva, tratada no con cerrazones de la racionalidad instrumental revestida de abstractas leyendas, sino con el verdadero carácter de las epopeyas que saben innovarse a sí mismas, en su pedagogía, en sus poéticas y en sus convocatorias a la vida intelectual y popular. Esto, en su triple dimensión de saber social, saber técnico y saber simbólico. Ni más ni menos que una nueva conjunción de la naturaleza con la historia nos depara esta significativa decisión sobre la cuestión petrolífera en la Argentina.
* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.
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