› Por Daniel Filmus *
Los altos niveles de acuerdo que concitó la nacionalización de YPF ponen de manifiesto que uno de los principales éxitos del proceso iniciado en el 2003 por Néstor Kirchner y continuado por Cristina ha sido cultural: la recuperación por parte del pueblo argentino de la concepción de que el Estado debe jugar un papel preponderante en la conducción tanto del modelo de desarrollo económico-social, como en la gestión de los recursos que son imprescindibles para asegurar su continuidad y profundización.
Ello implicó una tarea sumamente compleja: revertir el núcleo central del modelo cultural neoliberal que se comenzó a implementar a partir de la dictadura militar genocida que se instaló en el poder en 1976.
Sobre fines del año 1982 tuve la oportunidad de dirigir una de las primeras investigaciones de opinión pública con vistas a las elecciones de 1983. Este trabajo llegó a dos conclusiones que nos llamaron poderosamente la atención. Respecto a lo electoral, los datos mostraron que por primera vez la UCR, con Raúl Alfonsín como candidato, podía ganar una elección sin proscripciones. Respecto a lo ideológico, la encuesta permitió observar que la población mayoritariamente había perdido su confianza en el Estado y pedía la privatización de las empresas públicas. Este fue quizás uno de los escasos triunfos de la dictadura que se retiraba derrotada.
Como es sabido, la dictadura argentina, a pesar de su política neoliberal, no privatizó empresas públicas. Colocó en su dirección integrantes de las FF.AA. que se enriquecieron en sus cargos y llevaron adelante una estrategia destinada a profundizar sus niveles de burocratización e ineficiencia. Los datos muestran que durante los años del “Proceso” cayó el número de trabajadores industriales, pero aumentó el número de empleados públicos. La dictadura transformó el “Estado de Bienestar” que se conformó a mediados del siglo XX, en “Estado de malestar”. Contra este Estado, incapaz de conducir eficientemente la gestión de los teléfonos, la electricidad, los trenes, el petróleo, los aviones, el agua, el correo, etc., es que la población manifiestó su opinión contraria y comenzó a mirar con buenos ojos la privatización de las empresas públicas.
Durante el gobierno de Raúl Alfonsín no se pudo revertir esta situación y se profundizó la crisis del Estado, al mismo tiempo que se amplió fuertemente la espiral inflacionaria y el déficit comercial y fiscal. Ello permitió que el gobierno de Carlos Menem encontrara un campo propicio para legitimar ideológicamente con un amplio consenso social su avance hacia la enajenación y desnacionalización del patrimonio público y hacia la entronización del mercado como actor excluyente y fundamental.
Casi diez años después del colapso de este modelo cristalizado en la imagen de la huida en helicóptero de De la Rúa y el “que se vayan todos” ganando las calles, las políticas llevadas adelante por Néstor y Cristina permitieron que se recobrara masivamente la confianza en el Estado.
Por supuesto, en este cambio de mirada sobre el Estado, la sociedad ha tenido en cuenta distintos factores, entre los cuales se encuentra la de un lugar cada vez más central para la política y la discusión ideológica pública que ello conlleva. Pero nos animamos a proponer que ha sido la experiencia concreta acerca del papel del Estado en los últimos años lo que revirtió la concepción predominante hasta el 2003. La nacionalización de YPF se inscribe en la creciente importancia del Estado en la producción, distribución de bienes y servicios y en la conducción del proceso político y social que tuvo numerosos antecedentes: la renegociación del la deuda externa y el desendeudamiento con el FMI, la nacionalización de AySA, Correos, Aerolíneas Argentinas, los fondos de las AFJP, las políticas activas para la recuperación de la industria y el trabajo, el exponencial incremento de la inversión en educación, la movilidad jubilatoria, la AUH, el nuevo papel del Banco Central, entre otras medidas. Esta experiencia permite visualizar un importante avance hacia la construcción del modelo de Estado que Néstor Kirchner esbozó en su discurso inaugural el 25 de mayo del 2003: “Se trata de promover políticas activas que permitan el desarrollo y el crecimiento económico del país, la generación de nuevos puestos de trabajo y una mejor y más justa distribución del ingreso. Como se comprenderá, el Estado cobra un papel principal, en el que la presencia o ausencia de Estado constituye toda una actitud política... el Estado deberá poner igualdad allá donde el mercado excluye y abandona”.
En gran medida, los partidos de la oposición acompañan la nacionalización de YPF porque son conscientes de este proceso de restauración de la imagen del Estado que vivió el pueblo argentino y no quieren quedar al margen. Al mismo tiempo, la corporación mediática descarga todo tipo de críticas por “seguidismo” hacia la oposición, porque no puede aceptar públicamente este cambio en la conciencia de nuestro pueblo.
Por supuesto, la mirada respecto del Estado no es el único paradigma que ha cambiado en estos años. La condena a la impunidad frente a los crímenes cometidos por el terrorismo de Estado, la visualización de la política y la militancia como factores de cambio, el análisis del verdadero papel de las corporaciones mediáticas que se dicen independientes, la importancia de priorizar las relaciones con nuestros hermanos latinoamericanos en nuestra política exterior, son algunas de las transformaciones en la conciencia de los argentinos que han llegado para quedarse.
La consolidación de esta nueva cultura y la construcción de organización política y social en torno del liderazgo de Cristina son las garantías de la continuidad y profundización de un modelo que tiene como horizonte la edificación de una Argentina más desarrollada, solidaria, soberana y justa.
* Senador nacional - Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores.
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