EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Vélez puso en el cenit a una Cristina Kirchner que llevó la expropiación de YPF como trofeo para una tribuna que, si bien fue muy masiva, tuvo aún más importancia por lo que representó de todo el país, social y generacionalmente, y por la oficialización de un nuevo protagonista político, la cristalización de una fuerza propia que sostiene a la Presidenta dentro del peronismo y por fuera de él. Humildes y jóvenes tomaron esa metafórica copa dorada de la expropiación como consumación y basamento de un compromiso mutuo.
El acto de Vélez fue el primero en todos estos nueve años de gobierno kirchnerista cuyo objetivo central no fue una campaña electoral o la defensa de una medida concreta, como la 125 o los actos por derechos humanos. En nueve años, ésta ha sido la primera vez que el propósito principal fue respaldar a Cristina Kirchner. Y tuvo como consecuencia el reconocimiento de un liderazgo por las numerosas agrupaciones convocantes de manera unificada y no dispersa como había sido hasta el viernes.
La expropiación de YPF sumó al tono épico de la concentración, pero no fue el centro, porque el acto había sido convocado como de respaldo a la Presidenta desde antes de que se anunciara la medida. El azar como un componente de la historia fue aludido por Cristina Kirchner en su discurso, al señalar que cuando los dirigentes del Evita y La Cámpora le hablaron del acto, en febrero, ni se había pensado en ese momento en la derivación que tomaría la situación de YPF. Recordó que la idea era hacerlo el 11 de marzo, en recuerdo de las elecciones que ganó Héctor Cámpora, pero que finalmente se decidió hacerlo en el aniversario de las elecciones que determinaron la asunción de Néstor Kirchner. Valga la paradoja pero, en esas elecciones, Kirchner había perdido frente a Carlos Menem.
El ejercicio histórico que hizo la Presidenta fue certero. Néstor Kirchner era un presidente que había perdido la elección, con apenas el 22 por ciento de los votos, que dependía de una estructura política que no controlaba, que no había podido legitimar su gestión porque Carlos Menem se había retirado de la segunda vuelta. Y además recibía un país destruido desde el punto de vista económico, político y moral. En esas circunstancias, que hubieran paralizado de pánico a la mayoría de los políticos, Néstor Kirchner asumió un mandato “que tenía legalidad, pero al que le faltaba legitimidad”, recordó ayer la oradora. Si se recuerdan la frialdad y el escepticismo con que eran escuchados los candidatos en aquellas elecciones, incluso por sus propios adherentes, el contraste con el entusiasmo de las tribunas de ayer es muy grande. De una tribuna a la otra hay una laboriosa reconstrucción de la política como posible herramienta democrática de transformación de la sociedad.
Los opinadores mediáticos que sólo quieren ver corrupción y latrocinio en ese proceso no pueden explicar esos datos de la realidad, que demuestran que sobre todo hubo políticas de ciudadanía de alta calidad democrática. No se puede explicar el recorrido de ese camino en condiciones tan adversas y desde un punto de partida tan débil y vulnerable sin el desarrollo de políticas de empoderamiento social y construcción de ciudadanía. Kirchner no habría durado ni dos días sin generar esas políticas y no reconocérselo es un acto de mezquindad histórica.
Los movimientos sociales que fueron el eje de la convocatoria de ayer, desde La Cámpora hasta la CTA que dirige Hugo Yasky, la Federación Tierra y Vivienda de D’Elía, el Movimiento Evita, el Kolina (de Alicia Kirchner), el Frente Transversal, la Martín Fierro, la Tupac Amaru, la Corriente Nacional y Popular de la Militancia y numerosas agrupaciones más chicas, tuvieron muchas dificultades en estos nueve años para generar acciones propias en forma conjunta y las pocas veces que lo hicieron en estos largos años fueron momentos fugaces que terminaron en discusiones y peleas.
Estas agrupaciones, sobre todo La Cámpora, han crecido mucho en el territorio y han ampliado su convocatoria como rebote del liderazgo de Cristina Kirchner. Y ahora, a través de estas organizaciones, ese liderazgo toma forma orgánica, tiene un punto concreto de articulación. En ese sentido se constituyen como fuerza propia de la Presidenta. Hay otras corrientes y sectores del peronismo que la respaldan, pero el acto de ayer fue fuerza propia de la Presidenta.
El otro acto del peronismo esta semana, y que de alguna manera quiso empatarse con el de Vélez, fue el de Hugo Moyano en el Parque Roca, el jueves, y fue representativo de las razones que provocaron el distanciamiento del camionero de la Presidenta. La idea de plantearse como competencia o como presión en lo político, por fuera del ámbito gremial, fue letal para Moyano, que era el aliado natural del kirchnerismo en la CGT. Pero Moyano concibió siempre su participación con la lógica gremial de presionar para negociar y sacar provecho en lo político. Y esa lógica, donde incluso los actos de apoyo se presentaban como demostración de fuerza, siempre hizo cortocircuito con Néstor y Cristina Kirchner.
Kirchner eligió a Moyano como su aliado porque pensaba que había una proximidad política e incluso valoraba la rusticidad combativa del camionero que, para el resto de los políticos, lo convertía en piantavotos. El kirchnerismo habría apoyado el afianzamiento de Moyano en la CGT si éste no lo hubiera usado para presionar en el plano político. Esa forma de relacionarse expresó una de las características personales de Moyano, que desconfía de todo lo que no sea tropa propia. Con esa carga, la ruptura siempre fue cuestión de tiempo. Los roces fueron permanentes. Con la lógica de la relación de fuerzas establecida por el camionero, cuando el kirchnerismo evaluó la suya, se la aplicó, y Moyano en vez de aceptar las reglas de juego, optó por alejarse.
Sin el respaldo oficial, Moyano no tiene fuerza para sostenerse como titular de la CGT. El jueves, prácticamente reconoció que es el inminente ex secretario general y lanzó advertencias colocándose de hecho junto a la oposición. El peor consejero en general, y en política en particular, es el despecho. Pero la personalidad de Moyano es irascible y emotiva. El camino que tomó, por ahora, no tiene mucho destino y por su carácter también es difícil que pueda compartir espacio con otro en un mismo proyecto.
El momento que eligió para su acto, pensándolo como reflejo del de Vélez, fue monopolizado por el tsunami de YPF. La concentración en el Parque Roca fue arrastrada como una hoja en el viento de la nacionalización petrolera. Pese a la furia, habría sido letal para él cuestionar una medida que seguramente está subrayada en su propia agenda. Y entre tanta protesta, advertencia y cuestionamiento, se vio obligado a respaldar esta medida del gobierno al que ahora se opone.
El jueves había terminado el debate en el Senado y se preparaba el de la Cámara baja. El respaldo que tuvo la expropiación de YPF en el Senado puso otra vez muy en evidencia la cobertura de los grandes medios que, desde el anuncio, había consistido en amplificar las quejas, protestas y amenazas de Repsol, del gobierno conservador español y de cuanto funcionario menor de Estados Unidos o la Unión Europea sugiriera represalias contra Argentina. Esa estrategia editorial repetía la no tan vieja política del neoliberalismo de mostrar escenarios apocalípticos y castigos terribles ante cualquier desobediencia a la lógica de los centros financieros de poder. Sus principales editorialistas y opinadores insistieron en este libreto o mantuvieron la línea de descalificación de funcionarios por la que convierten a la política en una sucesión de hechos policiales. Como en pocos casos anteriores, los políticos en general se desmarcaron de esa ofensiva y plantearon un debate más argumental y más razonable.
Se produce este prodigio que es la manifestación del desencuentro profundo entre los grandes medios con las grandes mayorías, cuando son éstos los que siempre se han relacionado con los públicos masivos. Al mismo tiempo, los opinadores de estos medios se jactan de que esas grandes mayorías viven en una realidad virtual porque no comparten la realidad virtual que ellos representan. Esa dualidad persistente resulta patética porque la evidencia no los favorece y sólo se pueden dirigir a los que ya piensan fanáticamente como ellos.
El acto de Vélez fue una más de esas evidencias porque significó la cristalización o el anuncio oficial de un fenómeno que se viene produciendo desde antes y cuyo significado es que el escenario de la política argentina incorporó un nuevo protagonista en el kirchnerismo como fuerza nacional, popular y progresista. Un protagonista con tradición y mucho peso popular en ese espacio, al que llegó para quedarse.
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