EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
Mascaritas
› Por J. M. Pasquini Durán
Fue en 1890, año de ebulliciones diversas en el país, la primera vez que conmemoraron el 1º de mayo algunos grupos de trabajadores, artesanos con preponderancia de anarquistas y socialistas, entre ellos los que pronunciaron discursos en sus idiomas de origen, por lo general centroeuropeos traídos por las primeras olas de inmigrantes. Fue hace 113 años, pero al repasar sus demandas principales hay algunas que volvieron a tener vigencia: la jornada de ocho horas, la precariedad laboral, la explotación del trabajo de mujeres y niños, la ausencia de legislación social, entre otras. La reincidencia se debe al desgarrador salto hacia atrás de la sociedad argentina, con millones de afectados, en primer lugar las franjas laborales y los núcleos más débiles. El impresionante retroceso, con alzas y bajas, ocurrió durante el último cuarto de siglo, con exactitud desde fines de 1975, y la injusticia social se afirmó en la década de los 90 mediante el apogeo del pensamiento neoliberal. En la contracara de la miseria y la exclusión masivas, fueron cedidos al lucro privado los recursos del patrimonio nacional y, a cambio, el monto de la deuda pública trepó hasta alturas inconcebibles. Ahora, ¿quién le pondrá el cascabel a ese gato furioso?
Aunque Carlos Menem fue la primera minoría en el escrutinio provisional, una nube de dudas oculta el horizonte de sus ambiciones para el segundo turno. En la noche del 27 de abril el ex presidente, contra toda evidencia, insistía en que la diferencia del recuento de votos lo dejaría colocado a ocho o diez por ciento de ventaja sobre su inmediato rival. No fue así, como es sabido, ni se cumplieron los pronósticos abstencionistas o de voto en blanco. Después de esos cálculos equivocados, hizo dos movimientos que despertaron controversias en su intimidad y suspicacias entre los observadores extrapartidarios. El primero fue viajar a San Luis a pedir el respaldo de El Adolfo Rodríguez Saá, que salió quinto en orden decreciente, sin tener garantizada una respuesta positiva, más aún sabiendo que entre los seguidores del puntano hay un manifiesto encono contra el riojano.
El segundo movimiento controvertido fue la rápida designación del equipo que integraría el futuro gabinete, si ganara, con figuras de rango desconocido, con lo cual contraviene la cualidad que exhibía hasta las elecciones como una virtud central a su favor: la experiencia de gobierno. Los que justifican la designación de semejante elenco sostienen que era una corrección insoslayable, si quería superar las prevenciones de buena parte de la sociedad contra la corrupción impune. En efecto, el lobby del hotel que sirvió de cuartel central el día de los comicios, cada vez que las cámaras de televisión enfocaban a la concurrencia destacaban algunas mascaritas que están bajo proceso imputados por diversos delitos conectados con el latrocinio. Aun así, la actitud defensiva no es la típica del ganador que desafiaba a sus críticos con arrogancia de sultán. Por lo demás, habrá que ver si el electorado quiere creer en los cambios o los recibe como una obvia y pasajera maniobra de oportunidad.
Más allá del acierto o del yerro de estas operaciones electoralistas, hay un dato que también tendría que remontar Menem para apropiarse del futuro: la crisis de hegemonía del neoliberalismo conservador que le dio fundamentos para su gestión en los años ‘90 y le garantizaba el respaldo del establishment que hacía buenos negocios con esa doctrina antisocial. Hoy en día, lo que puede esperar el futuro gobierno, habiendo agotado los recursos patrimoniales para entregar, son exigencias de Washington para que levante las facturas pendientes, con el argumento de que los mayores sacrificios estarán más que justificados por la causa del Bien contra el Mal que enarbola el cruzado George W. Bush.
Por esas paradojas de la política, a Néstor Kirchner le conviene poco andar por ahí con el aura de victoria inevitable. Sin la amenaza delretorno menemista, podría desalentar a los votantes del no peronismo, reticentes a participar de una interna entre peronistas, y a los “progres” antimenemistas. Sobre la imagen del coprotagonista del ballottage pesa, además, como una influencia contradictoria, la relación con el actual presidente interino Eduardo Duhalde. Por un lado, lo fortalece contar con uno de los “aparatos” más vigorosos del PJ y, por otro, pone en duda su autonomía de gobierno, dando por sentado que la gestión estará atravesada por las pujas acerca de quién manda más.
Hay otras asechanzas que pueden esperarlo al santacruceño a la vuelta de la esquina. Una de ellas es un auge de violencias delictivas, con algunos episodios de segura resonancia mediática, que pongan en duda su capacidad represiva y, de paso, socaven las autoridades del gobernador bonaerense Felipe Solá y del jefe porteño Aníbal Ibarra, que apoyan a Kirchner en dos distritos fundamentales. Crimen S.A. teme más a un brote de honestidad que a negociar la división territorial con otra pandilla similar. Los suspicaces quieren leer en esa clave el secuestro extorsivo de Florencia Macri, realizado por profesionales expertos según opinión de especialistas en seguridad pública. Todo es posible cuando lo que importa es el botín que se puede perder o ganar. Sin contar las presiones del establishment financiero que, sin duda, estarían más cómodos con Menem o con López Murphy en el sillón de Rivadavia.
Kirchner pregona que la tendencia de su gobierno sería la de un frente nacional, progresista y racional para la producción y el trabajo. Si tuviera que cumplir con la palabra empeñada, hay que suponer que sería un notable cambio de rumbo, aunque “racional”, respecto de la línea inaugurada por Martínez de Hoz en la dictadura y refrendada, con algunas excepciones hasta Fernando de la Rúa. Duhalde, que prometía también producción y trabajo, puede excusarse en la falta de tiempo, que lo forzó a contener la hemorragia antes que curar las enfermedades de fondo. Kirchner no tendrá esa excusa ni tampoco el ministro Roberto Lavagna que se sucedería a sí mismo.
Juntos, ¿tendrán la fortaleza indispensable para renegociar los compromisos con los acreedores que defiende el Fondo Monetario Internacional (FMI), en términos tales que los beneficios de la producción y el trabajo del país no terminen en el pozo negro de la interminable deuda? Casi todo este año estará ocupado por el calendario electoral, ya que deben renovarse gobernaciones, intendencias y legislaturas, lo cual siempre supone una dificultad adicional para el diálogo y la cooperación de fuerzas rivales en propósitos comunes.
Hay que decirlo una y otra vez: nada empieza ni termina con un acto electoral, pero sus consecuencias siempre se hacen notar, así que no da lo mismo aquél o éste y tampoco la indiferencia es la mejor opinión. Hoy en día, la complejidad de las sociedades contemporáneas, sobre todo en los densos conglomerados demográficos, ni siquiera la planificación urbana puede ser ajena al ciudadano, mucho menos delegar esas tareas sin la vigilante participación de la población. La naturaleza puede ser cruel, pero los daños se vuelven tragedia, como está pasando en Santa Fe, cuando se acumulan años de impericia, irresponsabilidad o avaricia. La política, de la que no se puede prescindir aunque siempre es perfectible, termina por hacer la diferencia entre la vida y la muerte. Por eso, en lugar de rechazarla mejor es apropiarse de ella para utilizarla hacia el bien común. Criterio más válido que nunca a la hora de elegir a los administradores del interés colectivo.