Mar 10.07.2012

EL PAíS  › OPINIóN

Escupir al cielo

› Por Luis Bruschtein

La referencia histórica resulta inapelable. Hace nueve años, cuando comenzaba el gobierno de Néstor Kirchner había una presión interna muy fuerte para romper con las recetas ortodoxas que habían producido la hecatombe. Kirchner leyó ese mandato y desarrolló líneas de acción que no fueron bien recibidas por el establishment internacional. Nueve años después, como dijo Cristina Kirchner en Tucumán, “vivimos en un mundo dado vuelta”. O sea, en el mundo está pasando lo que pasó nueve años atrás en la Argentina, que ahora está bien. Pero hay una diferencia: al revés de lo que sucedió en Argentina y en otros países, los que mantienen el timón son los mismos que provocaron la crisis generando burbujas especulativas.

Ahora Argentina viene con nueve años con record de crecimiento y, en contraposición, las economías de la Euro Zona empiezan a mostrar números rojos. El discurso del Gobierno se basa en esa evidencia: los que hoy están en crisis por aplicar las políticas del neoliberalismo critican a la Argentina por aplicar medidas heterodoxas que sacaron al país de la crisis. Y si hubiera necesidad, está el mismo Rodrigo Rato dándole la razón. En aquellos años era el titular del Fondo Monetario Internacional y no se cansaba de criticar las políticas que se implementaban en Argentina. Fue uno de los mayores defensores del neoliberalismo y un crítico durísimo del gobierno de Néstor Kirchner. Pasaron los años, se produjo esta voltereta en el mundo y Rato está en las puertas de la cárcel por haber quebrado uno de los grupos financieros más grandes de España. Rato hundió Bankia por aplicar las medidas que quería que se aplicaran en Argentina. Y junto con Bankia se hundieron todos sus pequeños y medianos accionistas.

La historia de Rato tiene una moraleja insoslayable para la Argentina, ya que si hubieran aplicado las medidas que exigía el banquero español, en este momento la clase media estaría en la calle otra vez, rompiendo cajeros automáticos y golpeando las cortinas metálicas de los bancos. Sin embargo, hay un sector de esa clase media que se muestra furiosa con las medidas que las salvaron de ese calvario. Resulta paradójico que esa parte de la clase media, muy confundida también por una estrategia mediática que siempre se benefició con las políticas de los ‘90, escupa al cielo como si quisiera que volvieran esas políticas que la fundieron.

Sobre la base de esa moraleja tan ilustrada con la historia de Rato, el Gobierno reivindica la aplicación de paquetes anticícilicos y de inclusión alineados en la misma lógica que sacó al país de la crisis del 2001-2002. Tiene esa ventaja frente a las exigencias de los economistas ortodoxos siempre convocados por los medios. En ese marco tomó medidas que son el ABC de la economía: protegió la producción interna y las divisas, cerró las aduanas y estableció el control de cambios.

Estas decisiones generaron una postal de época: esa misma clase media clamaba al cielo para que dejara pasar el huracán furioso que estaba empujando para llevársela puesta. Frente a la amenaza de una crisis, el control de cambios parecería nada más que una molestia pero fue motivo de cacerolazos y enojos. El encarecimiento de los artículos importados fue tomado por ese sector también como una agresión, cuando en realidad es una protección. El lanzamiento de un plan masivo de construcción de viviendas populares fue criticado como una mentira demagógica, igual que los créditos para los jubilados.

Confundir políticas contracíclicas de supervivencia con demagogia o mesianismo puede ser suicida, algo que este sector de las capas medias, muy influenciadas una y otra vez por los medios, tiende a cometer. Creció con el peronismo y se hizo antiperonista; respaldó el golpe del ’76, que la hundió con la tablita, y se colgó del “voto cuota” con el menemismo, que la llevó al borde de la extinción. Si las economías como la argentina no se protegen, los coletazos de la crisis serán mucho peores para ellas porque la historia demostró que las economías centrales tienden a resolver sus crisis trasladándolas a las emergentes.

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