EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Los dos diarios de circulación nacional más importantes dedicaron su relevancia de portada, el viernes pasado, al “desafío” lanzado por Moyano. Destacaron que habló de la “inseguridad”, su convocatoria a los trabajadores para repensar el voto del año próximo y el respaldo a Scioli, con el obvio subtexto de que el Gobierno se enfrenta a un problema mayúsculo o, por lo menos, a barullos de consideración. Pues vaya: ¿cuál es el tamaño del reto lanzado por un dirigente sindical que apenas cubrió la mitad del estadio de Ferro y que además ya venía de amontonar voluntades en Plaza de Mayo gracias al exclusivo aporte de camioneros y el cotillón de algunas agrupaciones de izquierda? El segundo puesto de la prensa lo ocuparon las idas y vueltas del primer mandatario bonaerense para hacer frente al pago del aguinaldo. Fueron alternándose ley de emergencia económica propia, adhesión a la nacional, recurrir a los bingos. Eso sí que es objetivo, pero con el pequeño problema de que los medios opositores afrontan una contradicción complicada. Deben proteger a su ¿todavía? gran esperanza blanca, contra Cristina, a costa de minimizar los errores político-administrativos del gobernador. Esas falencias –fuere que se interpreten de tal forma o, centralmente, como producto de decidir no cobrarles más impuestos a los que más tienen– acaban de pegar por debajo de la línea de flotación: jodieron el ingreso de cientos de miles de laburantes. Como dijo en reciente columna una colega del periodismo militante opositor, nadie llega a presidente dando lástima. ¿Cómo hacer que el kirchnerismo implote, si no hay una sola figurita que lo impulse? Magnetto ya probó con la cena en su casa, antes de las elecciones del año pasado. Le fue muy mal. Todo tiene el único sentido de los manotazos. Brasil liberó el ingreso de autos, papas y otros productos, después de que el intrépido Guillermo Moreno flexibilizara importar máquinas agrícolas, autopartes y carne de chancho. No fue noticia, como sí acontece cada vez que los choques comerciales con Brasil son presentados cual si se tratara de peligrosísimos entuertos en la relación bilateral. ¿Y acaso el mercado inmobiliario no se caía a pedazos, para enterarnos de que los empresarios del rubro asumieron que no habrá marcha atrás y que deben pesificar las operaciones?
Lo concreto es que la ausencia de novedades profundas no significa dejar de inquietarse por la eventual acentuación de los movimientos opositores. Inquietud, vale subrayar. No preocupación. Ni Moyano ni Scioli –si ya quiere verse al segundo como definitivamente enfrentado al gobierno nacional– representan una acechanza grave sobre el liderazgo de Cristina. Tampoco Macri, quien no se cansa de demostrar que es un inútil, por ahora, a toda prueba. Sea por acción propia u omisión ajena, o ambas cosas, está claro que la Presidenta continúa siendo apreciada como la única figura capaz de ejercer el comando del país. Es diferente si hablamos acerca del Frente para la Victoria, en cuanto a su potencia como fuerza nutriente y movilizadora que asegure el rumbo parido a comienzos de siglo e iniciado por Kirchner en 2003. Según el ojímetro de este mero comentarista, no da para obsesionarse con la sucesión ni para hacer la plancha. Lo primero, porque todavía falta mucho rato hasta determinar quién expresaría mejor, como referencia personal, la continuidad del modelo. Eso depende de ver andar los pingos, mientras no se pierda de vista que andarán según vaya a ser el sustento entusiasmante que provea el oficialismo. Alguien similar a Cristina es bien difícil de conseguir, de modo que el desafío –en esto sí que cabe la palabra– es francamente complejo. Pero hay tiempo. Ni mucho ni poco. Lo segundo, el evitar echarse panza arriba por el solo hecho de que los contendientes no alcanzan para juntar un equipo de fútbol de salón, estaría descartado porque no forma parte del ADN oficialista. El kirchnerismo siempre avanza mejor, más poderosamente que el resto. A veces con eficacia, otras a los tumbos y, quizás en la mayoría de las oportunidades, por su capacidad de contragolpe y la hibridez opositora alrededor de quejas y denuncias que son tan convulsivas como intermitentes. No las militan. Se suceden unas a otras eliminándose entre sí. ¿Dónde quedó que el país se iba al diablo por las restricciones al dólar o por las presuntas andanzas de Boudou? ¿Dónde está que Moyano tiene atributos para conmover al país por vía del vigor de su gremio, de dejar a la Capital llena de basura sin recoger, de taponar el surtimiento de productos esenciales y, gracias a todo eso y más, mucho más, desestabilizar al Gobierno? ¿A quién le mueve un pelo la fractura formal de la CGT, sin perjuicio de que el astillamiento representativo jamás puede ser beneficioso para los trabajadores? En todo caso, aunque no sea sorpresa, sí cobran dimensión los sucesos de la provincia de Buenos Aires, porque es una trama enroscada cuyas consecuencias son dificultosas de acertar. Hay afectación en el bolsillo de franjas populares y clase media, y el gobernador no quiere defenderse de las acusaciones por mala gestión. Sus funcionarios se atrincheran en el argumento de que el problema es estructural, debido a cómo se reparte la coparticipación impositiva. Los números demuestran lo contrario, porque hablan de una portentosa asistencia nacional; pero bajo cualquier explicación es insólito que no se haya previsto, o anunciado, el cuello de botella que atravesarían las finanzas provinciales. El clima social se espesó. Y el punto es cómo hará el kirchnerismo para remarcar diferencias con Scioli, o con lo que Scioli escenifica ideológicamente, sin que eso signifique dispararse a los pies habiendo de por medio nada menos que el territorio bonaerense.
A esta altura, carece de importancia si el chispazo lo provocó la boqueada del gobernador cuando anunció sus intenciones presidencialistas. Para la Casa Rosada, es indesmentible que el cometido sciolista va a contramano del modelo oficial. Que simboliza una alianza con los sectores más concentrados y conservadores, valga el pleonasmo. Y que no tiene retorno. Hasta ahora, la popularidad de Scioli, cimentada en su imagen de buen tipo, voluntarioso, no conflictivo, claro que bajo el amparo de las políticas distributivas de la Nación, indujo a que el kirchnerismo se cuidara de salirle con los tapones de punta. Lo hicieron algunos mastines con los que siempre debe contarse, pero nada más. Por las causas que fueren, se adelantó la exposición pública de un choque ideológico inevitable. La comprensible táctica de Néstor de juntar a (casi) todos porque era la única manera de articular poder... quedó allá, lejos, en los comienzos y mediados de la administración. Lo que resta apreciar, para ser justificadamente reiterativos, es cómo se las arreglará Cristina a los fines de marcar una cancha donde tiene que tirar los centros y, al mismo tiempo, rechazarlos. No es un duelo menudo. Requiere de firmeza inquebrantable, en la convicción de que no hay otro camino que éste si se pretende enfatizar cierta reparación de las mayorías populares. Parecería que esa seguridad de la Presidenta no debe ponerse en cuestión, pero habrá que ver cómo la implementa. De acuerdo con el gusto que este cronista manifestó varias veces, el Gobierno, tan sin prisa como sin pausa, debería abrir juego de un modo en que la comunicación y acciones oficiales no pasen, exclusivamente, por la figura presidencial. Una cosa es que los líderes sean imprescindibles. Y otra, que el único recurso consista en ellos.
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