EL PAíS › UN EX DESAPARECIDO, ARTURO SANTANA, FILMó EN ESE CENTRO COMERCIAL Y DIJO RECONOCERLO COMO EL LUGAR DE TORMENTO
Santana es portugués, después de padecer secuestro y torturas durante la dictadura se fue del país. De casualidad, filmando en Galerías Pacífico reconoció el piso. Pide que la Justicia investigue qué pasó allí y que se coloque una placa.
› Por Gustavo Veiga
Arturo Santana es un profesional de la televisión. Su especialidad, la dirección de fotografía, que también le permitió incursionar en el cine. En 1987 trabajaba como operador de VTR en Ciudad de pobres corazones, sobre el álbum de Fito Páez y dirigida por Fernando Spiner, cuando por azar se topó con el mismo sitio donde había estado detenido-desaparecido durante la última dictadura. “Tuve la certeza de que estaba en las Galerías Pacífico porque empecé a mirar el suelo y me empecé a sentir mal, a descomponer y no entendía por qué. Me senté, puse las manos sobre mi cabeza y volví a 1976, al momento en que me secuestraron. Me entraron por la calle San Martín con una capucha y con las manos atadas atrás”, cuenta. Como en un caleidoscopio, las imágenes de ese pasado trágico invaden las retinas de este portugués de 63 años. Hoy está de nuevo en la Argentina para contarlo.
Militaba en Montoneros cuando, con un ardid, un grupo de tareas que lo seguía de cerca lo sorprendió a la salida de la Casa Cuna. Había ido a visitar a su hija Magalí, nacida el mismo día del golpe de Estado. Le habían dicho que se iba a morir, pero no era cierto. A la salida del hospital, la patota lo detuvo, le rompió dos dientes y se lo llevó en un Ford Falcon. Cuando declaró en la Justicia el 22 de febrero pasado, describió: “De ahí me llevan a lo que yo llamo Galerías Pacífico, pero en ese momento no tenía ni idea de dónde estaba”. Lo confirmaría once años más tarde durante el rodaje del documental musical. El principal indicio fue “un piso muy especial, no recuerdo si era de mármol o baldosas...” que podría reconocer, aunque años después comprobó que no estaba más.
El 23 de abril, Santana se presentó como querellante en la megacausa del Primer Cuerpo de Ejército con el objetivo de que el juez federal Daniel Rafecas investigue los datos que aportó en su denuncia. Su declaración testimonial es la primera sobre las Galerías Pacífico. Pasaron 25 años desde el ’87, pero el portugués vivió una parte considerable en el exterior y confiesa que “seguía con miedo, con temores. Quería sacarme esto de la cabeza, porque no es fácil de sobrellevar”.
La historia del shopping que tuvo un centro clandestino de detención en su subsuelo (ver aparte) es también la historia de su cúpula con murales de Berni, Spilimbergo y Castagnino, entre otros; la del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico, que le dio nombre al centro comercial porque allí funcionaron sus oficinas, y la de un negociado durante el gobierno menemista con la adjudicación en tiempo record de sus instalaciones a capitales privados. Hasta fines de 1989 el dueño era Ferrocarriles Argentinos. Ese mismo año al lugar lo declararon Monumento Histórico Nacional.
A Campo de Mayo
Santana pasó cuatro o cinco días en el segundo subsuelo de Galerías Pacífico en el ’76. Regresó once años después, también ahora y debe haber regresado infinidad de veces en sus pesadillas. “No recuerdo a nadie con quien haya compartido la celda. Sólo recuerdo que había un gallego, un italiano y que todos habían venido a Argentina a la misma edad que yo, alrededor de los 13 años. También había una persona con acento cordobés que era físico...”, declaró en sede judicial.
Su perfecto castellano lo matiza con algún vocablo portugués, como cuando describe las “grades” (rejas) que encontró mientras filmaba. “No tiene una explicación razonable, pero yo sé que empecé a bajar las escaleras y me encontré con el segundo subsuelo donde estaban las celdas, las grades y los nombres nuestros con consignas escritas con las uñas. No había otra forma de escribir porque te sacaban todo.”
Trasladado a Campo de Mayo, su cautiverio se prolongó hasta fines de agosto de 1976 junto a otros extranjeros. “Nos sacaban día por medio para llevarnos a torturar. Era una especie de carpa militar. Nos torturaban con picanas, me cortaron las venas y después las ponían debajo de una canilla de agua para que la sangre corra. Te cosían y te volvían a cortar. También había simulacros de fusilamiento colectivos...”, declaró en el juzgado. En la entrevista con Página/12 se extendió en detalles sobre el lugar de detención: “Un galpón que era para extranjeros. Una especie de hangar chiquito que lo tenían al final de una pista”.
Gracias a las gestiones de distintos gobiernos europeos –y en su caso, del cónsul portugués en Buenos Aires, Antonio Pereira Do Santos–, Santana y sus compañeros de detención pudieron abandonar el país. Lo dejaron en una plaza de Barrio Norte, cerca de varias embajadas, con una ficha para hablar por teléfono y una amenaza inequívoca: “Si no te vas del país en 24 horas sos boleta”. Un avión de Varig lo dejó en Portugal, aunque en 1979 regresó, como lo haría varias veces más. Ahora, en la última, comenta: “Quisiera como reparación que se colocara una placa en las Galerías Pacífico que diga: acá hubo un centro clandestino de detención donde se hizo desaparecer y matar a personas. Porque nosotros, de vez en cuando, escuchábamos tiros. Y hasta donde pude saber, ahí había un polígono de tiro”.
Santana, desencantado con la transformación que tuvo el sitio donde estuvo detenido, señala que “es un lugar por donde pasaron muchos compañeros que ya no están con nosotros. Ubicado en el centro de la Capital, es un edificio emblemático y donde la gente se pasea graciosamente, come, bebe y se ríe, o sea, disfruta del paraíso del consumo cuando ahí abajo hubo un infierno”.
Hay una línea de continuidad, una cierta lógica que indica por qué funcionó un centro clandestino de detención en los subsuelos de las aristocráticas Galerías Pacífico. En la manzana delimitada por la avenida Córdoba y las calles Florida, Viamonte y San Martín, donde el 18 de mayo de 1992 abrió el conocido shopping, operaba desde 1973 la Superintendencia de la Policía Ferroviaria y también Coordinación Federal. En la querella que presentó Pablo Llonto, el abogado de Arturo Santana, se le pide a la Justicia que libre oficio a la Policía Federal para que responda si en el ’76 operó desde ese señorial edificio una delegación, comisaría o dependencia de esa fuerza.
El escrito solicita que “asimismo se informe si en dicho lugar funcionó un polígono de tiro y/o dependencias de la llamada Policía Ferroviaria o Superintendencia de Seguridad Ferroviaria”. Cuando era fiscal de la Cámara Federal, Luis Moreno Ocampo señaló que entre 1977 y 1981 había funcionado allí un centro clandestino de detención perteneciente al circuito ABO (Atlético-Banco-Olimpo), bajo la tutela del genocida Guillermo Suárez Mason, por entonces jefe del Primer Cuerpo del Ejército.
La solidaridad de Arturo Santana con algunos militares portugueses que participaron de la Revolución de los Claveles en su país el 25 de abril de 1974 sería devuelta con gratitud dos años después, cuando lo secuestraron en la Argentina. El capitán Armando Queirós de Lima fue uno de esos oficiales que tumbó a la dictadura más larga de Europa, encabezada por Antonio Salazar hasta su muerte, y por Marcelo Caetano, su sucesor. Santana había sido anfitrión en Buenos Aires de varios militares, como el general Costa Gómez y el almirante Rosa Cotino, más el dirigente socialista Juan Rainho. También trabó amistad con el cónsul Antonio Pereira Do Santos y algunos protagonistas de aquella revolución que se movieron en su país para conseguir su liberación en 1976. “La amistad que tuve con ellos me terminó ayudando más tarde para que me salven”, explicó.
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