EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Quitada la paja de los fuegos artificiales que iluminaron la última semana mediática, asoma un panorama de complicada sencillez.
En orden de aparición y como es regla cuando baja el rating de informaciones políticas impactantes, se arrancó con títulos catástrofe acerca de la inseguridad. Fueron provistos –sobre todo– por la tragedia del jubilado asesinado, que desapareció de un día para otro gracias al jamás existente plan de eliminar las barreras en los countries. La forma en que Clarín dio cuenta de esa no noticia, en su portada del miércoles pasado, merece integrar alguna antología de cómo violar reglas básicas del periodismo admitiéndolo en un mismo texto. El título mencionaba “un proyecto insólito”, pero la volanta decía “se habló en el Congreso”, de modo que transformaron hablar en proyectar oficialmente. En la misma edición sucedió algo más impresionante aún, con la sola diferencia de haber ocurrido en página 16. Arrastrado desde el domingo anterior por la versión de que los asesinos de Axel Blumberg integran las filas de Vatayón Militante, fue de cabeza, a cuatro columnas, que “Blumberg pidió una reunión a Cristina por la salida de presos”. A margen derecho, adherido, el título era “Los asesinos de Axel no salieron”. El cuerpo de esta “segunda” noticia, repetitivo de lo insertado en la mismísima nota central (???), entrecomilló declaraciones del propio Blumberg al salir de los tribunales de San Martín. Reconocía, verificados los expedientes, la constancia de que no había ninguna autorización de salida para los asesinos de su hijo. Cabe aclarar que la cita de Clarín sobre el tratamiento de ambos no asuntos, countries y Blumberg, nada tiene de excluyente. Solamente obra como top de lo kitsch, porque en algún sentido mejora lo despampanante de aquel título de Crónica TV referido a que habían muerto cuatro personas y un boliviano. Y si queremos completar –es un decir, por supuesto– la lista de manipulaciones de prensa para construir sentido atemorizante, vale que ensayaron con la “amenaza” de Estados Unidos y Japón por el freno argentino a las importaciones de esos países. Todo consiste en que Washington “hizo un planteo” ante la Organización Mundial de Comercio (la dichosa OMC, que ya no le mueve un pelo a nadie, entre otros motivos porque son los propios países desarrollados los que violan sus reglas liberales). Alejado de la terrible intimidación de la Casa Blanca, figuró que Argentina retrucó con el reclamo por las trabas a sus exportaciones de carne y limones. Y más remotas indicaron las declaraciones del embajador argentino en EE.UU., quien consignó la obviedad de que reclaman normas que no cumplen en su casa. “Argentina es el primer productor mundial de limones. Vende a Rusia, China, Unión Europea. Pero no a Estados Unidos. Si no es proteccionismo, ¿qué es?”, preguntó Jorge Argüello, para que los medios de la oposición enviaran su réplica a la invisibilidad o a la Siberia informativa. Si no se entiende que es a través de esta clase de narraciones como se edifica el falseamiento constante del relato reaccionario, se entiende más nada que poco.
Despejadas estas pajas, entonces, el Gobierno parecería encaminarse –todavía muy en potencial– a provocar disputa en torno de una nueva reelección de Cristina. Son porotos que terminarían de contarse tras las elecciones del año próximo. El punto no es tanto la discusión de tramas constitucionales, sino la cierta debilidad que expresa seguir dependiendo de un solo emblema para garantizar la continuidad del modelo. Los líderes, absolutamente siempre, son condición necesaria, no suficiente. Pero la política es, fue y persistirá en ser así, salvo para quienes crean en el sexo de los ángeles. En opinión del suscripto, sería mucho mejor concentrarse en la fecundación candidateable de una nueva figura y dejar a Cristina como reaseguro. Otra reforma legislativa es pasto para la derecha y, bien antes que eso, agruparía energía para conservar, en vez de proyectar estímulos renovados. Puesto en otros términos, el kirchnerismo necesita evolución hacia sí mismo y debería afrontar el desafío de fugar para adelante. Es una cuestión compleja porque, por cierto, acechan las circunstancias realmente existentes: sobresaliencia de Cristina y tentación de forzar su permanencia.
La oposición, mientras tanto, avanza –o eso dicen en voz baja algunos de sus referentes, y en voz alta sus autoridades periodísticas– hacia la posibilidad de un rejunte, del que no suena que les importara la proyección ni la solidez. El encuentro de Macri con De la Sota no fue ocioso, por tomar un presunto eje de partida. Pero el jefe de Gobierno porteño marcha hacia juicio oral por las escuchas telefónicas; no tiene estructura nacional ni trabaja para eso y, en off salvo por la explicitación del legislador Jorge Triaca, gente de su entorno reconoció que es evaluable su presentación como candidato a diputado o senador, en 2013, para arrastrar votos que pudieran ponerles freno a intentonas de re-reelección presidencial. El conservador cordobés no mueve el amperímetro fuera de su provincia, cosa que ya le ocurrió a comienzos de siglo cuando Duhalde probó instalarlo antes de que el descarte ubicara a Kirchner. Moyano dijo, por fin directamente, que la pelea contra el oficialismo la dará en las urnas y, para sumar al créase o no, anduvo de reuniones con radicales. Pero ya se sabe que el camionero no tiene una gota de aliento entre los sectores medios, sino todo lo contrario.
Si de radicalismo se trata, re-estalló una enésima interna que, insólitamente, alguna colega definió como el despertar de la siesta ucerreísta. En este rincón, los defensores de acordar con Macri (vaya uno a saber sacando cuáles números, con el fresco historial de cómo les fue articulando al hijo de Alfonsín con De Narváez). En el otro, quienes argumentan que eso sería la estocada final para la identidad de un partido, de hecho, más cerca del final que de algún principio. En las sedes mediáticas hicieron reaparecer a Carrió, lo cual testimonia el nivel de desnutrición de todo palenque adonde ir a rascarse. Con esos datos mediante y de acuerdo con lo trascendido en las últimas horas, lo más serio semeja ser que probarían un acuerdo escrito para oponerse a reformas constitucionales. La pregunta casi automática es si una movida de ese tipo, exclusivamente basada en trazar un obstáculo, puede alcanzar siquiera como primer paso a fin de mostrar un consenso creíble. La probable respuesta es que una foto de tal naturaleza, análoga a la registrada hace unos días en la convocatoria de la Federación Agraria, tendría más resta que suma. Como fuere, siguen sin dar en la tecla de presentar una oferta de capitalismo mejor que la demostrada por los K.
Quizá puede sintetizarse en una afirmación un tanto elemental. El Gobierno enfrenta el dilema de cómo continuar siendo a mediano y largo plazo. Y la oposición, el de cómo empezar a ser.
Posdata: un tema ya señalado por algunos colegas, al igual que en blogs y redes sociales. Falta, nada menos, que se pronuncien con igual intensidad justamente los opinadores de la oposición, periodística y dirigencial. Es decir: quienes entre ellos todavía conserven algún grado de amor propio para, aunque sea, no ser víctimas de aceptar desatinos que destruyen todo rasgo de honestidad intelectual. En las últimas semanas, con paroxismo en la indescriptible columna del jubilado de privilegio Marcos Aguinis publicada por La Nación (martes pasado), se acentuó la tendencia de comparar al Gobierno con hordas nazis, fascismo y juventudes hitlerianas. Sólo resta que hablen de campos de concentración. Increíblemente o no tanto, las jefaturas institucionales de la comunidad judía tampoco se expresaron al respecto. Se ratifica que nunca debe perderse la capacidad de asombro. Habrá –y de hecho hay– quienes juzguen que estos disparates repugnantes tienen el costado positivo y preeminente de explicar, per se, de qué va la oposición. El firmante no concuerda. Si el debate político de este país acepta cruzar estos límites, significa que podría atravesarse cualquier otro, que no hay piso de discusión, que no hay profundidad posible. Si en nombre de un (eventual) aprovechamiento de autoquemazón opositora se acepta que una gestión democrática sea asimilada a los pogroms, así sea por parte de quienes disponen de múltiples antecedentes como cómplices de dictaduras y genocidios, desde el Gobierno hasta el último bien nacido estaría admitiéndose que, al cabo, somos iguales a ellos. Y no somos iguales.
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