EL PAíS › OPINION
› Por Jorge Argüello *
La escalada de cuestionamientos que derivó en algunos planteos formales contra Argentina ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) se revela enseguida como parte de un juego de lobbies que no resiste el mínimo contraste con los datos del intercambio comercial y no consiguen explicar, en cambio, por qué Estados Unidos sigue bloqueando por ejemplo el acceso a nuestras carnes.
Sólo intereses ajenos a las reglas elementales del buen comercio que Estados Unidos abraza con sus discursos en los foros globales pueden justificar semejante postura después de una década en la que el comercio bilateral más que se duplicó (107,7 por ciento) y en la que el déficit para Argentina se quintuplicó (548,1 por ciento, hasta alcanzar dólares 4100 millones).
Ello resulta todavía más evidente en el caso del bloqueo de la carne y del cordero fresco argentinos. Argentina es uno de los principales productores mundiales de carne, aunque de la mano de su recuperación del poder de compra interno de los últimos años, casi 90 por ciento de todos los ganados criados y sacrificados en Argentina se consume en nuestro país.
Argentina, que proveyó al mundo de carne vacuna, de cordero y otras de calidad y libres de hormonas, solicitó en 2003 que Estados Unidos autorizara la importación de esos productos frescos, en otro paso hacia la diversificación de sus mercados. Injustificadamente, sin embargo, las autoridades estadounidenses lo prohíben argumentando riesgo de fiebre aftosa, de la cual Argentina ha sido declarada formalmente libre.
Extraño, porque hasta el Departamento de Agricultura norteamericano hizo su propia evaluación de riesgo de los productos argentinos y concluyó que las medidas de vigilancia, prevención y control aplicados por nuestro país alcanzan y sobran para aventar cualquier probabilidad de que la aftosa entre a Estados Unidos a través de nuestras carnes.
También extraño, considerando que Argentina exporta a más de 90 países y lo hizo durante más de cien años sin transmitir enfermedad animal o causar brote alguno. La Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) declaró al país libre de aftosa en 2002 y específicamente a la Patagonia en 2007, de donde provienen la mayor parte de nuestras ventas de cordero. Y mucho más extraño aún porque Argentina ha sido reconocida por la OIE con “riesgo insignificante” de encefalopatía espongiforme bovina (EEB) superando en la clasificación a Canadá, a la Unión Europea y... ¡a Estados Unidos!
Sin embargo, para nada extraño si ampliamos el zoom y dejamos entrar en el cuadro a los lobbies comerciales estadounidenses más proteccionistas, cuyas acciones de presión sobre el Congreso han logrado mantener la prohibición hasta hoy. Y aquí hay que preguntarse, ¿acaso pueden las importaciones de carne argentina dañar la salud económica de los ganaderos de Estados Unidos?
Y otra vez la respuesta es no. Estados Unidos ya importa casi un millón de toneladas de carne vacuna desde otros países para complementar su oferta interna. Y, puntualmente, por acuerdo bilateral alcanzado en la Ronda Uruguay de Negociaciones Comerciales Bilaterales, Argentina puede vender allí sólo 20.000 toneladas anuales de esa carne fresca o congelada. ¿A qué equivale? Apenas al 2 por ciento del total de importaciones y al 0,2 por ciento de producción estadounidense.
Por si fuera poco, la mayor parte de la carne importada por Estados Unidos es de res magra –como la argentina– que no compite con la local y que está destinada a mezclarse en hamburguesas con la de mayor contenido graso local. El 80 por ciento de la carne argentina a exportar al mercado estadounidense es de ese tipo. El resto, de una calidad “premium”, especial y sin competencia.
Fuera los argumentos científicos y estrictamente comerciales, ¿qué queda? Hasta el recurso a los conocidos problemas de empleo es ilógico, porque esas limitadas importaciones de carne argentina terminarán traduciéndose en una mayor actividad económica en transporte, puertos, distribuidores, restaurantes y supermercados estadounidenses con mano de obra estadounidense.
Visto el panorama completo, caen todos los argumentos y lo único que queda en pie son barreras comerciales injustificadas de parte de un exportador neto de productos agrícolas a otro, que no sólo afecta a nuestros productores, exportadores y trabajadores, sino que les niega el acceso a productos de alta calidad a sus consumidores y termina debilitando su propia posición para abrir nuevos mercados.
Y demuestra que, a la hora de los bifes, el proteccionismo es el de Estados Unidos y el que lo sufre es Argentina.
* Embajador argentino en Estados Unidos.
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