EL PAíS
› OPINION
Cómo es la primavera
› Por Eduardo Aliverti
Alguno podrá decir que cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía (y ni tan sólo eso, porque todavía no hay grandes exhibiciones con excluidos y devaluados), pero es irrefutable que la sensación que brindan los primeros días de Kirchner se asemeja, por lo menos, a lo que en los propios círculos progres se menciona como “primavera democrática”. La pregunta central sigue siendo cuánto de este cielo soleado habrá de cubrir también las necesidades más urgentes de la mayoría de los argentinos.
Se exagera y mucho al comparar este clima con el de los años ‘70. No tienen nada que ver las circunstancias políticas, económicas y sociales entre lo que, además, era un “tiempo”, devenido de enormes luchas populares; y éstas, que apenas son jornadas iniciales de un gobierno que arribó con mucha más expectación que confianza. Palabras como utopía, militancia, socialismo, ideología, están demasiado lejos como para cometer la irrespetuosidad de mezclar el aroma de hoy con el de hace tres décadas. La participación de mucha dirigencia del actual Gobierno –incluido el propio Presidente– en la política (y en el sentido político) de aquellos años es, en realidad, el punto de contacto más estrecho que puede encontrarse. Y la reacción escandalizada, por eso mismo, de una derecha primitiva, rapaz, ignorante, contribuye a que algunos desinformados supongan que estamos viajando en el tiempo de la noche a la mañana. Junto con eso, no debe obviarse que las gratas sorpresas parecen ser grandilocuentes en vista del terremoto liberal y de corrupción que se padeció y que –aunque más no fuere en su versión pornográfica– se querría dejar atrás. Al lado de la tragedia de los diez años de la rata; de la inoperancia casi inconcebible de la Alianza; del gobierno de transición de Duhalde, que fluctuó entre el ajuste más grande de la historia, el incendio social y las operaciones de toda índole para resolver a su favor la interna peronista, prácticamente cualquier cosa que haga en su debut un gobierno llegado con discurso de mayor equidad social sonará a dulce música.
Ninguno de estos apuntes supone incurrir en la injusticia de no valorar hechos oficiales, directos e indirectos, que efectivamente significan aire fresco. Caer en ello implicaría una actitud histérica, propia de quienes ni siquiera serían capaces de advertir que, más allá de las intenciones del Gobierno mismo, hay gestos que nacen o son estimulados gracias a la acción de luchadores incansables contra la impunidad y los privilegios de clase. El descabezamiento de la cúpula de las Fuerzas Armadas, y en particular del Ejército, no fue una muestra sobreactuada sino una medida de autoridad civil, de esas que se toman apenas asumido o no se toman nunca. También lo fue el discurso presidencial en el día de la fuerza, en virtual respuesta a la bravuconada del retirado Brinzoni cuando habló de las “intrigas políticas” hacia los cuarteles. Si alguien sabe de intrigas es justamente Brinzoni, como uno de los responsables del lobby desatado para impedir la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Tema de especial interés para él por su responsabilidad en la masacre chaqueña de Margarita Belén, en la dictadura, cuando el fusilamiento de un grupo de presos. La fulminante decisión de Kirchner tuvo la dirección de acabar con los restos de lo peor de los militares, y de advertir lo que les espera ante el menor atisbo de reclamos ajenos a sus funciones específicas. Es un paso nada menor, que deberá completarse con cambios estructurales en la educación que reciben. Y tanto en la determinación de la purga como en lo que vaya a hacerse para transformar la mentalidad castrense, hay la influencia imprescindible de un conjunto dinámico de la sociedad –intelectuales, periodistas, organismos de derechos humanos, militantes– que jamás dejó de respirar en la nuca de las corporaciones más retrógradas del sistema. Gente que, a no dudarlo, con su disposición de estar siempre con los ojos abiertos frentea las andanzas de los muertos vivos tuvo mucho que ver con la fortaleza presidencial en este tema.
¿Se podría pensar, acaso, que la conmocionante visita de Fidel no estuvo relacionada con su (la) percepción de que pueden soplar otros vientos en la Argentina? ¿Se podría dejar de reparar en que el ataque de nervios de todos los reaccionarios juntos no tuvo el motivo, antes que la capacidad oratoria del más grande líder de masas vivo, de advertir la inmensa corriente de simpatía despertada en el pueblo por el conductor cubano? ¿Se podría no señalar que ese favoritismo está potenciado por el interés social en alejarse del pensamiento único, en escuchar otra voz, en recuperar la dignidad latinoamericana? ¿Y se podría no detenerse en que la atención especial que el gobierno argentino dedicó a Fidel está ligada, a su vez, con la observación de ese humor y esas expectativas populares? Dialéctica gobierno-pueblo, si se trata de hacer honor al setentismo.
Hubo encima el texto de la asunción, con eso de que no se pagará la deuda con el hambre de los argentinos. Contradictorio en las probabilidades contables, pero sugestivo en el poder de su simbología. Si es por gestos, hubo el de rubricar con la máxima presencia institucional el acuerdo con los docentes entrerrianos. Y continúa habiendo una serie de nombramientos que huelen a querer sepultar la cara más decadente de la dirigencia política: es válido sospechar que consiste en maquillaje, pero hasta que se demuestre parece renovación.
La prueba de fuego será el rumbo económico. Esa es la cancha del pingo mayor y recién entonces se sabrá si estamos hablando de un gobierno con auténtica vocación progresista, o de uno que en sus primeros palotes es muy inteligente para disfrazarse.
Como administración flamante le corresponde el beneficio de inventario de esperar a verla actuar en lo que verdaderamente importa, y como sociedad acostumbrada a las traiciones y los desengaños cabe no entusiasmarse antes de hora.