EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
La salud de Hugo Chávez tiene repercusiones en toda América latina por la relevancia que tomó Venezuela en el continente a partir de la gestión bolivariana. Antes, la proyección venezolana al exterior estaba monopolizada por los Estados Unidos que de esa forma se abastecía de combustible y al mismo tiempo controlaba a los gobiernos del país superpetrolero. Chávez le dio un giro completo a esa situación, con muchas críticas de una oposición muy manipulada desde Miami, pero lo real es que a partir de su gobierno Venezuela no puede quedar fuera de ninguna fórmula de integración regional. Para el Mercosur es fundamental porque su presencia consolida el núcleo más dinámico de ese proceso. Las derechas de estos países lo ven con claridad y por eso tratan de oponerse con argumentos muy influenciados por la oposición venezolana, que a su vez es muy manipulada desde Estados Unidos por los grupos republicanos más recalcitrantes.
Para sus enemigos, los problemas de salud de Chávez se han convertido en motivo de regocijo y son utilizados en campañas mediáticas escabrosas en las que mucho tienen que ver los corresponsales extranjeros, como el del periódico derechista ABC de España, que inventa una historia que se publica en la Península y, cuando rebota de vuelta, en Venezuela es tomado como un hecho consumado por los medios de la oposición. Hubo un momento en Argentina en que los rebotes mediáticos también funcionaron de esa manera. Los corresponsales conocen perfectamente a la oposición venezolana porque han sido objeto de operaciones mediáticas cada vez que hubo elecciones. Siempre hay personajes que se presentan como luchadores de la libertad, que consiguen documentos secretos o reservados, que están muy elaborados pero que no tienen nada que ver con la realidad. Son mentiras perfectas. Algunas son carpetas con supuestas encuestas que dan por ganador al candidato de la oposición, otros son supuestos informes de inteligencia sobre una cantidad variada de temas que van desde la corrupción de algún funcionario hasta la existencia de un hijo no reconocido de Chávez o actividades de espionaje contra una oposición a la que no vale la pena espiar.
Cuando los corresponsales llegan a Caracas se encuentran con este supermercado de supercherías de ex militares, ex funcionarios o ex dirigentes, todos “desilusionados” del chavismo, que ofrecen esta variada gama de información muy elaborada pero trucha. No hay ingenuidad en los periodistas. Los corresponsales saben que se trata de carne podrida pero algunos la reproducen en el sobreentendido que es lo que esperan sus empresas que ellos digan del proceso político venezolano.
Chávez ganó trece de las doce elecciones a las que se presentó desde 1998 y la mayoría de ellas con más de diez puntos de diferencia sobre sus rivales. En cada uno de esos comicios hubo quienes hablaron previamente de “triunfo” opositor o de una supuesta “paridad” de fuerzas haciéndose cargo de las evidentes truchadas que les acercaban los operadores de la oposición. Después estaban obligados a denunciar que el chavismo ganaba con fraude pero siempre han sido elecciones tan controladas que esas denuncias ya eran increíbles. Y no faltaban los más bobos que circulaban por el hall del hotel con una carpeta bajo el brazo con el rótulo de “información clasificada”. Esos eran los más irresponsables porque se trataba siempre de información muy berreta e imposible de verificar. La baja calidad de esa información hacía que muchos la desecharan a su pesar. En las últimas elecciones venezolanas, en octubre pasado, hubo periodistas argentinos famosos que se dejaron llevar por ese cúmulo de informaciones truchas y hablaron de paridad y triunfo de la oposición y hasta llegaron a presentar como gran logro investigativo alguna de esas carpetas para incautos. Con este trasfondo, se gestó una frase de fantasía: “Si gana Chávez, Cristina va por todo”.
Chávez ganó y Cristina Kirchner no varió su gestión de gobierno. Fue una frase para asustar incautos. Pero lo contrario, que Chávez hubiera perdido, hubiera impactado con fuerza en la política de integración regional que no había tenido tanto impulso desde las luchas por la independencia, en el siglo XIX.
El chavismo en Venezuela, el petismo en Brasil, el MAS en Bolivia, el kirchnerismo en Argentina y Correa en Ecuador, más Fernando Lugo en Paraguay y Pepe Mujica en Uruguay han protagonizado en cada país los procesos que motorizaron ese camino que fue frustrado en el siglo XIX. Son vistos a nivel mundial como la expresión de una nueva izquierda. Con sus limitaciones, problemas y errores, constituyen la izquierda de este momento histórico, como continuidad de una línea histórica de emancipación. Todos ellos lo hicieron sobre la base de liderazgos muy carismáticos y sobre la base de fuerzas políticas débiles de origen. Esos liderazgos tan fuertes dificultan el surgimiento de otros dirigentes que aparezcan como continuadores de esos procesos.
En el caso argentino, hay un sector de fuerzas progresistas que quedó por fuera del armado que sostiene este proceso. En Uruguay, el Frente Amplio abarca a esas dos alas del progresismo, pero solamente la que encarna el presidente Pepe Mujica garantiza la continuidad decidida por ese camino. Tabaré Vázquez, que seguramente será el próximo candidato, no mostró la misma resolución en ese sentido.
En Paraguay, el ex presidente Fernando Lugo no pudo construir una fuerza que lo sustentara. No alcanzó con su sola convocatoria personal, fue destituido y difícilmente haya en el corto plazo una fuerza política importante que impulse sus mismas políticas.
En Bolivia, en algún momento el MAS afrontará una prueba dura cuando deba impulsar un candidato que no sea Evo Morales. El presidente Rafael Correa, en Ecuador, arrasa en las elecciones pero se apoya en una estructura política muy nueva, que a su vez se apoya sólo en su figura. En Brasil, en cambio, Lula hizo una apuesta muy fuerte y logró la continuidad de sus políticas en una sucesión con Dilma Rousseff, otro cuadro del PT.
Los problemas de salud de Chávez determinan que, aun cuando se reponga, difícilmente pueda seguir llevando sobre sus espaldas toda la responsabilidad del movimiento. Venezuela tendría que afrontar de todos modos un proceso de transición hacia un modelo de conducción que no recaiga sobre una figura tan fuerte y carismática como la de Chávez.
Todos los gobiernos populares afrontan un desafío que hasta ahora sólo superó el petismo brasileño. Y en Argentina ese problema pasará a ocupar un lugar central a partir de las elecciones de este año. Son movimientos democráticos: no se trata solamente de elegir al indicado sino que además tiene que ganar la aceptación de las mayorías. Pero además, el problema de la continuidad no se reduce a la continuidad en el gobierno, sino también a la continuidad de las políticas. Se trata por un lado de consolidar mayorías electorales y por el otro apuntalar las estructuras políticas de apoyo. Los movimientos iniciales de estos procesos se han recostado en fuertes liderazgos personales para atravesar barreras culturales y prejuicios y sobreponerse a las debilidades de origen, pero la única forma de garantizar continuidad es que los movimientos políticos logren trascender más allá de los gobiernos e incluso de estos liderazgos tan determinantes. Aún en la oposición, un movimiento popular fuerte puede impedir que se deshaga lo que se consiguió, no solamente en el proceso de integración regional que tiene una proyección estratégica, sino también en otros aspectos en los que se ha avanzado.
La clave está en la vitalidad de los movimientos políticos que sustentan estos gobiernos. En el caso de Venezuela, la derecha ya ha hecho correr versiones de divisiones en el chavismo. Advierte con claridad que si el chavismo no se divide, será muy difícil de vencer aún sin Chavez y puso todas las fichas en una estrategia con ese objetivo como ya lo demostró la carta que enviaron a las embajadas tratando de enfrentar al presidente del Congreso, Diosdado Cabello con el vicepresidente Nicolás Maduro.
El divisionismo o la disolución son peligros que afrontan estas fuerzas. Si Chávez se recupera, su sola figura podría servir para mantener unida a su fuerza, lo que sería la garantía de continuidad, aun cuando él no estuviera a cargo del gobierno. Ese podría ser otro momento de estos procesos políticos, en los que se desdoble el gobierno y la conducción política y los liderazgos originales se enfoquen hacia la consolidación de los movimientos.
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