La primera prueba electoral para el gobierno de Néstor Kirchner se produce apenas a dos semanas de su asunción. Para ser coherente con lo que hasta ahora es el rasgo singular de la gestión –la velocidad en el ejercicio del poder–, el Ejecutivo deberá enfrentar una elección mucho más rápido de lo que le tocó a las administraciones anteriores. La disputa por la gobernación de Córdoba, en la que José Manuel de la Sota busca la reelección, encontrará al Gobierno muy atento y dispuesto a compartir los beneficios si el “Gallego” –a quien ahora consideran un aliado– consigue finalmente su objetivo.
La relación tuvo sus vaivenes históricos. Hasta hace un mes, varios allegados a Kirchner y duhaldistas aliados dudaban si apoyar a De la Sota en su objetivo personal de pelear por la gobernación. La duda se debía a que en Córdoba el santacruceño llegó cuarto en la primera vuelta, detrás de Carlos Menem, Ricardo López Murphy y Adolfo Rodríguez Saá. En aquellos días, no era entusiasmo ni compromiso con el cordobés lo que circulaba en el equipo de campaña del hoy presidente. Los kirchneristas adjudicaban el magro resultado de su jefe a que todo el delasotismo, incluido el propio “Gallego”, había colaborado con la candidatura de Carlos Menem.
Todo empezó a cambiar unos días antes del ballottage. Las encuestas anticipaban un avasallador triunfo de Kirchner. El patagónico se paseaba por el Mercosur como si ya hubiera sido electo. Uno de sus viajes lo llevó a Chile. Cuando estaba en el aeropuerto de Santiago le sonó el celular. Era un llamado de De la Sota prometiendo apoyo. Ahí comenzó a despejarse el escenario para que los dos gobernadores que habían reclamado elecciones tras la caída de Fernando de la Rúa y habían competido silenciosamente por la Presidencia, terminaran siendo socios desde lugares distintos. El broche de oro se produjo en una reunión posterior en la que De la Sota pidió a Kirchner que se finalicen varias obras públicas pendientes.
La relación con el “Gallego” se estrechaba y enseguida recibió más señales a favor. Como la designación de Aníbal Fernández en Interior, uno de los bonaerenses que más se jugó con la candidatura de De la Sota. A esa altura ya no quedaban dudas. “Yo tengo diferencias con él, pero el Gallego es peronista como yo y lo vamos a apoyar”, explicaba Kirchner por esos días, como contó a Página/12 un intendente que compartió con él esos momentos. La semana pasada, mientras las encuestas anticipaban un triunfo delasotista, el Gobierno terminó de definir sus fichas. Viajaron a Córdoba el ministro del Interior, Aníbal Fernández, y el de Planificación y Servicios, Julio De Vido, para anunciar en el terreno que la Nación aceleraría la ejecución de las obras públicas pendientes.
Se trataba de la finalización de la autopista Rosario-Córdoba y de la ruta nacional 158 y la realización de una serie de obras hídricas sobre el río Quinto. Fuentes de la cartera de Planificación y Servicios confiaron ayer a Página/12 que los trabajos de la autopista están presupuestados en 148 millones de pesos y que la empresa adjudicada se comprometió a completarlos en 36 meses. Todos esos eran compromisos anteriores a la asunción de Kirchner y se estaban ejecutando a un ritmo de un millón de pesos por mes. El nuevo gobierno decidió acelerar las obras y ejecutarlas de a cuatro millones.
Es un compromiso por mutuo interés que, según un ministro del gabinete nacional, impedirá que el cordobés retorne a sus simpatías menemistas. “La relación nunca fue ni buena ni mala, pero ahora es excelente. Y más ahora que no hay nada enfrente de Kirchner”, aseguró el ministro en diálogo con Página/12. “Para Kirchner, que gane el Gallego es bueno: el justicialismo gana un distrito. Además hay que recordar que, aunque tardíamente, De la Sota apoyó a Kirchner”, subrayó un diputado nacional que oficia de puente entre el gobernador y el Presidente.