EL PAíS › OPINIóN
› Por Alfredo Serrano Mancilla *
Europa no existe. América latina tampoco. Esta temeraria afirmación sólo sería válida haciendo uso de la cita literaria de Kapuscinski en Ebano: “Si lo llamamos Africa es sólo para simplificar y por pura comodidad. Aparte de la denominación geográfica, en realidad, Africa no existe”. Así es. Ni Europa ni América latina constituyen ningún bloque monolítico; las diferencias políticas, económicas y culturales en cada región son inmensas para que sean obviadas. La UE homogeneizó por la vía rápida: Europa dejó de ser un grupo de países diversos para ser un mercado único común, de moneda única, con único Banco Central, con única política exterior y con liderazgo único alemán (con Francia a su lado). Lo de América latina es otra cosa. Nacida hace poco tiempo y aún en plena construcción, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) es un intento de dotar a la región de un nuevo marco institucional propio que logre sustituir a la OEA. El cambio de piezas es evidente: Cuba por Estados Unidos.
Ambas instituciones supranacionales se reunieron estos días en Chile para dialogar en medio de una crisis sistémica mundial que está contribuyendo a acelerar la vigente transición geoeconómica. El mundo unipolar bajo la hegemonía exclusiva de los EE.UU. ha caducado. Ya lo dijo Arrighi en Adam Smith en Pekín. China actúa como gran potencia; acomete guerra de monedas, cambia su política a favor de mayor diversificación de reservas, invierte por todo el mundo y presta desde Beijing sin pasar por el FMI. Este nuevo mundo multipolar, o de polos desconcentrados, también se refleja en el papel de los Brics (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), que dejaron de ser emergentes para ser emergidos. Tan así es que ya se estima que en 2017, los Brics+3 (Indonesia, Corear del Sur y Turquía) tendrán un PIB mayor que el famoso G-7. El comercio tampoco es como antes: el sur-sur ya representa casi un cuarto del comercio mundial; en 1985, era sólo el 6 por ciento.
En este nuevo y complejo contexto, las relaciones Celac-UE son fuertemente asimétricas por diferentes razones. Por un lado, la UE fue y sigue siendo epicentro de la crisis estructural del capitalismo. Su apuesta es una salida neoliberal combinada con un estado corporativo. Su proceso de integración a favor del capital está maduro y en punto muerto. El euroimperalismo alemán se acabó imponiendo a favor de su industria y su banca creando una periferia con desempleo, improductiva y endeudada socialmente. Por otro lado, América latina cabalga más Bolívar que nunca. La región desea relocalizarse. Sin embargo, el exceso de procesos de integracionismo en la región está llegando a su fin. Se prevé una tricefalía dominante: a) Centroamérica que camina con acuerdos de libre comercio con UE y EE.UU., b) la Alianza Pacífico con directrices neoliberales hacia adentro y libre comercio hacia afuera y c) el nuevo Mercosur con Venezuela dentro, con la posible llegada de Bolivia (ya declarada) y de Ecuador, y con el retorno de Paraguay. La disputa por el patrón de desarrollo en América latina está servida. El Mercosur será un actor determinante, y su influencia dependerá de cuánto se “albarice” este proyecto integracionista, esto es, se haga una integración no sólo comercial ni financiera, sino productiva con cadenas de valor regional sin intercambio desigual y con rostro humano. Aunque su deriva pudiera ser otra si justamente ocurre lo contrario: Brasil con Argentina, acordando con Venezuela que el proyecto ALBA sea fagocitado. Esta pugna en América latina hace que las relaciones con la UE no puedan ser explicadas desde una lógica unívoca. Habrá relaciones multi-variantes. La UE busca que su periferia resuelva la economía exportando más. La democratización de la demanda interna en muchos países progresistas es un buen negocio para las empresas transeuropeas con sede en su propia periferia. Este objetivo no será fácil debido a que las translatinas no van a ceder el nuevo espacio conquistado.
Por todo ello, la Declaración de Santiago acaba en un sinfín de pactos sublimes que llega a parecerse a mucho papel mojado. El tema central fue en torno del nuevo slogan: “Alianza para el desarrollo sustentable: promoción de inversiones de calidad social y ambiental”. La cuna del neoliberalismo en la región, Chile, procuró eclipsar la reunión de la Celac con la presencia de la UE. La debilitada UE usó el vehículo chileno para mal meter mucho en cuanto a inversiones en el texto declarativo. El resto de países progresistas latinoamericanos salvaguardaron frases a favor del libre comercio mediante algunos candados que permitieran explicar a sus electores que siempre se pueden hacer excepciones. La cumbre tuvo luces, tales como haber cristalizado el proyecto de la Celac sin la presencia de EE.UU., permitir que Cuba presida este año pro témpore, presentar a la región como espacio económico con estabilidad política y comenzar a mirar cara a cara a la UE. Aunque esto no sucedió sin la sombra neoliberal de seguir usando la seguridad jurídica como herramienta exclusiva para las grandes inversiones empresariales, mientras se olvida el uso de este término garante a favor de los derechos sociales.
* Profesor de Economía en la Universidad de Sevilla (España), coordinador para América latina del CEPS.
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