EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
Cuando Obama criticó a Fox News esta semana se puso en onda con Cristina Kirchner y otros presidentes progresistas y populares de América latina. Dijo que esa empresa mediática conservadora le imponía la agenda a la oposición republicana. Resulta paradójico que un presidente defienda los derechos de su oposición –que ha sido votada por una minoría que no lo quiere– frente a una empresa mediática que no ha sido votada por nadie y que, como toda empresa, se mueve con fines de lucro.
Las oposiciones a gobiernos derechistas no tienen este problema, porque estos medios nunca se pondrán en línea con ellas. Las oposiciones a gobiernos progresistas y populares, en cambio, han generado un vínculo de dependencia que en definitiva resulta en detrimento de la democracia, porque de esa manera, empresas mediáticas con fines de lucro determinan las acciones de fuerzas políticas que, a diferencia de esos multimedia, están obligadas por el mandato de quienes los han votado. En este funcionamiento se vuelve preeminente el fin de lucro de las empresas, por encima del mandato democrático de las representaciones políticas. Cuando ese otro aspecto del interés público que está representado por el voto de las minorías es reemplazado por el interés comercial de grandes empresas, se desnaturaliza el sentido de la democracia.
Es más o menos lo que dijo Obama y lo que le valió una catarata de agravios de la cadena Fox News, que lo acusó de autoritario y cesarista por atentar contra la libertad de expresión.
Cristina Kirchner usó el tuit para expresarse en forma crítica sobre estos grandes medios, lo que también es un signo de los tiempos. Ese tuit –minúsculo si se quiere– mató al vocero y se convirtió en expresión directa, sin intermediarios. Es el tuit minúsculo de una presidenta que se refiere a expresiones de otro presidente –el del país más poderoso del planeta– que critica el poder de corrupción institucional de una gran cadena de televisión como Fox News. Son dos presidentes involucrados en el mismo debate y relacionándose a través de ese pequeño tuit que circula por un circuito alejado de los grandes medios.
Obama focalizó en Fox News y la Presidenta en La Nación. Columnistas de la cadena norteamericana calificaron a su presidente de “dictador” por haber dicho que “los medios modelan los debates y obstruyen los acuerdos”. Columnistas de La Nación acusaron a Cristina Kirchner de “convocar a la lucha de clases” porque en el discurso donde anunció la suba del mínimo no imponible agradeció a los sectores humildes y cuestionó las quejas de los más pudientes por el impuesto a los “altos ingresos”.
Los quince tuits de la Presidenta se apoyaron en Obama para enumerar manipulaciones mediáticas con repercusión local: la falsa foto de Chávez publicada por El País, la muerte de un empresario en Lanús difundida por TN cinco años después de que sucediera y la crónica en La Nación de una reunión de familiares de víctimas de la AMIA con el canciller Héctor Timerman. La crónica estaba escrita como si el periodista hubiera participado en una reunión a la que describía como ríspida por parte de los familiares, al punto de que una de ellos se habría “retirado enojada”. Sofía Guterman desmintió después que se hubiera retirado porque ni siquiera había participado. La crónica había sido inventada.
Que Obama, un presidente norteamericano, haya interpelado a un medio de comunicación como Fox News, constituye un signo de los tiempos. Ese debate está en el centro de la época. Buscada o no, que Cristina Kirchner haya elegido el tuit como herramienta para interpelar a los grandes multimedios, teje una imagen con muchos hilos. Sugiere una realidad paradojal, un entramado de fuerzas desiguales políticas, económicas, mediáticas y algunas más, en pugna.
Lo que está cuestionando ese punto del debate es el lugar de poder que han llegado a ocupar los grandes medios en estas sociedades del segundo milenio. Un poder frente al cual el ciudadano aparece vulnerable porque es un poder que tiende a concentrarse y que los propios medios reclaman como indiscutible. Lo que están diciendo esta semana Kirchner y Obama es que, en principio, se trata de un poder discutible. La discusión, el criterio propio, son herramientas ciudadanas y desarrollarlas es construir ciudadanía.
Un contraste similar al que produjo el tuit frente a la poderosa corporación multimediática se escenificó el jueves en el Bicentenario de la Asamblea del Año XIII, en Plaza de Mayo. No puede haber nada más insólito que un debate sobre historia frente a una multitud en el mismo espacio que las multitudes han elegido históricamente para reclamar, exigir y hacerse escuchar. No fue en la Universidad ni en la academia. La historia se debate en el mismo lugar en que se la protagoniza. También fue una postal con algunas resonancias.
Los paralelismos de la historia fueron resaltados por los tres disertantes, los historiadores Araceli Bellota y Hernán Brienza y el magistrado de la Corte Eugenio Zaffaroni. Lo que ellos no dijeron pero se traslucía en sus caras era la inquietud de protagonizar una situación tan inusual. Hablarle de historia a una multitud plantea demasiados riesgos, desde el acto solemne hasta el absoluto desinterés, pasando por el peligro de competir y perder ante el calor aplastante o el consabido choripán.
Una fuerza política puede decidir hacer un acto de ese tipo, armar el escenario, llevar a los oradores y a la multitud. Lo que no puede hacer –porque aunque lo hiciera sería inútil– es forzar para que todo eso encaje, o sea: que el magistrado de la Corte y los dos historiadores no desentonen en el escenario, que la multitud no se desentienda de los oradores y nadie los escuche, o que la multitud no se dedique a gritar consignas más acordes con la experiencia del lugar.
Lo más lógico era que se diera cualquiera de esos comportamientos y situaciones. Pero sucedió algo que es ilógico para esa lógica: los oradores, el tema, el escenario y las personas se fundieron en una extraña armonía. Las miles de personas que estaban reunidas escucharon en silencio y con atención cuando los oradores hablaban de su historia.
El dato nuevo que desequilibra a esa lógica es un vínculo, que antes era muy tenue y ahora comienza a afirmarse, entre historia, política y militancia. Hay interés en el nuevo militante político de saber a qué punto de la historia se está subiendo. Todo es identidad en la historia de la comunidad a la que se pertenece, pero en este caso se trata más que nada de reconocer de qué líneas históricas es continuidad este presente. Cuáles son las luchas que antecedieron a estas luchas.
Para la militancia de otras épocas, la historia no era un tema muy valorado pero ahora se convirtió en uno de sus eslabones más fuertes. La historia es un entramado de muchas experiencias y desde cada una de ellas se ve a las demás. Hay líneas continuas entre pasado, presente y futuro de las luchas populares, de las pujas de los intereses económicos, de liderazgos y experiencias de avance y retroceso. La militancia se integra como parte de esa historia, siente que está representando un momento en esa experiencia histórica de luchas populares que se inició antes y seguirá después.
No es casual que dos de los temas más importantes de la semana hayan sido los medios y la historia. La plataforma del kirchnerismo se asienta sobre varios temas socioeconómicos, de ampliación de derechos o de relaciones internacionales que, si bien con distintos enfoques, también forman parte del bagaje de las demás fuerzas políticas, constituyen territorios que son obligados para la política. Pero el kirchnerismo incorporó dos temas que antes no estaban planteados y son justamente los medios y la historia.
El debate sobre los medios implica una disputa por la versión de lo que sucede en el presente. Y el impulso o la recuperación de la historia representa la disputa por la mirada hacia el pasado. Son dos cuestiones a las que se puede pensar por separado. Se supone que una cosa es la historia y otra los medios. Pero cuando se toca a una de ellas hay consecuencias inevitables sobre la otra. La discusión sobre los medios lleva inevitablemente a una discusión sobre la historia. Los invisibilizados que quieren visibilidad en el presente, reclaman también visibilidad en el pasado. Y así sucede con los argentinos afroamericanos y con los pueblos originarios, con los pueblos de las zonas más alejadas y también con el pueblo trabajador que quiere verse reflejado en la historia de los ejércitos de la independencia y en las luchas por la libertad y contra la opresión que forjaron este país.
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