EL PAíS › QUIEN ES SANDRI, EL CARDENAL QUE CASELLI QUIERE COMO PAPA
Miembro del círculo íntimo de Juan Pablo II, virtual ministro de Benedicto XVI, Leonardo Sandri figuró inicialmente en las especulaciones sobre los cardenales con chances de llegar a papa. Sus relaciones en la Argentina con los sectores más conservadores. Qué dice Vatileaks.
› Por Martín Granovsky
Su amigo lo impulsó de entrada. “Hay grandes posibilidades de que el cardenal Sandri asuma su lugar”, dijo tras la renuncia de Benedicto XVI el ex embajador de Carlos Menem en el Vaticano, Esteban Caselli. “Sandri fue asesor de asuntos generales en la Secretaría de Estado en el Vaticano y fue la voz de Juan Pablo II cuando el Papa ya estaba mal de salud”, recordó.
Actual senador por los italianos que viven en el exterior, subordinado del ex primer ministro Silvio Berlusconi, resguardado por la Soberana Orden de Malta, Caselli aparece en la Argentina como el principal entusiasta público del cardenal Leonardo Sandri, uno de los dos argentinos que integran el grupo de 118 cardenales capaces de elegir al próximo papa o, en teoría, de serlo. El otro argentino es el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio.
Sobre la conveniencia o no de que un papa sea un compatriota hay opiniones infinitas. ¿Sería mejor para el futuro de la mayoría de los argentinos contar con un pontífice nacido aquí? ¿O un papa argentino podría sentirse naturalmente tentado a sobreactuar decisiones sobre la Argentina e interrumpiría el proceso social de mayor separación entre Iglesia y Estado que vive el país? Cada cual puede responder como quiera a esas u otras preguntas. “Si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo”, diría Silvio Rodríguez. De todos modos, sólo los cardenales votan y, como explicó muy bien el periodista Juan Arias en El País del viernes, ni siquiera ellos entran a la Capilla Sixtina con la certeza de quién será papa.
Sólo votan los que no cumplieron 80 al momento de la renuncia del Papa. No votan todos los miembros del Colegio Cardenalicio cuyo decano es Angelo Sodano, que fue secretario de Estado con Juan Pablo II de 1990 a 2005 y con Benedicto XVI desde abril de 2005 a 2006, cuando dejó su puesto a Tarcisio Bertone. Aunque el Vaticano es una monarquía absoluta y no una parlamentaria, el secretario de Estado puede ser equiparado a un primer ministro.
Sandri fue, justamente, mano derecha del poderoso Sodano en la sección de Asuntos Generales de la Secretaría de Estado. La página web del Vaticano describe sus funciones: “Corresponde a la Sección para los Asuntos Generales o Primera Sección despachar los asuntos concernientes al servicio cotidiano del Sumo Pontífice, tanto en la solicitud por la Iglesia universal como en las relaciones con los Dicasterios de la Curia Romana”. Y agrega: “Se cuida de la redacción de los documentos que el Santo Padre le confía. Tramita los actos relativos a los nombramientos de la Curia Romana y custodia el sello de plomo y el anillo del Pescador. Regula la función y la actividad de los representantes de la Santa Sede, especialmente en su relación con las iglesias particulares. Atiende a todo lo relativo a las embajadas ante la Santa Sede. Ejerce la vigilancia sobre los organismos oficiales de comunicación de la Santa Sede y se ocupa de la publicación del Acta Apostolicae Sedis y del Annuario Pontificio”.
Sandri, pues, no estuvo ajeno al día a día del papa y de la Curia vaticana y al final le tocó ser el encargado de anunciar la muerte de Juan Pablo II, el 2 de abril de 2005.
Cardenal desde 2007, Sandri actualmente también es miembro de la Comisión Pontificia para América latina y prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, una suerte de ministerio encargado del rito católico en Egipto, península del Sinaí, Eritrea y Etiopía del norte, Albania meridional, Bulgaria, Chipre, Grecia, Irán, Irak, Líbano, Palestina, Siria, Jordania y Turquía. No es un puesto cualquiera. Ocuparse del rito implica también, para un cardenal de la Curia vaticana, el seguimiento al detalle del conflicto del Medio Oriente y eventualmente la intervención diplomática. Sandri tiene experiencia en las relaciones internacionales porque fue representante del Vaticano en México y Venezuela y reforzó la legación en Washington como observador en la Organización de los Estados Americanos. Uno de sus maestros fue Pio Laghi, nuncio en la Argentina durante la dictadura y luego en Washington.
Entre los obispos argentinos, el enemigo de Sandri es Bergoglio, a su vez el adversario número uno de la Iglesia argentina respecto del Gobierno desde que el entonces presidente Néstor Kirchner no le dio parte como interlocutor de privilegio para las decisiones de Estado.
Justo Laguna, el obispo de Morón fallecido en 2011, contaba que luego de la muerte de Juan Pablo II, mientras se elegía el sucesor, Sandri le dijo: “Mejor rezale a San José para que éste no sea papa”. Se refería a Bergoglio. Es materia de teólogos decidir si el rezo a San José tiene un significado especial en la tradición de la Iglesia.
Conservadores ambos, Sandri y Bergoglio no se diferencian por la doctrina contraria a la legalización del aborto o al matrimonio igualitario sino por la pertenencia a estructuras distintas de la Iglesia. En el caso de Sandri, su ejercicio se dio directamente en la Curia vaticana desde 1970, cuando aún no había cumplido los 30. Nació el 18 de noviembre de 1943. Tiene 69 años y luego de estudios de Teología en los que avanzó gracias a la ayuda económica de amigos de su familia lo ordenó sacerdote el ultraconservador Juan Carlos Aramburu en 1967. “Qué ejemplos. Qué presencia de Jesús. Aramburu, Pironio, Quarracino y Primatesta son para mí una imagen que me da aliento. Llevo conmigo siempre las fotos de ellos. En momentos difíciles digo: muévanse, queridos cardenales argentinos”, dijo en una entrevista con Tito Garabal, periodista eclesiástico ligado al arzobispo de La Plata Héctor Aguer, en su programa Claves para un mundo mejor. Antonio Quarracino y Raúl Primatesta encarnaron distintos estilos del conservadurismo en la jerarquía católica argentina. Todos ellos respaldaron o fueron partícipes activos en la política de santificación del plan criminal de la dictadura.
El integrista Aguer, que busca confundir el ámbito de la Iglesia y el del Estado y pone por encima principios religiosos tal cual los entiende la jerarquía eclesiástica, en 2010 rivalizó con su enemigo interno Bergoglio en lo que éste definió como “guerra de Dios” contra el matrimonio igualitario, es junto con Sandri otro de los amigos dilectos de Caselli.
Dijo por ejemplo sobre el aborto, cuando en 1992 la Legislatura porteña discutió el estatuto de la Ciudad de Buenos Aires: “Los términos procreación responsable y salud reproductiva suelen ocultar la intención antinatalista y la utilización de medios abortivos de regulación de los nacimientos”.
En mayo de 1995, diez días después de la autocrítica del general Martín Balza, entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, replicó Aguer: “Es sospechoso que aparezca en este momento una ola de arrepentimiento, ya que la sociedad no tolera una crítica continua y una revisión permanente. (Durante el gobierno militar) Los pastores de la Iglesia tuvieron que tomar decisiones prudenciales y lo han hecho con una inocultable intención de realizar lo mejor y servir al pueblo argentino”.
Cuando los porteños discutían su nueva Constitución, Aguer se preguntó: “¿Estaremos asistiendo acaso a una tercera fundación de Buenos Aires como ciudad atea? Sería penoso un posible retorno al anacrónico planteo del laicismo, en el cual la libertad religiosa era entendida como promoción del agnosticismo y del ateísmo, como beligerancia religiosa”.
Cuando en 2002 se legalizó la unión civil entre las personas, dijo: “La ley de unión civil atenta contra el orden natural y los ciudadanos no tienen por qué obedecerla”.
En 1995 criticó la fertilización asistida. “Legalizar la reproducción asistida detiene el verdadero progreso, porque con esto no se resuelve la infertilidad”, dijo. “El proyecto más cercano a la defensa de la vida es uno presentado en 1993 por Carlos Ruckauf.”
En 1992 sentó su combate contra los métodos anticonceptivos con un argumento peculiar: “Sería lamentable que los organismos del Estado favorecieran directa o indirectamente los designios de un nuevo ‘imperialismo anticonceptivo’ cuyos efectos serían directamente catastróficos para el futuro de una Argentina soberana”.
Además de la doctrina, Aguer y Sandri compartieron una relación estrecha con la familia Trusso.
Uno de los Trusso, Francisco, fue el primer embajador de Menem en el Vaticano. En 2003 la Justicia detuvo a su hijo Francisco Javier por la supuesta quiebra fraudulenta del Banco Comercial de La Plata, que dejó un tendal de 30 mil clientes. Francisco Javier Trusso ya había estado prófugo. Según escribió la periodista Olga Wornat en su libro Nuestra Santa Madre, Trusso estuvo refugiado en una casa familiar de los Sandri en Miramar.
Cuando en 2003 la jueza de garantías Marcela Garmendia tuvo que ejecutar la excarcelación de Trusso dispuesta por la Corte Suprema y la Sala III de la Cámara Penal de La Plata, pidió la presencia de un fiador. Apareció: fue el propio Aguer. La jueza le dijo que debía comprometerse a pagar en caso de que Trusso fuese excarcelado y se fugara. Preguntó a Aguer si tenía bienes para el respaldo eventual. “Sí, poseo”, dijo el arzobispo de La Plata.
El gran apoyo de Trusso fue, mientras vivió, otro de los cardenales reverenciados por Sandri, Antonio Quarracino. El sacerdote Roberto Toledo, ex secretario privado de Quarracino, declaró en 1999 a la Justicia que Francisco Trusso, padre de Francisco Javier, “le pidió al cardenal que hable con Menem para que le dieran 300 millones y poder salvar al banco y dijo que si le habían dado a Beraja, por qué no a él”. Beraja es Rubén Beraja, entonces presidente del Banco Mayo y de la Delegación de Asociaciones Israelitas de la Argentina.
Con perfil más alto o con discreción, a los gritos o entre susurros y con distinto nivel de representación e incumbencias, Aguer, Caselli, Sandri y Sodano fueron cuatro protagonistas del encontronazo entre el Vaticano y la jerarquía de la Iglesia argentina, por un lado, y por el otro el Gobierno de Néstor Kirchner a raíz del caso de Antonio Baseo-tto, el vicario castrense que amenazó al entonces ministro de Salud Ginés González García. Baseotto usó una cita bíblica como escudo. La frase recomendaba tirar al ministro al agua con una piedra atada al cuello. La razón de fondo eran las políticas del Ministerio de Salud de ese momento de reparto de preservativos. Ginés era un convencido de su estrategia y, negociador nato, sin embargo, no cedía posiciones ante los obispos conservadores.
El Vaticano se introdujo en el tema Baseotto a través de la Nunciatura en Buenos Aires porque en 1992 Menem dio al vicariato categoría de diócesis, con lo cual pasó a depender de la autoridad papal.
Con Menem, Caselli fue subsecretario general de la Presidencia, por debajo de Eduardo Bauzá, y embajador en la Santa Sede. Con Carlos Ruckauf ocupó la secretaría general de la gobernación bonaerense entre 1999 y 2001. Cuando Ruckauf fue designado canciller por Eduardo Duhalde, se llevó a Caselli como secretario de Culto.
A tono con los ultraconservadores, Caselli apoyó, estimuló u ordenó él mismo, según el cargo que le tocara, las coincidencias argentinas con las posiciones de la monarquía vaticana en las votaciones internacionales. A menudo se sumaban a la vanguardia fundamentalista en cuestiones de vida cotidiana, Arabia Saudita e Irán.
Caselli es la misma persona que estos días aparece en los carteles de la calle como candidato a la reelección para el Senado italiano. Dice que es “igual a vos” pero apoya a la derecha y a la ultraderecha de Berlusconi y la Liga Norte junto con la vedette Iliana Calabró, candidata a diputada. El candidato del Partido Democrático, que postula como primer ministro a Luigi Bersani, es el actor Gino Renni. Afirman buscar “una Italia justa”.
Caselli tiene abierta desde 2011 una causa en la Justicia italiana. El procurador adjunto de la fiscalía de Roma, Gian Carlo Capaldo, lo investiga por supuesto fraude con los votos de los italianos de Sudamérica en las últimas elecciones. Su candidatura suena a búsqueda de fueros. Su exhibicionismo de relaciones en el Vaticano, aunque sin duda verdaderas, también.
Sandri acompañó todas las políticas del Vaticano sobre la Argentina pero en los últimos años, mientras preservaba sus relaciones de siempre, se cuidó bien de no cerrar canales de diálogo ni mantener disputas de forma abierta. En el Bicentenario logró decir misa en la embajada argentina, a cargo de un político que está en los antípodas de Caselli como Juan Pablo Cafiero. En diciembre último fue recibido en la Casa Rosada por la Presidenta. Le agradeció la instalación de un pesebre en el Museo del Bicentenario.
Su nombre figura una vez en el interesante libro del periodista Gianluigi Nuzzi Las cartas secretas de Benedicto XVI. Algunas de las cartas, ya conocidas como parte de un Vatileaks, pertenecen a Dino Boffo, que le escribió al Papa denunciando una campaña en su contra de la que llegó a participar nada menos que el director del órgano oficial de la Santa Sede, L’ Osservatore Romano, Giovanni María Vian. Boffo es un periodista con toda su carrera profesional ligada a los obispos italianos en prensa gráfica y televisión. Tiene relación personal con cardenales importantes. Según Nuzzi, otro periodista, Massimo Franco, del Corriere della Sera, interpretó que la campaña y las respuestas eran parte de una guerra interna en el Vaticano. Una guerra que apuntaba al ejercicio del poder en el próximo cónclave de cardenales. El análisis cobra aún mayor importancia porque en 2012, cuando se publicó el libro, obviamente Benedicto XVI no había presentado su renuncia.
El libro consigna como posible autor del informe contra Bo-ffo al propio Sandri, con material suministrado por la gendarmería, el servicio de seguridad propio del Vaticano. Y se pregunta Nu-zzi: “Suponiendo que sea verdad, ¿por cuenta de quién habría actuado Sandri?”.
Por la filtración de las cartas fue apresado y sometido a una celda de aislamiento dentro de la Santa Sede el mayordomo del Papa, Paolo Gabriele. Nuzzi no afirma ni desmiente que haya sido él quien le dio material. Se ampara en el derecho del periodista a no hablar siquiera de la identidad de sus fuentes. Pero las cartas de cardenales y obispos describen un entramado por donde pasan los juegos de poder interno dentro de la Curia y las maniobras financieras, muchas veces corporizadas en los manejos del IOR, Instituto para las Obras de Religión, el banco vaticano que se hizo célebre cuando lo presidía el arzobispo norteamericano Paul Marcinkus, que terminó procesado por la Justicia italiana pero no fue preso por su inmunidad.
El viernes una comisión de cardenales nombró presidente del IOR al alemán Ernst von Freyberg, miembro, como Caselli, de la Soberana Orden de Malta.
¿Limpieza después de la gestión de Ettore Gotti Tedeschi, que había llegado en 2009 y ya renunció? ¿Administración de secretos cultivados en décadas y a punto de escaparse por la fisura de las primeras filtraciones? ¿Continuidad, cambio o ambas decisiones a la vez? Otro tema abierto y a seguir con atención para los interesados en la nueva conducción del Estado Pontificio. O para los aspirantes a subir escalones, como Sandri. O para quienes, pase lo que pase, necesitan un escudo que los proteja.
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