EL PAíS › OPINIóN
› Por Florencia Saintout *
Entre el 2 de abril y la madrugada del 3, La Plata sufrió el horror. Esta ciudad que lo ha sufrido de tantas formas, esta vez vio llenarse las casas, y los autos, y las calles de un agua oscura que se abalanzó sobre todos como un río siniestro en la soledad de la noche. Hay pérdidas que atravesarán el tiempo y que nunca podrán ser reparadas. Allí sólo vale el abrazo.
Cuando el agua marcó las casas como una cicatriz, supimos que nada volvería a ser igual. La ciudad que se fundó bajo los ideales iluministas (con ideas de “iluminados”) quedó paradójicamente a oscuras, y a veces cuando está oscuro todo empieza a verse más claro. En las horas y los días que siguieron, La Plata constató un saber que le suena ancestral, que durante años durmió, o desapareció, o simplemente esperó y que hoy actualiza y despliega su fortaleza viva: la potencia de la militancia. En esta ciudad que tanto ha sabido de militantes.
Jóvenes platenses y de todo el país con los brazos tendidos a los que sufren se entregaron no sólo a acompañar a los desesperados, sino a trabajar para sacarlos de esa desesperación. Y no fueron, no son, sólo jóvenes que salieron de la nada, sino que son jóvenes con convicciones y con banderas a levantar. Que interpelados por un Estado conducido por la decisión de bajar los cuadros (¿hay que aclarar? Por la decisión de terminar con la impunidad y los privilegios de todo tipo para pocos), han ido constituyendo una nueva identidad política que también está cargada en su ADN de lo que fue, de lo que será.
Veo absolutamente sintomática de este tiempo a la marea de militantes tomando la ciudad devastada para reconstruirla (y perdón por la metáfora acuífera, no encuentro otra palabra que dé cuenta de la llegada, de la multiplicación, de la ocupación del territorio). Una militancia que se conecta sin maquillajes con la conducción del Estado nacional. La capacidad de reacción y transformación ante el infierno que se ha tenido en estos días es impensable sin esa ecuación: sin los planes de intervención anunciados por la Presidenta a nivel estructural, como sin la articulación precisa en la entrega de la ayuda desde cada uno de los ministerios. Lo cual contrastó con el balbuceo defensivo del Estado municipal, e incluso, provincial.
Con centro en la Facultad de Periodismo, podemos hablar de 9500 militantes interviniendo; más de 30 organizaciones políticas; 3500 voluntarios, docentes, graduados y trabajadores universitarios que coordinadamente relevaron necesidades y distribuyeron ayuda en 38 zonas de la ciudad. 250 vecinos que pusieron sus camionetas para recolectar 980 toneladas de basura articulando con municipios de la región. La presencia del ejército, que con sus jóvenes soldados se mezclaron con los militantes en una imagen que habla sin lugar a dudas de un nuevo tiempo.
La sociología del desastre nos ha enseñado cómo es que en momentos de crisis contundentes, de rupturas de todo lo conocido, se vuelven a la superficie las estructuras profundas que en los períodos de “normalidad” aparecen ocultos o sin lengua. Creo yo que en estos días, la saña con la que desde los sectores más conservadores de la sociedad se ataca a la militancia está directamente relacionada con una avanzada más de la política con efectos concretos de multiplicarse, sobre los intentos de negarla para mantener el orden de unos pocos.
Esto sucede desde La Plata, no en La Plata. Una fuerza militante, organizada, que hunde sus raíces en otras militancias de las que saca lo mejor, pero de la cual no es una copia, una mera reproducción, sino que por el contrario se reinventa a la luz de otro tiempo. Y se multiplica. Soy testigo de los que se pusieron la pechera por primera vez luego de que tantas pecheras vinieran a fusionarse en el semejante (que es uno, que es el otro). La necesidad de que la universidad abra sus puertas al pueblo siempre tuvo tono de asamblea minoritaria y fue silenciada por una autonomía que, amparada en su lugar de indiscutible neutralidad, tenía sabor a otra época. Vientos de cambio después del temporal. El conocimiento científico no es neutral, ya se sabe. La universidad tampoco puede serlo y eso quedó demostrado en estos días de dolor y tristeza, pero también de trabajo militante.
Quedarán para otros párrafos las notas de la infamia con nombres de las peores deformaciones, del peor sindicalismo (ese que hay que confrontar), como las infamias de operaciones de estigmatización, ocultamiento y mentiras con cara de “periodismo independiente”.
La ciudad late de dolor, de broncas, de desesperaciones y también de esperanza. Donde unos vieron altruismo no-sotros vimos militancia y acción política. Todos hemos perdido algo, todos hemos ganado algo. Las conquistas, como los derechos, no se negocian, se ejercen.
Escribió estos días Marina Adamini, de la Facultad de Periodismo:
“Que se pare el tiempo. Y que en el mientras tanto, la ciudad partida se rearme. La rearmemos, nos rearmemos. Que los cielos vuelvan a ser deseosos de vuelos imaginarios. De deseos de mañana. De poesía cotidiana. Que se alejen los miedos. Que se desaten los nudos blancos en gargantas y corazones. Que los desatemos entre todos. Que los días se pueblen de cotidianidades. Que las noches sean para dormir, que los días sean para soñar. Pero que de esta bisagra en el alma de la ciudad plateada quede algo. Que el tiempo nos permita este trueque. Que queden los lazos y abrazos herederos del caos. La organización, que quede, que trepe, que nos rearme. Que las aulas sigan siendo reversibles al pueblo. Que se pueblen de rondas, de manos. Que el dolor se reparta y se amortigüe con la lucha colectiva cotidiana. Que nadie (más) esté solo. Que seamos más del mismo lado. Que se abra el nosotros, bien grande. Que los héroes se pierdan en el grupo. Que las calles se pueblen de ganas. De hacer, de andar, de soñar a la vez. Organizados. Y que el dolor hondo, oscuro, húmedo de esa noche de abril florezca las mañanas. Mañanas de plastilina moldeadas sobre el barro, que no se va. Que queda, que nos recuerda lo que hemos pasado. Como un asterisco fluorescente. Cicatriz. Interrogante masticado con bronca. Pero nada de quedarse quieto mordiéndonos los labios. Paralizados. Que las mañanas son fértiles de moldeamiento con las manos que veo brotar de las calles, de las aulas, las fábricas, de los barrios, de al lado. Manos y sueños, como insumos. A reinventar la ciudad plateada, pero esta vez que sea a la vez. Que nos reinventemos también nosotros en su invención. Porque solos nos perdemos. Este sueño será colectivo, o no será. Y veo tantas manos y almas articuladas, que sería insoportable no quedarse acá, de este lado, unidos y soñando bien despiertos”.
+ Decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.
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