Las internas abiertas a las que pocos apelan. Datos comparados, ventajas posibles y olvidadas. El acuerdo opositor en la Capital, una excepción. La ideología por un lado, el pragmatismo por otro. Peculiares reglas del juego. Un nuevo escenario porteño. Massa en su laberinto. Una maraña judicial que se acrecienta. Y varios detalles más.
› Por Mario Wainfeld
En general, los distintos competidores de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) vienen optando por no hacer internas. Así fue en 2011 y, da la impresión, será ahora mayoritariamente. No hay conjura secreta ni acuerdo unánime: cada cual actúa según lo que imagina es su conveniencia.
En la provincia de Santa Fe, donde funciona un mecanismo similar, los partidos o ententes sí compiten. Por ejemplo, hace dos años, el gobernador Antonio Bonfatti primó en la interna de la coalición socialista-radical. A su vez, el flamante ministro de Defensa, Agustín Rossi, ganó en la versión provincial del Frente para la Victoria (FpV). En Estados Unidos, Chile o Uruguay las internas están instaladas por ley y costumbre.
En el pasado reciente y previo a las PASO, las internas (partidarias o abiertas) sirvieron para posicionar y hasta catapultar candidatos. Los presidentes Raúl Alfonsín y Carlos Menem llegaron tras pujas internas en la que no eran favoritos. Fernando de la Rúa se fortaleció en la disputa con el Frepaso.
Desde luego, no hay receta garantizada para el éxito. Ni táctica única siempre convalidada. Pero es real que la victoria potencia a l@s candidat@s, confirma las preferencias de quienes los apoyaron en “la previa”, genera un cierto triunfalismo que jamás viene mal antes de entrar al rectángulo de juego. En ese sentido y a la espera de los hechos, el cronista entiende que es astuta la movida electoral urdida en la Ciudad Autónoma por un conglomerado de partidos y candidatos opositores. Desde el punto de vista ideológico, lo suyo es un mix de difícil comprensión. Cuesta tomarlo en serio como propuesta de gobierno. Pero puede que funcione a la hora de disputar bancas, con la bandera anti K como factor unificador.
En primera mirada, complejiza el panorama porteño, que parecía enfilar a un primer puesto del PRO y un segundo para el FpV, con el “resto del mundo” opositor muy fragmentado.
El escenario más impactado, supone provisoriamente el cronista, será la elección de senadores, en especial para el oficialismo nacional que descontaba quedarse con la banca para la segunda minoría. Los comicios ahora se dirimirán principalmente entre tres fuerzas, que no corresponde llamar “tercios” porque no son iguales en número o no tienen por qué serlo. La posición del candidato oficialista (los corrillos dan como cabeza de fórmula a Daniel Filmus pero la fumata de Olivos no se ha encendido aún) puede verse más amenazada.
La confederación multicolor no tiene pinta de sacarle votos al FpV ni para diputados ni para senadores. En ese sentido, es el macrismo el que tiene que poner sus barbas en remojo. Para conseguir diputados, el FpV “compite contra sí mismo”: debe apuntalar su caudal propio que, todo lo indica, lo llevará a mejorar su fallida cosecha de 2011, una sola banca. Cómo se divida el universo opositor es bastante secundario, en ese aspecto.
Una interna abierta entre fuerzas bien disímiles también en su estructura y organización es un albur. Hasta fin del siglo pasado, ese torneo hubiera sido un picnic para la Unión Cívica Radical (UCR) que siempre talló fuerte en la Capital. Pero el ciclo menguante es duro por lo que vaticinar lo que pueda advenir, se acerca bastante a la timba pura y dura. ¿Habrá un núcleo duro de lealtades boinas blancas, no subyugadas ya por el macrismo o no seducidas por el discurso flamígero de la diputada Elisa Carrió? ¿Cómo rendirá la extraña pareja conformada por ésta y el diputado Fernando Solanas? ¿Sinergia o entropía o algún estado intermedio? La política tiene ingredientes de apuesta, no es un ajedrez.
Es cantado que la coalición se suspenderá en sus efectos después de las elecciones, aunque oponerse al oficialismo de pálpito y de volea, sea un factor relativamente unificador.
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Porotos y bancas: Los aliados pactaron que la boleta se conformará con las minorías, en proporciones fijadas por el sistema D’Hondt, que se aplica a nivel nacional... con una diferencia nada menor. Mientras el “piso” para entrar un diputado es del tres por ciento, para colar en la lista arco iris hace falta el 25 por ciento de los votos recibidos en las PASO. En términos absolutos, no parece tanto. Imaginemos (cero profecías, es sólo un ejemplo para explicar) que juntara el 20 por ciento del padrón general: el partido que sacara el 5 por ciento entraría en la lista. Pero la mayor exigencia (comparada con el ámbito nacional) puede ser determinante en la primaria. Su objetivo es preciso: busca que no se presenten out siders, del mismo “palo” que alguno de los firmantes del pacto. La cláusula es un tantín nominativa: enfila contra Rodolfo Terragno, quien afirma que quiere intervenir en la interna. Sus correligionarios tratarán de disuadirlo aunque, con el mazo dando, le dificultan el camino. Terragno es amablemente aborrecido por la dirigencia de su partido. En parte porque es afecto a “mandarse solo”, en parte porque es radical de primera generación (un recién llegado, aunque lleva décadas de pertenencia activa) y en parte porque se puso firme cuando estalló el escándalo de las coimas en el Senado. Los radicales que reivindican al ex presidente Fernando de la Rúa son una especie en extinción pero subsisten los que mantienen pactos corporativos o de pertenencia respecto de sus curros o demasías.
Está dicho pero vale repetirlo: 2009 fue un momento fructífero para la oposición en promedio y para la UCR en particular. Los radicales arriesgan 25 de sus 38 bancas en la Cámara baja, un tocazo por decirlo en jerga científica.
El afán de subsistencia acicatea la creatividad mechada con sapofagia. El reencuentro con “Lilita” Carrió, quien los vituperó semanas atrás es un mal trago, producto de la realpolitik. También lo es ponerse detrás de otra ex correligionaria, la diputada Margarita Stolbizer, en la provincia de Buenos Aires.
El ex canciller Dante Caputo (militante socialista hoy día) trató de frenar el matrimonio de conveniencia, comparando a sus ex correligionarios con la kriptonita. Otros dirigentes “que se quedaron” se inclinan por confluir con Carrió que a menudo funge de tal con sus aliados... pero que tal vez sirva de salvavidas en la emergencia. La política concreta tiene esas variaciones, que el cronista encuentra entretenidas.
Esas jugadas resultadistas son medidas a la luz del veredicto popular, difícil de entrever con antelación.
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Deshojando otra margarita: El intendente Sergio Massa deshoja su margarita, entornado por presiones de todo tipo. “No hay 2015 sin 2013” es el slogan de sus aliados políticos que lo compelen a lanzarse ahora porque luego sería irremisiblemente tarde.
El consejo es pura conveniencia para los socios potenciales: un puñado de intendentes peronistas y radicales, dirigentes duhaldistas sin cacique, el diputado Felipe Solá, por señalar a los más conspicuos. Sin Massa como mascarón de proa, sus chances para octubre son mustias. Las perspectivas se ampliarían si “Massita” se presentara, aunque no ganara como pronostican varios consultores.
El impulso que le exigen (más que proponen) desde el poder económico y los medios dominantes también es más claro desde su propia necesidad. Massa podría restarle votos al diputado Francisco de Narváez y también al kirchnerismo. Esa merma se traduciría en la provincia de Buenos Aires y también en el cuadro nacional, intuyen con atendible racionalidad. Desangrar al kirchnerismo es la contradicción principal, si no la única para corporaciones de fuste.
El problema, el dilema de “Sergio” es que para él no es lo mismo ganar que perder o que esperar al próximo turno electoral.
No suena como ganadora la hipótesis de una solución híbrida: una lista nacional del massismo, sin su referente a la cabeza. El peso del individuo es casi todo en estas lides. El referente alterna asados visibles con los compañeros o correligionarios y tenidas opacas con cuadros del establishment económico y mediático.
Su relativa indefinición, teorizan en su torno, lo convierte en un candidato catch all. Se puede mostrar como un gestor, no ideologizado. Ostentar sus logros en la Anses (que lo emparentan con conquistas del kirchnerismo), en seguridad (materia más cara a la centro derecha y a “la gente”). En las mesas de arena, todo es sencillo. Cuando salen a la cancha los otros equipos, las cosas se complejizan, se llenan de aristas. Massa, bastante solitario en ese punto, es quien debe pensar un universo de pros y contras que sus empujadores (“animémonos y jugá vos”) pueden simplificar al máximo.
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Otra indefinición: Perdura la indefinición sobre el mantenimiento, la suspensión o la abolición judicial de la elección popular de integrantes del Consejo de la Magistratura. El transcurso del tiempo acentúa la incertidumbre y gravita a favor de quienes quieren frenar la vigencia de la ley respectiva.
El cuadro general es un galimatías. Una cantidad pasmosa de pleitos, iniciados en igual número de juzgados, complican cualquier vaticinio y hasta cualquier desenlace ordenado. Nuestro sistema judicial atribuye el control promiscuo de la constitucionalidad: puede ser decretada por cualquier juez. Cuando las decisiones se contradicen, como en este caso, no prima la regla de la mayoría. Ni hay previsto un sistema de unificación.
Hay algo más intrincado, incomprensible para los profanos... tal vez porque sea ilógico, no más. Es que cualquier sentencia firme vale igual a otra, en principio. Por ejemplo, una de la Corte Suprema versus una de un juzgado de primera instancia. Hasta ahora no hay ninguna decisión firme y la lógica es que todas sean recurridas hasta llegar a la Corte.
El cronista, que es abogado y obsesivo, puede imaginar un escenario poco probable aunque no imposible. Supongamos que un día quedara firme un fallo de primera o segunda instancia por desidia o error de los abogados reclamantes o los del Estado, que se olvidaran de apelar o recurrir. Digamos, para hacernos entender (aunque el ejemplo vale también al revés), que fuera una sentencia haciendo lugar a la inconstitucionalidad. Y que ese mismo día o después la Corte admitiera lo contrario: la plena vigencia de la ley. El lector no avisado supondrá que el fallo de la Corte es un as de espadas, que “mata” (en sentido truquero, claro) al otro. No es así, ya se dijo: las dos decisiones tendrían el mismo peso.
Esas situaciones existen y se llaman “escándalo jurídico” en la parla forense. No es un escándalo, stricto sensu, sino una contradicción chocante que empioja la tramitación de un conflicto judicializado.
El ejemplo es “de laboratorio” pero no es muy forzado imaginar situaciones similares. Las cataliza un sistema intrincado, por cuyas hendijas se cuelan picardías de abogados astutos o ladinos, usted dirá.
La Corte podría tejer una solución creativa al entuerto. Pero solo puede acontecer cuando le llegue un expediente en regla. Según los cálculos del cronista no hay modo que así ocurra antes de las fechas límite para cerrar la inscripción en las PASO (12 y 22 de junio). Ni aunque se utilice el “recurso extraordinario por salto de instancia” (per saltum, para los amigos). Hay en danza varias suspensiones consagradas por jueces amigables de primera instancia, por ahora. Y varios rechazos, también.
El regreso del supremo Eugenio Raúl Zaffaroni posibilita que la Corte haga algún anuncio o movida al respecto: sin su presencia no era imaginable por evidentes motivos políticos e internos. Hoy y aquí, la madeja está muy enmarañada.
Tampoco es clara la estrategia judicial del Gobierno, que parece buscar que se unifiquen las causas en el juzgado electoral de María Servini de Cubría. No es sencillo conseguirlo, por decirlo con un eufemismo.
En la nebulosa, el pálpito más factible es que no se llegue en término a dirimir el conflicto. Acá y allá se han leído chimentos acerca de la voluntad oficial de suspender las PASO, en ese escenario. Pero la ley no regula nada al respecto: sería alocado que incluyera previsiones sobre una coyuntura tan cambiante, novedosa y caótica.
Final abierto, pues, con cuenta regresiva. Es un enigma qué se votará en agosto y octubre. Las valoraciones se reservan hasta la definición para no abrumar al lector con virtualidades.
Una acotación, al pasar. Extraño sistema totalitario el argentino, que permite que una medida del gobierno despótico pueda ser removida o frenada mediante un recurso o una chicana ante los tribunales. El cronista supone que en tiempos de Stalin no era viable evitar una deportación al Gulag con una medida cautelar. O que en la China de Mao era más cuesta arriba conseguir ante los estrados judiciales evitar las acciones de los Guardias Rojos. La desmesura en los diagnósticos es gratis, tal vez por eso se prodiguen tanto.
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Mirada de domingo: Hace tres meses era impensable que la Corte tuviera entre manos una brasa más ardiente que el juicio “Clarín”. La realidad nativa es generosa en imprevistos o en cambios de eje. En las vísperas del 7-D, la Corte le concedió una generosa dosis de tiempo al multimedios y, quién le dice, a sí misma. Ahora podrá resolver el punto midiendo el potencial electoral oficialista, reconózcase o no.
El final del campeonato de fútbol es buena oferta para hoy y mañana. Hay mucho en juego y casi todo por definirse. Los resultados y el consiguiente reparto de alegrías o penas se conocerán recién con la pitada final.
En política ocurre algo similar, salvando las enormes distancias. Los aprontes, la planificación previa, las incertidumbres sobre candidatos y hasta sobre qué se elegirá son preámbulos fascinantes y, posiblemente, decisivos. Pero el resultado no está escrito: depende de la destreza de los jugadores y solo se conocerá a la hora señalada, cuando se recuente el último voto.
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