Dom 09.06.2013

EL PAíS  › OPINION

A propósito de la palabra “conchudo”

› Por Mario Wainfeld

El presidente de la Unión Cívica Radical, Mario Barletta, tildó de “conchudo” al ex canciller Dante Caputo. Este había cuestionado sarcásticamente la posibilidad de una alianza entre el Frente Amplio Progresista (FAP) y el radicalismo en la provincia de Buenos Aires (ver nota aparte en páginas 4 y 5).

Barletta se explicó luego. “Conchudo” tiene varias acepciones en el diccionario de la Real Academia. Que una de ellas es “astuto, cauteloso, sagaz” y que así fue usada alguna vez por un abogado muy leído para insultar a un juez sin insultarlo. El diccionario apunta que esa acepción está en desuso, detalle que se le chispoteó al ex intendente de Santa Fe.

Barletta se sinceró luego: estaba con mucha bronca y se valió del truco para llamar la atención del público. Tuvo su premio, los minutos de fama que esta nota prolonga.

El dirigente pecó de rústico, pero no de original. Los abogados con rodaje conocen la doble acepción desde hace décadas. Poco tiempo atrás, el periodista Eduardo Feinmann había acudido a la misma palabra, en igual sentido. Lo dijo para subestimar a dirigentes estudiantiles que protagonizaban una acción de fuerza. Feinmann reseñó el mismo origen del vocablo, aunque cuando repitió que los chicos eran “unos conchudos” lo hizo con mirada torva y dientes apretados. Fue más franco que Barletta, claro que a su manera.

El episodio es menor, como tal se toma. El cronista no es remilgado ni partidario de indignarse en forma indiscriminada. Por cierto, deplora la tendencia a judicializar todo, a encontrar injurias, ilegalidades o inconstitucionalidades donde a menudo solo hay acciones políticas discutibles.

Todo esto subrayado, da penita que se degrade cotidianamente el debate político. Esto ocurre, es conspicuo, en grandes medios de difusión y es notorio en la verba del periodista-insignia del Grupo Clarín.

Es un recurso del cualunquismo, del cual el multimedios es vanguardia en la Argentina actual. Sus estrategas, por lo visto, creen que la crispación y la falta de respeto le convienen. Bien pueden tener razón desde el ángulo de sus intereses particulares, corporativos. Por eso mismo, los dirigentes políticos (de cualquier signo) deberían evitar imitar la moda. El sistema democrático tiene para todos sus integrantes un piso común, que es inconveniente serruchar.

Se habla a diario de la apatía o la incredulidad ciudadana. A los ojos de este escriba, el diagnóstico es exagerado. Pero es cabal que la relación entre los ciudadanos y la dirigencia es fluctuante y puede lastimarse. La calidad del lenguaje o la argumentación ayuda o aísla, según los casos. O deslegitima al conjunto, algo que sucede cotidianamente y que se debería precaver.

El módico y escasamente ingenioso exabrupto, por ahí, es síntoma de otra penuria. La de los políticos, demasiado propensos a plegarse a la lógica mediática, en desmedro de los manejos propios de su arte, que conocen mejor que quienes aspiran a ser su conducción. Y que, por lo visto, no solo les imponen algunas de sus jugadas sino hasta también el manejo de su vocabulario.

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