Lun 10.06.2013

EL PAíS  › OPINIóN

La batalla cultural

› Por  Damián Pierbattisti *

Sensaciones encontradas. Un colisionador de hadrones en las fibras más íntimas de las entrañas. Por un lado, el agradecimiento profundo a la ratificación de la profesión escogida: ser sociólogo en este país, y tenerlos como objeto de estudio, es una entrada gratis de por vida a un Italpark de emociones sin tregua. Imposible aburrirse. Por el otro, el rechazo más visceral y profundo que genera la manifestación impune de la real identidad humana que los atraviesa y sostiene. El editorial del diario La Nación del pasado 27 de mayo, “1933”, tiene la sorprendente capacidad de demostrarnos que todavía existe el margen para sorprenderse y quedarse boquiabierto. Una notable pieza de antología en el vasto repertorio de la hipocresía más ruin y miserable. Los entusiastas apologistas y promotores del genocidio en nuestro país se atrevieron a comparar la etapa que estamos viviendo con el surgimiento del nazismo. La comprensible convocatoria moral para ensayar la refutación de tamaña desmesura es una forma de caer en la trampa: no hay nada que demostrar ni comparación histórica por hacer. No obstante, es preciso avanzar en la construcción de un marco conceptual que nos permita comprender las razones que subyacen al odio que la derecha argentina expresa por sus más diversos poros; volver inteligibles los motivos que la llevan a cruzar todos los límites racionales para despertar los sentimientos más atávicos en una importante porción de la ciudadanía, en la cual todavía hace eco la editorialización permanente del encono contra el Gobierno.

Uno de los mejores cuadros políticos que tiene la derecha a escala planetaria, Nicolas Sarkozy, no tiene nada de torpe. Afortunadamente, en nuestro país no hay nadie que tenga un átomo de su estatura política y de su voracidad por construir poder. En un artículo publicado en el diario Le Figaro el 17 de julio de 2007, dos meses después de haber ganado las elecciones presidenciales en Francia, Sarkozy declara: “En el fondo, yo hice propio el análisis de Gramsci: el poder se gana por las ideas. Es la primera vez que un hombre de derecha asume esta batalla”.

Precisamente de ideas es de lo que carece la derecha vernácula. O al menos de aquellas que intenten ir más allá de producir una devaluación del 40 por ciento, eliminar retenciones, volver al ciclo del endeudamiento externo y festejar la recesión resultante como “el triunfo frente a la inflación”. La chatura política e intelectual de los neoliberales argentinos se cristaliza en la impotencia que traducen los editoriales de La Nación. La carencia de ideas para enfrentar la batalla cultural, que están perdiendo, los hace retroceder a los aciagos abismos de una identidad ultramontana que no hace más que reforzar su creciente debilitamiento en ese plano.

La batalla cultural, las ideas que por medio de aquella se vehiculizan y que se debaten con el fragor de la crispación que las plumas más exaltadas atribuyen a sus adversarios, es decir, a nosotros, se libran entre los escombros que la crisis de la hegemonía neoliberal dejó a más de diez años de su sangrienta despedida. En tal sentido, las iniciativas impulsadas desde el Poder Ejecutivo, particularmente en lo que atañe a la recuperación del poder político y la consecuente intervención del Estado en los diversos procesos económicos, constituye una usina de agresiones permanentes para los indignados neoliberales argentinos.

Es interesante abordar desde esta perspectiva el discurso de CFK el sábado 25 de mayo en la Plaza. La apelación al “empoderamiento” de la sociedad civil constituye un peldaño más de la reversión del modelo neoliberal que se encarna en una correlación de fuerzas ineludiblemente desfavorable para la frustrada capacidad de reconstruir una alianza neoconservadora, con algún atisbo de alternativa real de gobierno al proyecto político vigente a lo largo de la última década. Pero al mismo tiempo ilustra la íntima relación que se establece entre la sociedad política y la sociedad civil, cuya mediación corre por cuenta de la construcción de una “opinión pública” que encuentra en las indignadas usinas del bloque devaluacionista, destituyente y desestabilizador el desgastado mascarón de proa para desmantelar los logros alcanzados por la sociedad argentina, en la costosa superación de los efectos nefastos que dejó la aplicación de las recetas neoliberales sobre seres vivos.

Este es un punto central para entender el centro de gravedad de la batalla cultural que atraviesa nuestro país y los países de la región, unificados en su más diversa heterogeneidad por el intento de revertir la estatización del avance neoliberal sobre nuestra América a fines del siglo pasado. Por tal motivo, es más que pertinente la pregunta sobre el rol que ejercen los medios de comunicación dominantes en su lucha por sostener, encarnizadamente, los vectores estructurantes del programa neoliberal de gobierno anclado en una fuerte atomización de los poderes colectivos. Nada más alejado de la utopía neoliberal que la paulatina recuperación organizativa de las diversas instancias de la sociedad civil, tendientes a bloquear la naturalización del postulado básico de la ortodoxia económica: será el mercado, regido por la libre competencia de los agentes económicos, el que asigne eficientemente los recursos producidos socialmente.

Este “empoderamiento” de la sociedad civil al que hacía referencia la Presidenta en su discurso del 25 de mayo ofrece un sugerente vector que vuelve inteligibles las razones que impulsan a La Nación a superarse en su intento por vulnerar todo criterio ético y moral. En esa convocatoria al “empoderamiento” colectivo reside la clave de la reversión de la subjetivación neoliberal que atravesó la década de los ’90, y que después del estallido de la crisis orgánica de la valorización financiera en diciembre del 2001 dejó la puerta abierta a una lucha por la hegemonía política, por dos proyectos de país claramente contrapuestos, que se dirime tanto en el terreno económico como en su prolongación en el campo de la lucha ideológica. “El poder se gana por las ideas”; tal es el sentido homenaje que le hace Sarko al maestro Antonio Gramsci y que a juzgar por la violencia con la que la ultraderecha enfrenta el matrimonio igualitario en Francia, parece haber avanzado bastante en su batalla cultural. Pero en nuestro país, ocurre lo contrario. Ya ni el simpático humorista que le puso precio a sacar el dedito del mapa de medios con el que denunciaba al monopolio hace unos años, parece ser suficiente para revertir una correlación de fuerzas que les es desfavorable.

Cabe una última pregunta, volviendo al punto de partida de esta nota: ¿cómo es posible que puedan llenarse la boca hablando de “libertades individuales” los que fueron cómplices e instigadores de un genocidio para imponer... una sociedad liberal?

* Sociólogo; investigador del Instituto Gino Germani (UBA/Conicet).

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