EL PAíS › OPINION
› Por Martín Granovsky
Ninguno de los cuatro gobiernos quiere terminar con la Unasur. Nadie tiene planes de liquidar el Consejo de Estados de Latinoamérica y el Caribe. Y además los cuatro proyectan volver a ser cinco, con Paraguay adentro. ¿Renació el Mercosur? Pero cómo, ¿no estaba muerto? La política internacional es, por naturaleza, más silvestre que la doméstica. El poder suele presentarse en su costado más crudo. Incluso llega a cometer el crimen de la guerra, para usar la hermosa síntesis de Juan Bautista Alberdi. Pero en sus vaivenes y en sus sorpresas, en sus marchas y contramarchas, el mundo a veces otorga la chance de reacomodarse. Y los gobiernos, a veces, tienen la lucidez de recoger el guante.
Aún es temprano para saber si esta interpretación termina gozando de sustento en el tiempo aplicada al Mercosur, pero no suena disparatada si se considera el resultado de la cumbre celebrada el viernes en Montevideo. Lo que pudo ser una reunión anodina o desordenada –un ramalazo de declaraciones, en el mejor de los casos– se convirtió en una oportunidad aprovechada para sentar doctrina y generar acciones por parte de la Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela. Paraguay no participó porque su gobierno estaba suspendido, condición que se levantó como parte de las decisiones de los cancilleres y, luego, de los presidentes. “Amo a Paraguay”, no dudó en afirmar el venezolano Nicolás Maduro, que ocupa por primera vez la presidencia pro témpore del bloque. Venezuela fue incorporada mientras Paraguay estuvo privado de sus derechos plenos.
Los presidentes coincidieron en rescatar el derecho de asilo como una identidad regional. Es un mensaje institucional a través de la afirmación de la vigencia de los derechos humanos.
La convocatoria en consulta a los embajadores de cada uno en España, Italia, Francia y Portugal en solidaridad con Evo Morales por el acoso sufrido es una medida dura. El llamado en consulta no es un simple trámite informativo sino una forma de protesta en la escala de la diplomacia internacional. No llega a un nivel extremo como el retiro de embajadores, naturalmente, y menos a la ruptura de los nexos diplomáticos. Pero marca una decisión colectiva sin precedentes de los países más grandes de Sudamérica, que eso son Brasil, la Argentina y Venezuela, hacia las dos naciones de la conquista original, Portugal y España, o hacia las tres naciones de donde vinieron las mayores oleadas de inmigración (España, Italia y Portugal), a las que se agrega la segunda potencia dentro de la Unión Europea, Francia.
La respuesta al espionaje electrónico masivo por parte de los Estados Unidos pareció exitosa al esquivar dos riesgos. Por un lado, evitó aumentar algo que ya existe y fue señalado por el experto Juan Gabriel Tokatlian en La Nación: intensificar las turbulencias frente a una decisión imperial de los Estados Unidos. Tokatlian no convocaba a las relaciones carnales sino a un ejercicio racional de defensa propia. Agitar más el aire cuando el imperio o lo quiere agitado o está él mismo en un momento de agresividad es mal negocio para países que están lejos de ser una hiperpotencia hegemónica.
El otro riesgo que evitó el Mercosur es quedar en una suerte de tercera posición entre los Estados Unidos y el terrorismo fundamentalista. Era una trampa accesible, porque Washington defiende su vocación de Gran Hermano explicando que captura millones de mails e interfiere todas las comunicaciones de línea para prevenirse de un ataque tipo Al Qaida del 11 de septiembre de 2001 y ayudar al mundo a prevenirse.
Fue una forma de plantarse ante el imperio sin decirle al imperio que lo es. Sin embargo, el Mercosur reaccionó ante dos hechos imperiales, el espionaje masivo y la advertencia al mundo sobre dónde está el poder en la persona de Evo Morales.
Esta vez se dio el milagro. Incluso sin coordinación previa del bloque, cada uno había preparado el terreno y todos convergieron en Montevideo para el momento de la síntesis y la acción.
Cristina Fernández de Kirchner siguió la humillación a Evo en todas sus alternativas y planteó el tema desde su cuenta de Twitter y en tiempo real. Intercambió datos e indignación con Ecuador, un extra-Mercosur que quiere ser parte del bloque igual que Bolivia. La Argentina y Ecuador más Venezuela y Uruguay fueron el corazón de la última cumbre de Unasur en Cochabamba, la más desvaída desde que se relanzó la Unión Suramericana de Naciones en 2010. No fueron los presidentes de Colombia, Perú y Chile, tres de los cuatro miembros de la Alianza del Pacífico junto con México. Tampoco Dilma Rou-sseff, aunque en su caso el consejero internacional Marco Aurélio García dijo, cuando llegó a Cochabamba, que era su representante personal en la cumbre.
Evo agradeció la velocidad de respuesta de la Argentina y de la Presidenta con una presentación masiva de su gobierno en la fiesta del 9 de Julio organizada por el embajador Ariel Basteiro. Estuvo el mismo Evo, pero también entre otros el vice Alvaro García Linera, el canciller David Choquehuanca y su vice Leonor Arauco, ex embajadora en la Argentina. Fue más que un gesto amistoso a Basteiro, que en sus nueve meses de gestión se convirtió en un embajador movedizo y curioso capaz de explicar, como lo hizo estos días, que parte del enojo de Evo por el acoso a su avión volviendo de Rusia surge de tres principios aymaras: “No robar, no mentir, no ser flojo”.
La relación entre la Argentina y Bolivia no tiene altibajos, o no tiene bajos, desde que los dos países firmaron el acuerdo del 2006, el mismo año en que asumió Evo por primera vez. Por ese arreglo la Argentina reconoció a Bolivia un precio superior de su gas. Hay temas permanentes y símbolos que se asoman con frecuencia. Evo fue a Rusia a una conferencia de exportadores de gas. La rebelión popular dentro de la crisis de 2005 combinó protestas por la falta de agua para la población de El Alto, la gigantesca concentración urbana próxima al aeropuerto de La Paz, y por la falta de gas para los bolivianos en medio de un auge de las exportaciones gasíferas. En El Alto acaba de cantar León Gieco dentro de un programa cultural impulsado por la embajada argentina.
La fuerza política y afectiva de la Argentina con Bolivia se sumó a un movimiento diplomático de Brasil iniciado el último domingo, cuando el diario O Globo reveló que los brasileños también habían sido espiados por la Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos de manera directa o a través de contratistas con plataforma digital para datos y llamadas. Dilma no esperó ni un día para dar instrucciones a su canciller, Antonio Patriota, de pedir explicaciones al embajador norteamericano Thomas Shannon y a que pidiera explicaciones el embajador brasileño en Washington Mauro Vieira. La primera declaración posterior de Patriota fue de satisfacción porque, dijo, los Estados Unidos se habían mostrado dispuestos al diálogo. Pero el resultado del diálogo no debe haber conformado a Brasil, lo cual es obvio porque de otro modo Rousseff no hubiera viajado a Uruguay e impulsado con sus socios del Mercosur un documento contra las “las acciones de espionaje por parte de agencias de Inteligencia de los Estados Unidos” y contra “la intercepción de las telecomunicaciones”. Tampoco el principio según el cual “la prevención del crimen así como la represión a los delitos trasnacionales, incluso el terrorismo, debe enmarcarse en el estado de derecho y la estricta observancia del Derecho Internacional”.
El alicaído Mercosur recuperó, así, el dinamismo político que tuvo por ejemplo en 2005, cuando los cuatro miembros plenos de entonces más Venezuela pusieron bolilla negra al consenso para formar un área de libre comercio de las Américas.
Quizás en la reunión de Montevideo no se habló de la Alianza del Pacífico. Pero, al construir una agenda de confrontación sin delirios con los Estados Unidos, pareció dejar sentada una razón de ser. Tiene varios desafíos por delante. Entre ellos, reconstruir la vitalidad de Unasur. Dialogar con Colombia y Chile. Saber que con ellos no es la confrontación de fondo. Y saber, también, que Sudamérica tiene una cara común, que es Unasur, pero dos caras en términos de cómo encarar la relación con los Estados Unidos, la de la Alianza del Pacífico y la de Mercosur, este último con todo el potencial económico de los tres grandes y el déficit de su integración inacabada y un exceso de ruido inútil entre los socios, Brasil y la Argentina en primer lugar.
Frente a esos desafíos la desventaja, hoy, es igual a la ventaja: en este mundo nadie puede solo. Es la razón por la cual se pierden aliados pero también el motivo por el que se pueden ganar, así sea por períodos o por temas.
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